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~ EN LA MUERTE DE ‘TONTXU’

Antón, segundo por la derecha, 'txikiteando' este invierno. Foto: Miquel Julià

Antón Rocha, segundo por la derecha, ‘txikiteando’ este invierno en O’Arco. Foto: Miquel Julià

Los buenos gourmands y santos bebedores de Palma andamos con pena estos días por la muerte de Antón Rocha, dueño de la bodega Santurce. Un cáncer se lo llevó por delante el viernes pasado, pero no pudo con su bonhomía y su buen humor, que siguen coleando y recordaremos por mucho tiempo. Hasta el texto de la esquela tiene su guasa: «Queridos amigos y clientes: me he ido de este mundo del que he disfrutado junto con mi mujer Ana, mi hija Laura (…) así que adiós, podéis ir a verme en el Cristo de la Sangre el martes día 29 a las 19,30 horas». Y en la puerta del bodegón puede leerse este aviso: «Antontxu nos ha dejado. Tomaos un vino y recordadle con la misma alegría con que se despidió». Bromista nato, Tontxu cogió el relevo de su padre -pelotari vinculado al desaparecido Frontón Balear– en esta casa de comidas fundada en 1961, con mesa corrida y cocina gobernada por varias generaciones de mujeres. Nunca han faltado platos de cuchara y buenas cazuelas: alubias, carne guisada, callos con garbanzos, bonito con pisto, cangrejos de río en salsa… Tampoco pacharán. Tontxu ponía una ronda mientras garabateaba la cuenta (de la vieja) en su libreta y soltaba coñas a diestro y siniestro. Se le vio hasta hace poco txikiteando por el barrio y pude compartir algún chato con él este invierno. En la Santurce estuve comiendo por última vez hace casi tres años. Fui con la actriz Rosana Pastor, que había venido desde Valencia a despedirse de mi hermano, muy enfermo por aquel entonces. Comimos boquerones fritos, bonito en escabeche, bacalao al pil-pil y arroz con leche. Conversamos sobre la muerte -básica y misteriosa- y nos echamos unas risas con los recortes de prensa que decoraban la bodega: fotos tuneadas con bocadillos satíricos por Tontxu y Claudio Alegría, camarero y vocalista de los Stoned. Le comenté al jefe que ya llevaba tiempo sin acercarme por allí y me contestó con su voz cascada y grave: «Ya veo: te has quedado en los huesos». En fin, seguiremos alternando por esos barrios con bares corrientes y molientes. Porque, como dice Óscar Terol en Ponga un vasco en su vida, «no es muy amigo el vasco de lugares donde no abunde el bar y si por él fuera, tendrían bar con pintxos y raciones hasta los tanatorios». Agur, Tontxu.

~ MADRID ME ENGORDA (I)

Una de las buenas tascas de Madrid.

Acabo de volver de Madrid, donde me he tirado tres días con el móvil apagado y la cabeza fuera de cobertura. Madrid me mata, me engorda y me gusta cada vez más. Tiene un aire alegre, canalla, de pueblo llano, que me hace sentir bien y encima es más barato que Palma, cosa que me fastidia bastante. En ciudades como Madrid, donde la gente no sabe estar sin relacionarse, la crisis se nota menos. En Palma, donde antes había cuatro gatos, ahora hay uno, que a veces soy yo. En Madrid, siempre hubo más de cuatro y más de cuarenta gatos en cualquier garito de cualquier barrio. ¡Y qué decir de esos camareros atentos, con nervio, que te saludan antes de que la puerta se cierre a tu paso…! La visita no era por motivos gastronómicos, sino teatrales: Rosana Pastor, actriz amiga, ha estrenado un conmovedor Tío Vania (el clásico de Antón Chéjov) en los Teatros del Canal, espacio cuya dirección artística corre a cargo de Albert Boadella. De todas formas, hubo que comer algo y, como casi no hay duros, escogí dos sitios caros: el Viridiana, de Abraham García, y el Arce, de Iñaki Camba. Cuando se me agota el dinero, tiendo a tirar la casa por la ventana y a gastarlo lo más rápidamente posible a fin de no ir sufriendo y de olvidar por un momento las penurias. Mañana contaré cómo fueron las cosas en esas dos casas del buen comer. Ahora prefiero empezar a leer El huerto de los cerezos, testamento teatral de Chéjov. La obra fue estrenada tal día como hoy, el 17 de enero, de 1904. El maestro ruso murió el 2 de junio de ese mismo año en un balneario de Badenweiler, en la Selva Negra, y su cadáver fue trasladado a Moscú en un vagón de tren refrigerado que se usaba para el transporte de ostras. Veinte años antes había escrito un cuento sobre un niño mendigo titulado Las ostras.