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~ REENCUENTRO CON VALÈNCIA (y II)

El bar de Ricard Camarena en el Mercat Central.

Contaba en la primera entrega de esta crónica valenciana el chasco que me llevé al ver transformada la librería de viejo El Cárabo en un bar del montón, pero olvidé situar el lugar de los hechos. Esa tienda de anticuario estaba hasta hace dos días en el distrito de Ciutat Vella, por el que tanto me gusta vagar, especialmente en su parte norte: las callejuelas del barrio del Carme. Por afinar más, estaba entre el Mercat Central y Tasca Ángel, muy cerca de la Llotja de Mercaders, inspirada en la que Guillem Sagrera diseñara para Palma. Si hace unos años València y Mallorca aparecían hermanadas por la corrupción política, hoy tienen en común otro fenómeno preocupante: el de la gentrificación. Concretamente en Ciutat Vella, una de cada diez viviendas se publicita ya en Airbnb como establecimiento turístico. Y en Palma, el viejo barrio marinero de la Llotja ya está entre los más caros de la capital. Contando desde la década de los 90, un tercio de los residentes ha tenido que abandonar la zona mientras la población extranjera se ha multiplicado por seis. Los alquileres se han disparado y ya no se compra con la intención de habitar, sino de hacer negocio. Lo más alarmante es que la gentrificación no afecta sólo al centro, sino que se extiende y amenaza con destruir barrios más arrabaleros y populares como el de Pere Garau, en Palma, o el Benimaclet valenciano. Pinta muy mal para todo territorio turistificado, pasto de los detestables, voraces fondos de inversión. Todo esto, aunque no lo parezca, también es gastronomía: la transformación de un territorio urbano en que funcionaron fogones tan cálidos como Can Bermell o San Nicolás. Además, en El Cárabo compré títulos como Comer en Catalunya, ensayo de Carmen Casas con prólogo de Néstor Luján y epílogo de Josep Pla: palabras mayores. El maestro ampurdanés se declara aquí «partidario absoluto de la cocina arcaica», hecha en fogones de verdad, pacientemente, a base de «muchas horas de observación» y no como la «espantosa» cocina moderna del «todo enlatado». ¡Suerte tuvo de largarse antes de que irrumpiesen la quinta gama, las franquicias y el alquiler turístico!

Miriam de Andrés, chef de La Sucursal.

Los lloros, como las alegrías, duran lo que duran, que no suele ser mucho, así que cambio de tercio para celebrar aquello que más me llamó la atención del congreso Gastrónoma. En primer lugar, la cocina de una mujer, Miriam de Andrés, de La Sucursal, que preparó un fricandó de mar otoñal (setas y castañas para arropar la ventresca) y además cedió la palabra a su madre, Loles Salvador, quien por cierto ejerció de verdulera (¡y a mucha honra!) en el citado Mercat Central. Esta gran dama de la gastronomía valenciana, que en los 80 ya despuntó con sus platos de cuchara en el restaurante Ma Cuina, aprovechó el micro para lamentar la desaparición de variedades locales de manzana que no sabemos si volverán. El alicantino Kiko Moya (L’Escaleta), por su parte, se alió con Josean Alija (Nerua) para hablar de esencia culinaria. Como ejemplo más radical, el primero explicó su ya clásica gamba en salazón: la cubre de sal, entera, y sanseacabó. Es una receta que se prepara en cinco minutos pero ha de consumirse al cabo de diez horas. También presentó un homenaje al melón de guarda y un plato de remolacha negra (fermentada con vainilla) acompañada de un helado hecho con ralladura de su piel y una galleta de especias. Josean Alija, maestro de la síntesis, presentó una cococha de merluza apenas tocada: entre salmuera, confitado en aceite y toque de brasa, se hace en cinco minutos y diez segundos. Y para su quisquilla basta medio minuto de salamandra, si no contamos las laboriosas guarniciones de jugo de ciruela roja y puré de coliflor con rábano picante y leche de almendra (como texturizante). Tuve otro reencuentro feliz con Bernd Knöller (Riff), que dio algunas claves sobre cómo adaptar los arroces secos a un menú-degustación de cocina contemporánea, asignatura aún pendiente, a su juicio. Por último, me resultó tan sorprendente como divertida la charla de Jesús Sánchez (Cenador de Amós), que utiliza la teoría psicológica del eneagrama para cohesionar a los 25 integrantes de su equipo. Este sistema, desarrollado por el psiquiatra chileno Claudio Naranjo (continuador de Óscar Ichazo y George Gurdjieff), establece nueve tipos de personalidad, que van desde el controlador activo (un déspota lujurioso) hasta el creativo intenso (un soñador con pelusa). La explicación de cada eneatipo se ilustraba en esta ponencia con una divertida escena protagonizada por el actor Juan Echanove. A preguntas de la periodista Belén Parra, el flamante triestrellado no quiso desvelar en público con cuál de los nueve arquetipos se sentía más identificado… Enhorabuena, chef, sea cuál sea.

Jesús Sánchez

Jesús Sánchez, del Cenador de Amós, durante su ponencia. Fotos: Alberto Saiz

 

 

 

 

 

~ ATRACÓN DE VALENCIA (I)

Cebollas asadas con manteca de anchoas y almendras, del Habitual (Ricard Camarena).

Cebollas asadas con manteca de anchoas y almendras, del Habitual (Ricard Camarena).

En el hipotético caso de que me condenaran a comer el resto de mis días en una zona restringida del universo, escogería sin dudarlo el Mediterráneo occidental y más concretamente la costa que va de Cadaqués a Barbate, ya metidos en aguas oceánicas. Me gustan las cocinas que mezclan y condimentan sin complejos, alegremente, pero no a tontas y a locas. Por ahí en medio queda la gran ciudad de Valencia, que no me canso de visitar y donde me crecen los amigos, en gran parte gracias a la hospitalidad de Mar Milá, directora de programación de Gastrónoma. El congreso valenciano va a más, año tras año, tanto en ambiente como en calidad de ponentes. Este año me reencontré con un viejo amigo de Mallorca, Raúl Resino, a dos días de recibir estrella para su restaurante de Benicarló (antes cocinó en el Satyricón, de Alcúdia). También con Kiko Moya, Alberto Ferruz (¡enhorabuena a ambos por esa segunda estrella para L’Escaleta y Bon Amb!), Manuel Alonso (Casa Manolo), Nacho Romero (Kaymus), Rafa Soler (Audrey’s), Begoña Rodrigo (La Salita), Bernd Knöller (Riff) o Ricard Camarena, que me llevó al Mercado Colón para visitar su lab, anexo al restaurante Habitual. Cené allí por segunda vez, al cabo de un año, y vi una notable progresión: ahora se refleja la impronta, el twist inconfundible de uno de los pocos cocineros españoles con estilo. Me refiero a cocina de autor, esto es, personal, original: que ni imita ni gusta de repetirse. Platos con potencia de sabor, protagonismo de las verduras locales e ingredientes bien trabados: alcachofas fritas con papada asada y espuma de ajos tiernos, o berenjena asada a la llama con salsa holandesa, piñones y berros. Perfecto para iniciarse en la estimulante cocina de Ricard Camarena, cuyo restaurante puntero sigue padeciendo la cicatería crónica de la Michelin.

Germán Carrizo y Carito Lourenço, de Fierro.

Germán Carrizo y Carito Lourenço, en Fierro.

Otro de los lugares donde cené de sensación fue en Fierro, camarote de una sola mesa que regentan en el barrio de Russafa los argentinos Germán Carrizo y Carito Lourenço. Hubo varios bocados memorables en el largo menú que Pepe Ferrer, embajador de los vinos de Jerez, remojó y agitó con arte (Eva Pizarro, sumiller residente, le cedió el puesto por una noche): niguiri de anguila crujiente; empanada criolla con chimichurri y crema de cebolla y ajo asado; calabaza y queso azul de oveja urdina (de Ramón Lizeaga) con reducción de té kombucha y pipas asadas, y postre deliciosamente amargo a base de pomelo, café y pistacho. También en el distrito hipster probé la cocina sin tapujos de 2 estaciones, donde Iago Castrillón y Alberto Alonso se turnan en sus fogones al descubierto: coca de aceite con sardinas templadas (horno y soplete) y pimientos de Padrón; coliflor (cruda y en espuma caliente) con papada y huevas de arenque, o cabracho frito (para comer en equipo, pellizcando con los dedos) con mahonesa cítrica de sus espinas. Responden a la presión con precisión, inmediatez y sabores contundentes que además pueden disfrutarse en primera fila: la barra, usada también como pase. Y por seguir en el meollo de Russafa y de barra en barra, debo contar que volví al Maipi, una de las cuatro mejores de Valencia. Anoten las otras tres los adictos al bar con producto deslumbrante: Rausell, Barbados y Ricardo, a cual mejor. Yo me asomé a las cuatro para sufrir a conciencia: huevas de sepia, gamba roja, ensaladilla de centollo, sepionets, oreja con ortiguillas… Soy feliz comiendo todo eso sin mantel y en taburete: soy carne de barra.

 

~ FORMENTERA LADY

Ana Jiménez, chef de Can Dani.

Ana Jiménez, de Can Dani. Foto: Jorge Guitián

Remato la crónica sobre GastroAlicante -congreso y provincia de los que aquí me declaro fan- con un repaso a otras ponencias y platos que me llamaron la atención. En primer lugar, quiero destacar la participación de Ana Jiménez en la cumbre de jefas de cocina. La chef de Can Dani (Formentera) se vio sorprendida en noviembre con la concesión de una estrella Michelin, algo que ni preveía ni se había planteado buscar. Es la primera que lucen las Pitiusas desde 1926, año en que nacieron los famosos distintivos de la guía roja. Ana me contó que lo suyo con la isla fue un flechazo: la descubrió de vacaciones en 2003 y enseguida tuvo claro que ese era su lugar en el mundo. Buscó trabajo y se puso de camarera, pero pronto se dio cuenta de que se tiraba más tiempo en cocina que en comedor. Prefería la sartén al sacacorchos. Y así fue como se hizo cocinera de Can Dani, a las órdenes del joven Borja Molins, que hace un año se fue a Londres, y de Rafa Soler (ahora en el Audrey’s, de Calpe) en el papel de asesor. Acerca de la importancia de hacer piña como equipo, Ana dijo en su ponencia: «Somos unos amigos que cocinan juntos». En este sentido, su pasado como jugadora de baloncesto le ha servido de mucho. Su segundo en cocina, Riki Penas, me explicó las dificultades que tienen para abastecerse en la pequeña Formentera, un handicap importante. La competencia, la falta de agua y la irregularidad de productores y distribuidores ponen las cosas bastante más cuesta arriba que en Ibiza capital. Algunos días de temporada alta ni siquiera les sirven huevos.

Caballa con surtido de escabeches, de Ana Jiménez. Foto: Jorge Guitián

Caballa con surtido de escabeches. Foto: Jorge Guitián

En su ponencia de GastroAlicante, Ana Jiménez se marcó dos platos de paladar mediterráneo. El primero, una caballa marinada una horita con sal, eneldo y romero, rehidratada en aceite y acompañada de un surtido de cuatro escabeches: de verduras, de cítricos y manzana reineta, de encurtidos y de mejillones. Y como guiño a la presencia italiana en Formentera, una coca de aceite con lonchas de vaca gallega, picada de tomate seco, alcaparras y piñones, esferificaciones de vinagre balsámico, lascas de queso curado, mostaza de hierbas, yema cocida y rúcula. Una paráfrasis del carpaccio. A principios de abril arrancan temporada con nuevos platos y más ganas que nunca. Rápidamente, otras grandes recetas que pude gozar: la sensacional langosta con sopa de naranja y miso, de Raúl Aleixandre (Vinícolas); el arroz cremoso de anguila, remolacha y champiñones, de Bernd Knöller (Riff), y dos avisos de la gran cocina que está empezando a firmar el joven Gregory Rome (Brel): arroz bomba y salvaje (crujiente) de pichón con su paté y aire de curry, coco y ajo negro, y el exquisito all i pebre de anguila con emulsión de fresas y ajo. También disfruté viendo la evolución sensata de Odón Martínez, que está llevando bastante más allá la cocina tradicional de El Granaíno, ese querido bar y mesón de Elche. Espero que el foro de GastroAlicante, un congreso a escala humana, siga contando con el archipiélago balear para sus próximas ediciones. Y que éstas no se acaben.

~ PLATOS REDONDOS 4: salmonete con semillas (Bernd H. Knöller)

Salmonete con semillas, de Bernd H. Knöller. Foto: Xavier Mollà

Salmonete con semillas, un plato redondo del restaurante Riff. Foto: Xavier Mollà

El primer ‘plato redondo’ del año es para un pescado del chef Bernd H. Knöller, que regenta en Valencia el restaurante Riff desde 2001. No es un pescado cualquiera, sino el señor salmonete rojo, de roca, sin duda uno de los más sabrosos hijos de Neptuno. De hecho, si el rodaballo se ha ganado el título de ‘faisán del mar’, el salmonete ha recibido con todo merecimiento el título de ‘becada del mar’, denominación probablemente mejor. Los higadillos de ambos bichos son dos manjares -de mar y cielo- difícilmente igualables. El salmonete ha entusiasmado a gastrónomos de todos los tiempos, desde Apicius hasta Josep Pla, que lo sitúa entre los mejores pescados del Mediterráneo. Al chef del Riff se le ocurrió cubrir (y ocultar) su piel con un surtido de semillas porque le daba mucha rabia que los clientes la quitaran y la dejaran en el plato. Y fue una ocurrencia feliz. La combinación de sabores es espectacular. Bernd esconde la piel con pipas de lino, sésamo, calabaza, girasol… Luego asa el pescado en una sartén con un poco de aceite de oliva virgen y sólo por el lado de las semillas, que así quedan adheridas a la piel. No es un plato fácil, ya que cuesta calcular bien el punto de calor: si falta, las pipas no se pegan; si sobra, se queman enseguida. El lomo de salmonete se monta sobre un ragú o guisito de clòtxines (el pequeño mejillón valenciano) y verduras. Para elaborarlo, se cuecen mínimamente las clòtxines (las saca, nada más abrirse, de una en una) y se trocean. Aparte, se blanquean daditos de puerro, zanahoria y calabacín (brevísimo hervor). Se junta todo, se añade un poco de cebollino picado y un poco de caldo de la cocción de los moluscos. Para acabar, se templa esta mezcla sólo hasta unos 45 grados. Dejamos que el paladar mental de los lectores se imagine el resultado de semejante delicia, entre crujiente y jugosita.

~ ARROCES NEGROS

Arroz 'Cenizas', de Quique Dacosta. Foto: El Poblet.

Arroz ‘Cenizas’, de Quique Dacosta. Foto: Pelut i Pelat

Como dejó escrito el maestro Llorenç Millo, el arroz es un producto que, en solitario, sólo es bueno para cataplasmas. Sin embargo, es una gramínea que «admite toda clase de compañías y de todas ellas sabe adquirir sustancias que lo enriquecen y hacen apetecible al paladar». En La taula i la cuina, cita este gastrónomo valenciano cuatro grandes arroces de su tierra: arròs en paella, arròs al forn  (al horno), arròs amb fesols i naps (con alubias y nabos, caldoso) y el marinero arròs a banda. Son sólo el póquer de una baraja infinita. Volví hace poco a la gran ciudad de Valencia -capital que me engancha como pocas- y tuve ocasión de probar dos arroces de corte contemporáneo, ambos suculentos y de color muy negro: el denominado arroz Cenizas, de Quique Dacosta (El Poblet), y el arròs brut (sucio), de Bernd H. Knöller (Riff). El primero, uno de los clásicos del cocinero afincado en Dénia, lleva higadillos de pichón (o becada) a la brasa, trufa negra y trompetas de la muerte, además de un potente caldo de carne, que incluye pato. Es un arroz cremoso de invierno, elaborado con la variedad carnaroli y cuyo aspecto ceniciento se inspira en la quema de los residuos de paja en los arrozales. Está en la onda esencialista y primitivista de Dacosta, que busca unirse al territorio «de una manera sentimental, nostálgica y pura», según explica él mismo.

'Arròs brut' de sepia, de Bernd H. Knöller. Foto: Xavier Mollà

‘Arròs brut’, de Bernd H. Knöller. Foto: Xavier Mollà

El arròs brut de Bernd H. Knöller, de textura entre cremosa y melosa, no tiene nada que ver con su homónimo mallorquín, que es un potente arroz cárnico y caldoso, ya que la receta del cocinero alemán tiene a la sepia como protagonista. Seca los despojos de este cefalópodo y los tritura para obtener un sabroso polvo negro. El arroz, de la variedad albufera, se va removiendo y se liga con aceite de oliva (nada de mantequilla ni de parmesano, «un sacrilegio», según el chef). Por descontado, utiliza un buen fumet de pescado. Al final, se espolvorea generosamente el arroz con el polvo de sepia, que lo irá tintando a medida que comemos. Para crear este plato, el chef del Riff se basó  en la sípia a la bruta, que es un guiso tradicional de patata y sepia sin limpiar (sólo se le quita la pluma). En algunas casas, se liga este estofado con un poco de chocolate rallado.

~ ALGO MÁS QUE COCINERO

El cocinero Bernd H. Knöller creando la foto de portada del libro 'Ànima mediterrània'.

El cocinero Bernd H. Knöller creando la foto de portada de ‘Ànima mediterrània’. Foto: Xavier Mollà

Si Bernd H. Knöller es algo más que un cocinero, su espléndido libro Ànima mediterrània es mucho más que un recetario. Creado al alimón por el chef del restaurante Riff (Valencia) y por el fotógrafo Xavier Mollà, ha sido elegido como mejor libro de gastronomía de España 2012 y ha quedado finalista del Gourmand World CookBook Awards en la categoría de mejor libro mediterráneo. El fallo se conocerá a finales de febrero. Es un libro de cocina y fotografía guisado a fuego lento por dos artistas. Bernd es un cocinero (y no sólo eso) muy peculiar. Dejó los fogones durante una temporada para dedicarse a realizar trabajos sociales en Berlín y estudiar teatro en Liguria. Eso fue después de una intensa carrera profesional de diez años, de los 15 -edad a la que empezó a trabajar como aprendiz en su pueblo natal de la Selva Negra- a los 25. No es que se cansara de su oficio, sino que le asustaba saber única y exclusivamente de cocina y convertirse en un ‘fachidiot’, esto es, un obseso de la técnica, un virtuoso, un especialista insufrible. Sin saberlo, siguió ese sabio consejo que el flautista suizo Aurèle Nicolet daba a sus afortunados alumnos: “No sólo se aprende a tocar la flauta tocando la flauta”. En cocina, tres cuartos de los mismo: para ser buen cocinero, conviene hacer algo más que cocinar. El libro fue presentado bajo la cúpula del Mercat Central de Valencia, uno de los lugares más hermosos de esta ciudad y de los más queridos por Bernd, “cocinero anárquico al que no le gusta ni pesar ni medir”, según le define en el prólogo Xavier Mollà. “No le importa si un mismo plato mañana será diferente”, añade su colega fotógrafo, ya que todo será diferente: el día, el ánimo, el producto, la luz, los clientes… Ha escogido “la peor forma de ser cocinero, una forma que lleva aparejada el sufrimiento, porque el que cambia mucho y sin pausa comete muchos más fallos que el que repite y repite”. O que el que no sabe hacer otra cosa más que cocinar.

~ LA ‘PUTA’ DE VALENCIA (y II)

Imagen nocturna del Mercat Central de Valencia.

Sigo contando en esta segunda y última entrega lo mejor que, a efectos gastronómicos, me pasó en Alicante y Valencia -y lo mejor fue mucho- durante la semana pasada:

6) Mi incursión -solitaria y fugaz- en el Trencadish, local recién abierto por Raúl Aleixandre en una callejuela del barrio de El Carme. Probé el canelón de rabo, la berenjena asada con cebollitas tiernas y anchoa del Cantábrico y el buñuelo de bacalao Ca’ Sento, homenaje al restaurante familiar que fundaron sus padres, uno de los mejores que tuvo Valencia. Yo tuve la gran suerte de conocer y entrevistar a Sento, padre de Raúl, e incluso de acompañarle a comprar y comprobar su fanatismo radical por el mejor producto. La cena en Ca’ Sento, hace diez años, es uno los hitos memorables de mi experiencia como plumilla gastronómico.

7) Compartir un arroz a banda junto a Pelusa en L’Estimat y, esa misma noche, escuchar de cerca sus profundas y turbadoras canciones en el Kaf Café, de Benimaclet. Sin olvidar la rica horchata que nos tomamos en la mítica granja Santa Catalina, camino de la Estació del Nord.

8) Que estando solo en casa de Clara Ruiz, mi hermosa anfitriona del barrio de El  Carme (conocida también como Rara Ruiz), bajase la vecina de arriba, con una tacita en la mano, a pedirme un poco de arroz.

9) El delicioso homenaje que, en forma de almuerzo, nos dimos Clara y yo en el Central Bar, abierto hace tres meses por el chef Ricard Camarena en el maravilloso Mercat Central. Sepionets con tocino y puerro, coca de pisto con atún, un puñado de quisquillas… Para remojar el gaznate, un tinto sabroso: el Mestizaje, con parte de bobal, de la bodega valenciana Mustiguillo.

y 10) Uno de los mejores maridajes (lo siento: aún no hemos inventado una palabra mejor) que he probado nunca. Fue con un postre. Bernd Knöller, chef del Riff, puso una recreación del tradicional arnadí a base de helado de calabaza, mahonesa de almendra cruda y cabello de ángel, y nos lo tomamos con una deliciosa sidra artesanal de la bodega alemana Schneider. ¡Un hurra por la sumiller Paquita Pozo!

~ LA ‘PUTA’ DE VALENCIA (I)

Huevos camperos a la chimenea.

Aunque, en sendas canciones de amor-odio, Senior llame «puta» a València y Rosendo diga que «ni las ratas pueden vivir» en Madrid, yo siempre he gozado de Valencia como de una especie de Madrid mediterránea. Me resulta una ciudad cachonda, imprevisible, temperamental, alborotada, grafitera… Después de ocho años sin pisarla, por allí he deambulado estos días para asistir a la presentación de dos publicaciones gastronómicas: el anuario del diario Levante, que dirige Antonio Vergara y en el que colaboro desde hace años como corresponsal en Baleares, y el libro Ànima mediterrània, creado al alimón por el cocinero Bernd Knöller, chef del Riff, y el fotógrafo Xavier Mollà. También me he arrimado hasta Xàbia (Alicante) en la furgo de Clara Ruiz, anfitriona cordial (de corazón) y persona vinculada desde hace mucho a la restauración: tuvo la única pambolieria que ha habido nunca en Valencia, S´Horabaixa (el pan moreno y los embutidos le llegaban desde Mallorca), y ahora lleva el Chico Ostra, un acogedor café-librería de Benimaclet, barrio popular y que antes era todo huerta. En fin, que no he parado en cinco días, como de costumbre, y esto es lo más me ha gustado:

1) El blat picat que nos preparó en su casa de Xàbia, a los pies del Montgó, la gran cocinera Inés Cardona. Es un potaje ancestral a base de trigo, perfecto para entonar el cuerpo los días de tormenta. De primero, amarga y rica ensalada de llicsons (cerrajas), conillets (collejas) y madroños, todo recién cogido por los caminos.

2) Los huevos a la chimenea que nos comimos de resopón en casa de Inés gracias a su ingenio y a sus gallinas. Primero jugamos a ponerlos de pie sin romperlos, a pulso, tal y como me enseñó el pintor y escultor coruñés José María de Labra (1925-1994): tocándolos tan solo con las yemas de los dedos. Luego los pinchamos con un alfiler -para evitar que estallasen- y los dejamos en un rinconcito, al calor, durante diez minutos.

3) Descubrir, también gracias a Inés, una fruta: el perelló, variedad autóctona de manzana conocida igualmente como cul de ciri.  Tiene forma de pera, pulpa harinosa y piel amarilla con manchas marrones.

4) Por seguir con fruta, las serves maduras que puso Bernd, del Riff, en su guiso de otoño, en compañía de setas, alcachofas, espinacas y güeña asada, un rico embutido porcino.

5) Sin movernos de comedor, compartir manteles en el Riff con Mar Barba, que tuvo en Valencia el restaurante Alghero, y Kristian Lutaud, exjefe de cocina de elBulli y hoy cotizado asesor gastronómico. Este cocinero francés, un entusiasta de la buena música y la buena literatura, creó junto al citado Xavier Mollà el apetitoso y dramático audiovisual en 3D que aquí os dejo: Paisatges idil·lics.