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~ HOMENAJE A GÉRARD TÉTARD

Gérard Tétard.

Gérard Tétard, en Ses Rotges.

No sería justo enterarse de la merecida jubilación de Gérard Tétard, chef de Ses Rotges, y no dedicarle unas sinceras líneas de agradecimiento y admiración, a modo de tributo personal. Por motivos inexplicables (¿chovinismo?, ¿ignorancia?), la prensa local nunca le ha hecho demasiado caso, pese a haber obtenido para Baleares la primera estrella Michelin (¡y mira que ahora se cacarean!) en 1977. La mantuvo hasta la edición de 2005 -lo que da un total de 29 biblias-, año en que decidió devolverla porque no veía claro el relevo generacional. Siempre recordaré que Toni Pinya y Juan Romero me recomendaron la visita a Ses Rotges. Era imposible que dos grandes maestros de cocina anduvieran equivocados. Gérard Tétard empezó a cocinar el 12 de agosto de 1962, a la edad de 13 años, en el Hotel Restaurant de la Gare, una pequeña posada de Aurec-sur-Loire. Su primera misión profesional consistió en desmoldar fromage blanc, postre del día, y añadirle un poco de nata. Allí se quedó a trabajar durante tres años. A lo largo del invierno, riguroso en la provincia del Haute Loire, el mercurio descendía por debajo de los veinte bajo cero. Saltaban los tapones de las botellas de vinagre -congeladas- y se atascaban durante días y días los grifos de los baños. En las frías noches con nieve, se solía gastar la broma de mandar a algún novato a cazar le dahu, un animal tan esquivo como imaginario. Pero la diversión no podía prolongarse hasta muy tarde, pues a las siete menos cuarto de la mañana los aprendices tenían que estar ya manos a la obra, limpiando la cocina y el horno de carbón.

William y Gérard Tétard.

Analizando un postre con su hijo William.

Abril de 1974 es una fecha clave en la vida de Gérard Tétard. A principios de ese mes viaja a Mallorca porque su tío, el repostero Carlos Ferragut, le ha dado una pista fiable y que cambiará su destino: Roland y Georgette Proust quieren vender el pequeño hotel-restaurante con doce habitaciones que regentan en Cala Rajada desde 1968. Llega en barco, con un 4L, un martes por la noche y el lugar le convence a primera vista. Hace 43 años Cala Rajada era un paradisiaco pueblo de pescadores en cuyas calles –casi siempre despobladas– aún podían verse carros tirados por burros. Ningún parecido con la insufrible masificación y el turismo basura que hoy hemos de soportar en casi todos los rincones de la isla. Por aquel entonces, en Mallorca apenas nadie se interesaba por la gastronomía y sólo había dos tipos de restaurante: el turístico, cuya oferta se limitaba al escalope y la parrillada, y el de carretera, que servía una cocina mallorquina tirando a mediocre. No se hablaba de nueva cocina y las costumbres eran bastante arcaicas. A Gérard le sorprendieron varias. Por ejemplo, que en una carnicería del Mercat de l’Olivar se vendieran, además de chuletas, cigarrillos de estraperlo. En poco tiempo, el chef pasó de servir steak a la pimienta negra a sorprender con la mousse de cangrejos de río, el pâté en croûte de pescado (terrina encostrada en pasta de pan) o el soufflé de rodaballo con espinacas, que se emplataba en el comedor. Pasan los años y una noche de verano de 1992 baten su propia marca: 112 cubiertos. Esta temporada la familia Tétard ha decidido cerrar el restaurante. William, también cocinero, lo ve como algo provisional y apunta la fecha de 2020 para una posible reapertura. A veces, para tomar impulso, es muy conveniente parar.

~ BALEARES 1976-2016 (I)

Juan Romero, chef de Áncora y Xoriguer.

Juan Romero, chef de Áncora y Xoriguer.

¿Qué pasaba en las remotas Baleares mientras se celebraba en la capital aquella célebre I Mesa Redonda de la Gastronomía, encuentro auspiciado por Club de Gourmets en 1976 y en que se presentó la nueva cocina vasca? Dos años antes el cocinero Gérard Tétard (Lyon, 1948) había cogido el hotel-restaurante Ses Rotges (Cala Rajada, Mallorca), merecedor de estrella Michelin en la edición de 1977, la primera para las islas. Ese mismo año abría el Violet (Cas Concos, Mallorca), donde el catalán Josep Maria Flo iba a romper moldes con su lubina a las algas (cosechadas diariamente en Cala Figuera) o aromatizada con pinaza verde. En 1984 este cocinero regresó a Barcelona y acabó especializándose en home economist (estilismo de alimentos). La conexión vascomallorquina llegó de la mano del Áncora: antes de abrir (Palma, 1980) los cocineros Juan Romero y Juan Carlos Azanza fueron destinados a Madrid para adiestrarse junto a Ramón Roteta, a la sazón chef de El Amparo. La aventura del Áncora duró dos añitos y Romero fundó en 1983 el Xoriguer, uno de los punteros de la restauración palmesana. Mientras tanto, en el interior de la isla despunta el ‘celler’ Can Carrossa (Lloseta), donde Joan Abrines actualiza recetas ancestrales (estofado dulce de ternera con naranja) y estrena en 1982 una fórmula que luego –y hasta hoy– será imitadísima: menú-degustación (corto) de cocina mallorquina de mercado.

Gerhard Schwaiger, en el Tristán.

Gerhard Schwaiger.

Durante la segunda mitad de los ochenta, empiezan a sonar con fuerza los nombres de dos grandes profesionales alemanes: Josef Sauerschell y Gerhard Schwaiger. Ambos trabajan para un público de alto standing. El primero ha estrenado los fogones de El Olivo, restaurante del hotel La Residencia (Deià), con platos que resultan modernos para la Mallorca de aquel entonces: gambas con mango o sorbete de campari-naranja. Por su parte, Schwaiger ha sido enviado por Heinz Winkler (Tantris) para dirigir el opulento Tristán, pero muy pronto cogerá las riendas en solitario. Con platos como la jalea de tomates con crema de caviar y medallón de bogavante, conseguirá en 1990 su segunda estrella Michelin. Un año antes –y tras su paso por el Port Pi– ha abierto casa propia en Palma el cocinero donostiarra Koldo Royo, que sorprende a la parroquia mallorquina al presentar el txangurro dentro de creps. En el restaurante que lleva su nombre sirve también codornices rellenas de foie y pétalos de rosa con salsa de té. Simultáneamente, el francés Gérard Deymier introduce en Mallorca la cocina fusión en el refinado Port Petit, de Cala d’Or.

 

~ PADRES E HIJOS

Michel y Sébastien Bras, en una escena del documental 'Entre les Bras'.

Michel y Sébastien Bras, en una escena del documental ‘Entre les Bras’, de Paul Lacoste.

Padres e hijos es el título de la obra cumbre del escritor ruso Turguéniev y el tema principal de dos de los documentales programados en la sección gastronómica del festival MareMostra: Jiro Dreams of Sushi Entre les Bras. El conflicto generacional y la sucesión en el negocio, según se viven y padecen en dos restaurantes con tres estrellas Michelin: Sukiyabashi Jiro Honten (Tokio) y Bras (Laguiole). En la sección sobre mar y activismo también ha habido mucho contenido gastronómico a través de temas como la sobrepesca (Hugh’s Fish Fight) o la industria alimentaria (Kingdom of Animal)Vaya por delante mi felicitación a los organizadores del festival de cine celebrado en Palma esta semana, tanto por la calidad de la programación como por el buen ambiente que han creado en esta segunda edición. Sería deseable un poquito más de entusiasmo por parte de instituciones y prensa comercial ante un proyecto tan inspirado como este, pero estamos tan acostumbrados a sus desdenes y desplantes que muy pronto no les necesitaremos para nada. Ya nos organizamos nosotros, pero que no vengan luego [los políticos y otros oportunistas profesionales] a por medallitas y dividendos. Tanto David Gelb, retratista del venerado maestro de sushi Jiro Ono, como Paul Lacoste, que ha documentado el trabajo de la familia Bras, abordan los mismos temas: el relevo generacional, la plena entrega al oficio, la búsqueda de la perfección, la relevancia de la materia prima, la vocación y la terrible presión del éxito. En Jiro, quien a sus 87 años sigue acudiendo diariamente a su diminuto restaurante del metro de Tokio (una barra para diez), se hace más patente la importancia de la autodisciplina y el carácter artesanal de la cocina, siempre en busca del nigiri perfecto. A mí no me importa demasiado que un cocinero sea o no artista, pero siempre le exigiré que sea un buen artesano. Tanto por eso como por el tema de la cocina como herencia y sucesión familiar, ambos documentales me recordaron a los cocineros Gérard y William Tétard, padre e hijo del restaurante Ses Rotges, que en 1977 ganó la primera estrella para Mallorca. De hecho, hace siete años les dediqué un reportaje titulado Un relevo tranquilo. Y aún siguen con el traspaso de poderes.

~ ESTRELLAS ENCENDIDAS

Tomeu Caldentey (Es Molí d'en Bou) y Macarena de Castro (Jardín).

Tomeu Caldentey (Es Molí d’en Bou) y Macarena de Castro (Jardín).

El título de este artículo no tiene ni la más mínima connotación navideña. Se refiere a las famosas estrellas de la biblia Michelin. La guía francesa ha repetido palmarés en Mallorca: cinco astros para otros tantos establecimientos. Por orden de antigüedad en la defensa de su estrella: Es Racó d’es Teix (desde 2003), Es Molí d’en Bou (2004), Zaranda (2011), Es Fum (2012) y Jardín (2012). La perdió, por cierre, el opulento Tristán. Un dato preocupante: cuando se presentó la edición 2013, el día 22 de noviembre, tres de los cinco estaban ya de vacaciones. Sólo seguían con los fogones encendidos Tomeu Caldentey, de Es Molí d’en Bou, que no cerrará este invierno, y Macarena de Castro, del Jardín, que dará su última cena en Nochevieja y reabrirá en marzo. Por su parte, Fernando Pérez-Arellano trasladará Zaranda al hotel rural Son Claret, entre es Capdellà y Galilea. Su reestreno en esta nueva ubicación está previsto para abril. El día que se anuncian las estrellas siempre me acuerdo de Gérard Tétard, chef de Ses Rotges, que fue el primero en recibirla en Mallorca y la mantuvo durante 17 ediciones: de 1977 a 2005. La segunda estrella cayó en 1981 y fue para el Áncora (Palma), cuya cocina dirigieron Juan Carlos Azanza y Juan Romero. Este consiguió otra estrella al abrir su propio restaurante, el Xoriguer, en 1983, y la mantuvo hasta la edición de 1994. También suelo recordar, por añoranza, la magnífica cocina que ofrecía Marc Fosh en el hotel Read’s, con merecida estrella de 2003 a 2009. Otro de los chefs con más estrella ha sido el donostiarra Koldo Royo, que en 1987 la ganó para el Porto Pi y la lució en su restaurante de 1990 a 2007. La gran pifia de Michelin llegó en 2011, cuando le dieron una estrella a un restaurante cerrado y que no ha vuelto a abrir: el Gadus, de Cala d’Or. El único con dos estrellas ha sido el Tristán, de Gerhard Schwaiger, quien de 1991 a 2009 pudo presumir del par de galones. Yendo a Gipuzkoa, mi segunda tierra, afirmo que mientras el Zuberoa, de Hilario Arbelaitz, siga con una sola estrella (perdió la segunda en 2009), no me fiaré de los criterios gastronómicos de la biblia roja.

~ DE QUESOS A SETAS

El ‘bollit’ de La Fonda de Sóller. Foto: Miquel Julià

La semana empezó con una sesión de trabajo en La Fromagerie de Santa Catalina y acabará, si el plan se cumple, cenando pesto en casa de unos amigos. Entre medio,  mucho trajín,  muchos sabores, mucha gente que me gusta. He comido en la Escola d’Hoteleria con el equipo del restaurante Jardín y me he apuntado a celebrar la ampliación del Bri y el octavo aniversario de la casa vasca Es Pou de Sant Magí. También he vuelto a ver el capítulo Arròs a banda, primero de la serie Arròs covat, cuya tercera temporada presentó en Palma uno de sus guionistas, Enric Pardo, dentro de la Setmana del Cinema Europeu. He comprado almendras crudas, granadas, boniatos rojos, tomates de ramellet, calabaza… He vuelto, al cabo de los años, a la Casa Regional Asturiana (a las afueras de Inca), donde se come de sensación: revuelto de chistorra y piquillos, fabes con almejas, ternera gobernada, tocinillo con barreña…  He asistido a reuniones preparatorias del concurso Tapalma, cuya octava edición arrancará el miércoles. Me he tomado un té en el café cultural Buenos Ayres, uno de los garitos que más me gustan de Palma. He tapeado con una banda de amigos locos en la bodeguita La Rambla. Y he comido con dos maestros de cocina: Gérard Tétard (Lyon, 1948) y Joan Vicens (Sóller, 1955). Estuve con el primero en La Fonda de Sóller, donde oficia Rafa Martínez, otro currante de los fogones, y donde dimos buena cuenta de un espléndido bollit (lo saca todos los jueves) con su col al dente, su sobrasada y su especiada albóndiga gigante. Tétard  me confesó que, a sus 63 años, se ha metido jornadas de veinte horas este verano en su hotel-restaurante de Cala Rajada: Ses Rotges, una posada mágica. Está acostumbrado al lavoro: empezó a trabajar en serio a los 13 años, como aprendiz de cocina, y en 1977 ganó la primera estrella Michelin para Mallorca. Con Joan Vicens, patró-cuiner de Las Olas, coincidí en un menú de setas organizado por Bodegas Torres y Ca’l Bisbe, hotel de Sóller donde da bien de comer el mallorquín Pep Lluís Mayol. Hablando de antigua y nueva cocina, Vicens afirmó que nos quedaríamos alucinados «si pudiésemos contar la cantidad de sifones espumilleros que han acabado tirados en los rincones de las cocinas». Más que interesantes, las explicaciones del micólogo Guillem Mir, para quien «todas las setas son buenas, sean o no comestibles». Es más, todas son comestibles -dijo-, pero algunas «sólo una vez». Tuvimos suerte y ahora puedo contarlo… Una semana, si no hay pereza, da para mucho.

~ DESAYUNO EN SES ROTGES

William y Gérard Tétard.

William y Gérard Tétard.

Ayer empecé el día como nunca lo empiezo: con un desayuno bueno y abundante. Fue a manteles, en el comedor del hotel-restaurante Ses Rotges, que ya ha arrancado la temporada. Sin dormirse en los laureles. Los Tétard regentan desde hace 38 años esta encantadora posada de Cala Rajada, donde practican un estilo de hostelería que ya no se lleva: trato sinceramente cordial y máximo cuidado de todos los detalles. Son anfitriones de corazón. En cuanto a Gérard Tétard, no será la primera vez que lo digo: es un auténtico artesano y, visto lo visto, eso es lo mejor que puede decirse de un cocinero. En 1974, se vino desde Lyon con un cuatro latas y a los tres años ganó la primera estrella Michelin para Mallorca. Se estrenó con platos como la mousse de cangrejo de río y el pâte en croûte de pescado (encostrado en masa de pan) y, un poco más adelante, sorprendió con un soufflé salado de rodaballo (envuelto en espinacas y con mantequilla de gambas). Ya en 1983, tenía rape a la pimienta verde, otro plato que debió epatar a los nativos. Junto a su hijo William, ha seguido hasta hoy  con esta cocina de fondo clásico, arropada por un gran dominio del oficio y siempre al servicio del buen producto. No es hablar por hablar: he visto comprar a Gérard en el mercado del Olivar. Desde que se enteró de que el topónimo de su localidad está dedicado a la rajada, nunca faltan en su oferta platos con este pescado. En la carta vigente, un entrante y un principal: ensalada templada de raya con vinagre balsámico y mermelada de limón hecha en casa, y ala de raya asada con vinagre de jerez y jengibre, salteado de col rizada y escalonias. En 2006, padre e hijo decidieron renunciar a la estrella Michelin para tomarse con calma el relevo generacional: no hay nada como trabajar sin estrés, sin preocuparse de honores ni apegarse a medallitas. William, excelente repostero, está a punto de jubilar al jefe. Por el momento, se ocupa de los postres y de las sugerencias semanales. Esta semana, podía comerse una ensalada lyonnaise (con panceta, costrones y huevo escalfado), un conejo asado con salsa de mostaza a l’ancienne y zanahorias glaseadas, y unas manzanas calientes al estilo tatin, por 43 euros. Puede resultar costoso, pero teniendo en cuenta la calidad de cocina y servicio, no sería justo decir que es caro. Puede salir bastante más caro el chiponés de la esquina. En Ses Rotges todavía se tornean las zanahorias, se pelan los gajos de naranja y se elaboran deliciosas mermeladas caseras para el desayuno de los afortunados huéspedes.