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~ ¡QUÉ COSAS TIENE EL SEÑOR PLA!

Josep Pla recorrió Baleares en 1948.

¿Existe la cocina mallorquina? Cualquier mallorquín te dirá que sí con toda la razón del universo. Casi cualquier turista o viajero despistado te dirá que no y tampoco le faltará una migajilla de razón. Hace 72 años, Josep Pla escribió sobre cocina mallorquina en una guía del archipiélago que le encargó la editorial Destino. El escritor y gastrónomo catalán anota en esta obra aparecida en 1950 que la cocina mallorquina «es recóndita y privada, pero existe». Ahora bien, para dar con ella, no queda otra que trabar confianza con algún lugareño y conseguir que te lleve a comer a casa, ya que en los restaurantes dicha cocina «es inasequible» -en el sentido de inalcanzable- por la sencilla razón de que no se practica. «Después de vivir quince días en el hotel a base de huevos o pescadilla frita y bistec con patatas» -explica Pla-, se produce un error por mero desconocimiento y «el turista tiende a creer que en Mallorca no hay cocina». Conclusión errónea, pero a la que seguirán llegando nuestros visitantes mientras en restaurantes y hoteles se siga ignorando tozudamente la propia cultura. Si bien es cierto que en algún menú económico puede asomar ocasionalmente algún plato tradicional menos conocido, la realidad es que el recetario insular ha sido desterrado de los establecimientos de restauración pública a excepción de esa docena corta de elaboraciones que -curiosamente- se repite en todos lados. Aquí, en el lamento y la denuncia de este absurdo, de este misterio (la desaparición de la cocina mallorquina), coincido con gastrónomos locales como mestre Toni Pinya, Andreu Manresa, Antoni Contreras o el historiador manacorí Antoni Tugores, paciente compilador de cocina antigua.

Pere d’Alcàntara Penya, en retrato al óleo de Ricard Carlotta Miró.

En la citada guía, Josep Pla recuerda con elogios a otro gran investigador del acervo culinario insular, Pere d’Alcàntara Penya, y traduce la receta de sopas de col que figura en el libro La cuyna mallorquina, de 1886. Pla pone las sopes mallorquines (secas y con pan) como ejemplo de esa invisibilidad de la cocina autóctona. «Cansado de oír hablar de las sopas y de no poderlas comer en los lugares públicos», algo que vive como «un suplicio», consigue que se las preparen expresamente en el hotel del Loro, establecimiento de Pollença donde se aloja. No resultó nada fácil que atendieran su petición, ya que, según observa, en Mallorca «los restaurantes viven de espaldas a la cocina del país sobre el cual radican» y la buena comida «se la reservan para sí el dueño y su familia». A los huéspedes se destina «una cocina mucho más distinguida, que consiste en la universal bazofia nacional». Más temprano que tarde, Josep Pla tiene que acabar diciendo la suya (de no hacerlo, reventaría) y ahí es -como buen artista- donde se crece. Al final, la aparición de ese plato de sopas en el comedor del hotel provoca una reacción general de asombro y envidia, por lo que Pla se ve obligado a compartirlas y acaba quedándose con un par de bocados. Aun así, le da para elogiar su «simplicidad y elementalidad», que a su juicio es «lo que cuenta» tanto en la cocina como en lo demás. Volviendo a Pere d’Alcàntara Penya, recordemos que este hombre-orquesta fue escritor, pintor, topógrafo, arquitecto, astrónomo, músico, abogado, litógrafo, matemático, historiador, perito agrónomo e incluso maestro mayor de fortificaciones y obras militares. Un renacentista del XIX. En invierno de 1849 viajó andando de Barcelona a Madrid, lo que le permitió ahondar en la cocina popular de fondas, ventas, posadas y figones mientras subsistía como retratista y miniaturista. No hay mal que por bien no venga y en su caso ese mal consistió en perder la diligencia.

Sopas mallorquinas, en la versión de Xesca Coll.

 

 

 

 

~ LA COMIDA COMO OFRENDA

Tomeu Arbona, en un retrato de Bartomeu Sastre.

Tomeu Arbona, en un retrato de Bartomeu Sastre.

Con vocación casi monacal y un sentido transcendente de su oficio, Tomeu Arbona se levanta de madrugada para practicar lo que él llama “arqueología gastronómica activa”. Hay que abastecer el Fornet de la Soca, comercio del centro histórico de Palma donde ofrece sus premiados “panes de resistencia” (aguantan en óptimas condiciones varios días), sus dulces de antaño y sus deliciosas pastas saladas, desde una empanada de salmonetes a un pastelón de pintada o una coca de cebolla, sobrasada y piñones. Un estilo, el suyo, también de resistencia: hacer las cosas bien, con calma y con sentido, es hoy una actitud que, por desgracia, puede tildarse de revolucionaria. En las antípodas de la industria agroalimentaria, Arbona cocina a conciencia, venerando cada ingrediente y dedicándole –mediante las pequeñas liturgias de su oficio– todo el tiempo que haya de requerirle. En ocasiones, lo artesanal, lo eco y lo sostenible no son sólo artimañas de la mercadotecnia.

¿Qué importancia le concede al factor tiempo, al ‘tener tiempo’, en cocina?

Toda. No quiero que la cantidad, en el sentido de un aumento de la demanda, nos obligue a ir más deprisa, ya que para mí es clave respetar los tiempos de elaboración, que van desde la búsqueda del mejor producto a los acabados de cada pieza. En nuestro obrador no puede romperse esta dinámica de lentitud y tranquilidad, ni en el ambiente ni en el trabajo.

¿Cómo definiría la cocina en relación al otro, al comensal o cliente?

Para mí, el cliente será siempre, en primer lugar, una persona, alguien cercano y a quien busco hacer feliz. Y no lo digo con arrogancia, sino con total naturalidad. Veo la cocina como una especie de ofrenda, como un acto de amor, que empieza desde el momento en que seleccionas los ingredientes. Es una forma de cuidar al otro, no sólo en el sentido de nutrirle, sino de procurarle un remanso de felicidad, por muy austero que sea aquello que le ofreces. Además de crear bienestar, salud y belleza, para mí dar de comer siempre ha implicado afecto.

¿Qué opina sobre el ‘boom’ de la gastronomía?

Bueno, yo tengo una visión holística de la gastronomía, que no coincide en nada con la que pueda llegarnos a través de los medios de comunicación o los congresos de cocina. Es absurdo que tanta gente se quede fuera y no se le dé la importancia que merece por culpa del protagonismo absoluto de los chefs. Me refiero a los productores, sobre todo, cuyo trabajo repercute en la custodia del paisaje y en la economía local. Yo creo en la cocina como algo más real, más esencial, y no como un asunto mediático. Por ejemplo, es una atrocidad que en un territorio turístico como Mallorca nos encontremos con tantas extensiones de campo abandonadas, sin cultivar. Hemos perdido el amor por la tierra.

En el libro que ha publicado sobre cocina tradicional mallorquina, destaca en el subtítulo la palabra ‘intimitat’. ¿A qué se refiere?

Es una referencia al carácter cotidiano, doméstico, de la cocina. Y también a la bondad que implica el hecho de cocinar, ya que es un trabajo que busca el sostenimiento del otro. Creo que hay que volver a la sacralidad de la comida, al tiempo en que se ponía realmente en valor y no se tiraba una manzana como si nada, sin pensar que ese fruto ha necesitado un año para formarse en el árbol. Es importante venerar los alimentos y devolver la humanidad y la conciencia al acto de comer.

Tomeu Arbona, en la visión de Nele Bendgens.

Nuestro protagonista, visto por Nele Bendgens.

A la hora de cocinar, aplica un enfoque historicista de las recetas, fiel a las fórmulas originales. ¿Por qué?

Porque para mí la tradición no son sólo fórmulas, sino unos modos de elaboración vinculados con la propia cultura, con la proximidad de la tierra, con los ingredientes locales, con el utillaje de trabajo, con oficios antiguos e incluso con las tonadas de trabajo, canciones populares que son para mí una gran fuente de inspiración. Hoy en día, ser fiel a la tradición es una suerte de innovación y una forma de honestidad. Curiosamente, cuando presentas unas chuletitas de cordero lechal envueltas en pasta de ensaimada, ¡esto se recibe como si fuera una gran novedad!

Usted se refiere a la cocina tradicional como una “interpretación de la naturaleza, mínimamente trasformada”. ¿Puede desarrollar esta definición?

Claro, la cocina tradicional siempre ha estado ligada al medio natural: es inseparable de la tierra. La conexión con la geografía, con el paisaje, es total, y por eso la cocina mallorquina ha evolucionado de forma lentísima a lo largo de siglos. Recuerdo que en mi casa se hacían unos garbanzos cocidos y aliñados con ajo muy picado, aceite de oliva, pimentón, perejil y tomate torrado, un plato que, de niño, me disgustaba por su sencillez… Pero luego vi que era de una coherencia total: se trataba de aprovechar y valorar lo que se tenía a mano. Todo esto cambia cuando el hombre abandona el cultivo de la tierra y pierde de vista sus raíces. ¡Entonces ya no le queda más remedio que ser creativo!

Si tuviera que contarle a alguien cómo es la cocina mallorquina, ¿qué plato le prepararía?

Haría un estofado dulce de carne cubierto con pasta de ensaimada. Es una conjunción única de sabores y texturas y sintetiza la aportación de las diversas culturas que han pasado por Mallorca. Además, es una expresión de generosidad: lleva pavo, lechona, albondiguillas, frutos secos, piel de mandarina, patató (patata muy pequeña), especias, una picada de almendra… En mi casa, cada comida –también las más humildes– se ha vivido siempre como una fiesta. En este guiso laborioso y festivo (de Navidad) encontramos productos de temporada y mucha dedicación, lo que transmite ese deseo de cuidar a los otros.

¿Cuáles son sus fuentes de inspiración como cocinero y como investigador?

En primer lugar, la naturaleza, a la que acudo diariamente como caminante solitario. También, la memoria gustativa, que se remonta a la infancia. Además, la memoria de una cultura colectiva, que son los conocimientos que me transmiten oralmente la gente mayor o las monjas de los conventos. En cuanto a fuentes documentales, el magnífico Die Balearen, del archiduque Luis Salvador, y los recetarios de cocina, principalmente los de Madó Coloma, Pere d’Alcàntara Penya y el fraile Jaume Martí. También las viejas libretas y recortes recopilados en rastros y tiendas de anticuario, que a veces te deparan maravillas perdidas.

Portada del libro sobre 'Cuina tradicional de Mallorca'.

Portada del recetario de Tomeu Arbona sobre ‘Cuina tradicional de Mallorca’.