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~ LA FONDA DE SÓLLER YA ES PASADO

La Fonda de Sóller, otro local que desaparece.

Las plañideras de Palma no dan abasto. Mes sí, mes también, resuenan sus lamentaciones por algún pequeño comercio de enfoque artesano y tradicional que deja de latir a causa del capitalvirus. Uno de los últimos en finiquitar como consecuencia de esta infección sistémica ha sido La Fonda de Sóller, fundada en 2003 por Rafa Martínez en un primer piso frente a la central de Correos. Al cabo de diez años, la trasladó a la calle Santiago Rusiñol, que sigue siendo epicentro urbano y, por tanto, territorio comanche para modestos emprendedores. El cocinero solleric montó su negocio, junto a María Ponte, con 3.000 euritos en el bolsillo y ahora pretendían cobrarle 6.000 mensuales de alquiler, un despropósito de juzgado de guardia. Detrás de ese incremento abusivo (casi un 50%), se esconde el proyecto del grupo hospitalario Quirón para abrir un centro dental uniendo este local con el de la granja-heladería Longarone, cerrada hace nueve meses. Malos tiempos para la cocina cotidiana, asequible y cercana. Como anota la periodista Lourdes Durán en La ciudad cuántica al recordar el cierre -también muy reciente- del antiquísimo Forn d’es Recó, «los elevados precios de alquileres en el centro de Palma guillotinan nuestras partículas emocionales». Y ahora toca asumir que ya es recuerdo emocionado el espléndido bullit que Rafa y María servían todos los jueves, o el arròs brut de los sábados, o su tapero con lengua, ensaladilla, riñones, callos… «El sector de la pequeña restauración está muy tocado -afirma Rafa Martínez- porque se empeñan en cortarnos con el mismo patrón que a un hotel de cien o mil camas, como si tuviéramos el mismo músculo financiero». Si ajustas precios, como era su caso, y el coste de la materia prima no deja de subir, al final se lo acaban llevando todo entre el Estado y el casero. Hasta hace dos meses, antes de la desescalada, nadie se acordaba de los bares humildes o de las casas de comidas. En invierno veremos quién sobrevive…

El bullit (cocido) que elaboraba Rafa Martínez.

Los cambios suelen ser para bien y ahora Rafa Martínez deja atrás las maratonianas jornadas para dar de desayunar, almorzar y comer por un nuevo proyecto enfocado a la formación postacadémica en Hostelería. Aunque aún quedan detalles por perfilar, el plan es crear en el ParcBit un laboratorio o centro de alto rendimiento para pymes con un enfoque que no se centre exclusivamente en la cocina como oficio. Así, habrá módulos dedicados a repostería, comedor, investigación alimentaria, agrofinca, informática, higiene, riesgos laborales, gestión de recursos humanos e incluso música, psicología o formación inmobiliaria (cada vez más necesaria, como hemos visto). Profesional poco dado a aparecer en los medios, Rafa Martínez se graduó dentro de la última promoción de la Escuela Sindical de Hostelería, donde fue alumno de mestre Tomeu Esteva. Trabajó unos meses con otro maestro de cocineros, el vascocubano Luis Irizar, en la Euskal Etxea de Madrid, e hizo un stage con Fernando Bárcena en el restaurante Aldebarán (Badajoz). Antes de abrir La Fonda de Sóller, estuvo en tres hoteles: Son Antem (de la cadena Marriott), Punta Negra y Bendinat, aquí sustituyendo como jefe a Patxi Morlans. Cuando su fonda estaba a punto de cumplir la mayoría de edad, se ha visto obligado a apagar el gas y ha aminorado el paso para volcar toda su experiencia en un proyecto que parte de una visión global de la gastronomía. Por suerte, ya hay quien no ve al cocinero ni como una influyente estrella ni como un burro de carga.

~ IBICENCO ACCIDENTAL (I)

Samuel G. Galdón, chef de Destino.

Samuel G. Galdón, chef del hotel Destino.

Reincidí sin oponerme, sí, lo hice: volví a Eivissa, un lugar que me seduce y me enerva, que me pone y me repele… Mayo y noviembre, sin calores, son los dos únicos meses en que me atrapa y vence del todo, especialmente si me pierdo a deshoras por caminitos de carro. Ya son incontables las visitas desde 2003, cuando peinaba la isla en busca de buenos restaurantes para la guía Gourmetour. Y sigo jugando a descubrir un lugar donde mover a gusto el bigote y, ya de paso, refrescar el garguero, todo para poder contarlo a mi legión de famélicos lectores. En esta última ocasión he cumplido el objetivo por partida triple. Comí espléndidamente bien en el hotel Destino gracias al cacereño Samuel G. Galdón, viejo conocido de Mallorca: estuvo en Cas Puers y Cas Xorc, así como junto a Josef Sauerschell en El Olivo y en Es Racó des Teix. Como prueba de gratitud y devoción hacia este maestro alemán, tiene en carta uno de sus clásicos: el costillar de cordero en costra de hierbas y aceitunas. Samuel se graduó en la primera promoción de la Escuela de Cocina Luis Irizar y, tras una larga estancia en la sierra mallorquina, trabajó once meses con Jean Louis Neichel. Marchó luego a Shangai como chef ejecutivo de una cadena hotelera y logró sobrevivir año y medio con un batallón de 350 cocineros a su cargo. De casta le viene al galgo: su padre regentó el mesón El Montero.

Salmonete soasado con caviar y puré de bergamota, de Destino.

Salmonete con caviar y bergamota, de Destino.

Admito mi culpa: haber tardado demasiado en visitar (aunque la dicha es buena) a este magnífico y humilde cocinero. Samuel G. Galdón llegó a Eivissa para la apertura del Destino y -cosas del ídem- aquí sigue desde 2013. Está en su mejor momento y lo demostró en tres platos de mar magistralmente maridados por el asturiano Víctor Vaquero con otros tantos monovarietales de aúpa. Crujiente y delicado sándwich de sardina con aguacate, pico de gallo, chipotle y trufa (prescindible), con Amodiño 2015 de Eladio Piñeiro (albariño). Imponente cigala (talla 000) con manitas deshuesadas al curry y ajo negro, acompañado de El Tesón 2012, un mencía creado por Raúl Pérez para Camino del Norte. Salmonete soasado (espléndido de punto y frescura) con caviar y puré de bergamota, con otro monovarietal merecedor de 101 puntos sobre 100: el Ignios Listán Negro 2015, tinto de Borja Pérez, de la bodega tinerfeña Ignios Orígenes. Y aún gocé de otro tinto memorable con el cochinillo: el Grano a Grano Graciano 2015, del riojano Abel Mendoza. Así da gusto. Se nota que el sumiller tuvo un buen maestro: Miguel G. Galdón, hermano del chef (ahora en Nobu como general manager). Por nivel de cocina, bodega, servicio, instalaciones y emplazamiento (terraza con vistas a Dalt Vila y toda la bahía), una cena en Destino no puede faltar en la agenda del gourmet solitario, el que se mueve a sus anchas en primavera u otoño. Los cabos son lo mejor de la temporada.

~ TOMEU CALDENTEY, PARADIGMA DEL COCINERO

Tomeu Caldentey, chef del restaurante Bou.

Tomeu Caldentey, chef del restaurante Bou.

Conforme al origen etimológico de la palabra, el alumno se alimenta de las enseñanzas de su maestro, encargado de criarlo y de hacer que crezca. Tomeu Caldentey (1972) tuvo como maestro de cocina a Toni Pinya (1951), docente e investigador imprescindible. Y Toni Pinya fue discípulo de Tomeu Esteva (1920-2010), cocinero tan relevante en Mallorca como lo ha sido Luis Irizar para el País Vasco. Nada surge de la nada: el oficio se va traspasando de generación en generación mediante la relación directa de esos fugaces e intensos magisterios. A Tomeu Caldentey le gusta recordar una frase de Toni Pinya, que éste heredó, a su vez, de Tomeu Esteva: “Al final, no hemos de olvidar que sólo somos cocineros”. Ni más ni menos. Lo decía un maestro que se refería al comensal como “su Majestad el cliente”. Majestad: tratamiento que, según la Real Academia Española, sólo ha de darse “a Dios, emperadores y reyes”. El diccionario del Institut d’Estudis Catalans prescinde de la referencia monoteísta.

También Tomeu Caldentey ejerció como docente durante seis cursos académicos, justo antes de abrir restaurante propio, Es Molí d’en Bou (hoy simplemente Bou), en abril del 2000. A sus 28 años, se convirtió en un espejo para muchos aspirantes a chef. No olvidemos que fue el primer cocinero mallorquín en conseguir una estrella de la tediosa Michelin, ni que lleva luciéndola desde hace quince ediciones (2004-2018). Es sólo un dato (me carga toda esa mandanga competitiva). Lo cuento porque Caldentey está en una tierra de nadie o generación intermedia entre los pioneros de la nueva cocina mallorquina, como Benet Vicens (Béns d’Avall), y esos profesionales más jóvenes que la han llevado al terreno de la vanguardia, caso de Maca de Castro (Jardín). Durante un tiempo, le tocó a él tirar del carro, prácticamente en solitario. La perseverancia y el rigor han hecho de él un líder humilde, escéptico y tranquilo.

La cocina de Tomeu Caldentey es –como suele ocurrir en los mejores casos– un reflejo de su particular personalidad: laboriosa, delicada, sensata y reflexiva. Su evolución le ha llevado de cocinar en el comedor (a la vista del comensal) a servir en la cocina, donde ahora se desarrolla casi todo el servicio, como si de una función se tratara. Además, ha creado una serie de pólvores inspiradas en la pólvora de duch (polvo de duque) descrita en el Llibre de Sent Soví, tratado medieval de cocina catalana. Son mezclas de hierbas, especias y otros ingredientes, que pueden servir como condimento, agente aromatizante o rebozado. Por ejemplo, la pólvora groga (amarilla), a base de azafrán, ajo y pimentón,  condimenta el yogur que va con la morena ibérica: dados de papada cubiertos de piel de morena más hinojo marino y toques cítricos. Por acabar con un plato más reciente, citaré el denominado ‘tuétano vegetal’, reunión otoñal de tubérculos (boniato, chirivía, salsifí) cocidos y salteados en mantequilla noisette, presentados sobre una rodaja de apionabo y acompañados de un puré de este ingrediente (a la vainilla), trufa, shiitakes y espuma de tuétano.

(Artículo publicado en el catálogo de la XVI edición del congreso gastronómico Madrid Fusión)

~ COCINERO ‘ELEMENTAL’

Koldo Royo, a los 17 años, en un concurso de coctelería.

Koldo Royo, a los 17 años, en un concurso de coctelería celebrado en Guipúzcoa (quedó segundo).

«¡Corre, corre, corre…! ¿¡Pa qué correr tanto!?», exclama y se pregunta Koldo Royo, con quien cené anoche en la casa vasca Es Molí d’es Pou. Mi plan era tomar cuatro pinchos y proseguir camino, pero al final fueron cuatro horas escuchando al cocinero más dicharachero del cosmos. Su evolución profesional es ejemplar e inimitable: ha pasado de lucir estrella como chef durante veinte años a vender perritos en una camioneta: El Perrito Cervecero. De la ensalada de ostras con granizado de agua de mar -uno de sus clásicos- al hot dog mallorquín, ilustrado con mahonesa de sobrasada. La simplificación llevada a su extremo. Ahora se dedica, como él dice, a la «cocina elemental». Y se declara «un hombre feliz». Koldo Royo, hijo de barero (el bar Antonio, de Donosti), llegó a Mallorca en 1984 para inaugurar como chef el restaurante Porto Pi, fundado por Antonia Nadal. Vino recomendado por el maestro Luis Irizar, con quien había estado trabajando en la Euskal Etxea, de Madrid. Fue desembarcar y sorprender al público local con su crema fría de melón con gambas y sus creps de txangurro. Enseguida ganó la estrella Michelin. En 1989 inauguró su propio restaurante y se puso más creativo: merluza en papillote (galicismo inaudito en la isla); lomos de salmonete (¡desespinados!) con salsa de naranja; codornices rellenas de foie y pétalos de rosa con salsa de té. Al cabo de un año, llegó la recompensa en forma de estrella. Un postre atómico del 2000: bizcocho de sobrasada con helado de miel, bulbo de hinojo en almíbar y salsa de fruta de la pasión. A finales de 2008 bajó la cancela y se tomó un año sabático. Reabrió como Aquiara, bar de tapas. Y esta primavera, después de traspasarlo, volvió a dar la campanada al reaparecer como vendedor de hot dogs en la Beer Palma. Ahora se dedica a ampliar su carta de perritos gracias a la variedad de guarniciones y aliños: el perrito andaluz lleva almendras y habitas tiernas; el árabe, cuscús y mahonesa de especias; el mexicano, guacamole y salsa de cuatro quesos… Todos jugosos y chorreantes. Próximamente, perrito japonés by Koldo Royo.

~ VIGENCIA DE LA NUEVA COCINA VASCA

Luis Irizar, patriarca de la Nueva Cocina Vasca.

Fue hacia 1978, quizás un año antes, cuando un grupo de catorce cocineros guipuzcoanos redactó el manifiesto de la Nueva Cocina Vasca. Entre ellos, el veterano y maestro era Luis Irizar. Los más famosos, al cabo de los años: Juan Mari Arzak, Karlos Arguiñano y Pedro Subijana. En dicho texto, proponen ¨investigar en caseríos, sociedades, etxekoandres [amas de casa], arrantzales [pescadores], etcétera, platos un tanto perdidos por el transcurso del tiempo […] sacándolos a relucir con el fin de que vuelvan a ser otra vez platos del recetario actual vasco¨. Otra de las premisas de la revolución blanca -como se denominó a este movimiento culinario- es ¨que la materia prima sea de primerísima calidad¨. A tal fin -deciden los cocineros- ¨nos ponemos de acuerdo con caseros [payeses], pescadores, etcétera, para que, por ejemplo, los primeros nos críen los pollos como se deben criar, garantizándoles su salida, y con los pescadores, pidiéndoles una serie de productos que antes no pescaban¨. Después de más de treinta años, movimientos como Slow Food siguen reivindicando esto último: la prioridad del producto autóctono (de la tierra) y local (criado en la tierra), y la colaboración solidaria entre productores y cocineros. En Mallorca, esta sigue siendo una de las asignaturas pendientes de la restauración, donde se imponen masivamente los productos foráneos. Otra catástrofe gastronómica es que las recetas tradicionales hayan sido desterradas de la inmensa mayoría de restaurantes. La Nueva Cocina Vasca nació de la visión inspiradora de Paul Bocuse durante la I Mesa Redonda sobre Gastronomía convocada por Club de Gourmets en 1976. Su filosofía sigue hoy, por suerte y por desgracia, plenamente vigente.