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~ ROJA Y SIN ESPINAS: ¿QUÉ ES?

Un momento de la final del I Concurs Internacional de Cuina amb Gamba de Sóller.

Pocos serán siempre los honores que se le hagan a la esbelta y jugosa gamba roja. Si hay un divo en la Tierra (del elemento tierra), éste es sin duda el jamón ibérico, que acostumbra a posar orgullosamente en el photocall del Olimpo gastronómico junto a la diosa roja del mar: la vedette y el bellotero. Cada uno del ámbito natural que le es propio, y ambos del reino animal, son dos manjares de calidad superior y que apetece comer en todo momento. Más de un vegano me ha confesado que sólo peca -al menos dos veces al año- con este par de invencibles tentaciones. ¿Quién podría resistirse a nuestra gamba rayada?

Logotipo del concurso culinario con gamba roja.

Esgrimiendo su escepticismo y sorna habituales, el escritor Josep Pla dejó escrito que la popularidad de los crustáceos se debe al hecho de carecer de espinas. Un simple detalle anatómico que, por lo visto, debe relajar a la mayoría de comensales, sobre todo a aquellos más vagos y melindrosos. O poco diestros con la lengua, entre cuyas misiones está la de detectar (y retirar) objetos punzantes no deseados. Sea como fuere, en la localidad mallorquina de Sóller se rinde merecida pleitesía a la gamba vermella con un concurso de cocina para profesionales que este año celebra su segunda edición: el consistorio solleric abrió ayer el plazo de inscripción a través de la página web del certamen, cuya final se celebrará el lunes 19 de septiembre. Una buena forma de hacer justicia (con la gamba) y de promocionarse internacionalmente como destino gastronómico a través de la propia despensa. Chapeau!

El francés Kristian Lutaud y Ricard Camarena formaron parte del jurado de la primera edición.

Además del maestro catalán, otros literatos de buen diente han afilado su ironía a la hora de hablar de gambas y mariscos varios. En Comer y beber a mi manera, el castellonense Manuel Vicent dice que no hay mejor aperitivo que «media docena de gambas hervidas con agua de mar, servidas frías y acompañadas de una cerveza helada o un vino blanco del Penedès». Para ejemplares grandes, el tiempo de cocción no ha de superar los dos minutos. Como habrá observado quien haya visitado los barrios señorones de Madrid, el marisco goza de gran predicamento entre ejecutivos y ociosos de alta alcurnia: «En las marisquerías de moda -escribe Vicent- los empresarios que acaban de cerrar un negocio redondo saludan a sus amigos con una cigala en la mano». Según sigue contando, lo mismo hacía, pero con sus enemigos, el dramaturgo fascista Alfonso Paso, quien agitaba crustáceos para aventar el éxito de sus tontas comedias y sembrar la envidia entre los parroquianos bohemios del café Gijón. En El banquete del mar, el gastrónomo valenciano Lorenzo Millo carga contra esa «invención diabólica» llamada cóctel de gambas, «condumio nefasto» en que «la baja calidad de los mariscos empleados» trata de enmascararse gracias a la socorrida salsa rosa. No creo que veamos mucho kétchup en el concurso culinario con gamba de Sóller, cuya primera edición ganó Raúl Linares, jefe de partida del biestrellado Voro. El nivel de los platos finalistas estuvo a la altura de esa dama de rojo a la que atosigan sin reparos tantísimos pretendientes, incluyendo veganos laxos.

Raúl Linares recibe el premio de manos de Lourdes Plana, presidenta de la Real Academia de Gastronomía.

~ GAMBA Y ‘ESTRELLA’ ROJA

Lourdes Plana y Maca de Castro, en rueda de prensa.

La gamba vermella desfilará sobre alfombra roja y entre estrellas rutilantes el mes que viene en el puerto de Sóller. Pocos ingredientes como este crustáceo provocan tantas adhesiones culinarias y han sido objeto, en los últimos años, de tal dedicación por parte de inspirados cocineros, desde Bittor Arginzoniz a Kiko Moya, por citar dos estilos y latitudes distantes. Hoy se ha dado a conocer la composición del jurado del I Concurs Internacional de Cuina amb Gamba de Sóller, que suma cinco estrellas Michelin y siete soles Repsol. Además de la presidenta de la Real Academia de Gastronomía, Lourdes Plana, formarán parte del tribunal los cocineros Maca de Castro, Ricard Camarena, Kristian Lutaud y Josef Sauerschell. Las dos primeras estuvieron en la rueda de prensa celebrada ayer en Palma para promocionar el certamen, que tendrá lugar el lunes 20 de septiembre en el puerto deportivo Marina Tramontana y, por enfocar con más precisión, en la azotea del restaurante Suculenta, con vistas panorámicas a la bahía sollerica. Una cita auspiciada por la concejalía de promoción económica del Ajuntament de Sóller y que vincula territorio, sector primario, cultura local y placer gastronómico. La inscripción, de carácter gratuito, permanece abierta hasta el 20 de agosto a través de la web del concurso, cuya organización corre a cargo de Aina Pons (Tres Cultura), que lleva la coordinación técnica; Kiko Martorell (Can Boqueta), responsable de la logística culinaria, y quien esto firma, Andoni ‘Ajonegro’, como director gastronómico.

El valenciano Ricard Camarena estará en el jurado.

Con dos estrellas Michelin -a las que este año suma la Estrella Verde- y tres soles Repsol, Ricard Camarena acaba de recibir el premio como Cocinero del Año en la última edición de Madrid Fusión, congreso que ya le distinguió en 2006 como Cocinero Revelación. El chef valenciano empezó alquilando el bar de la piscina de su pequeño pueblo natal, Barx, y muy pronto se convirtió en el mejor intérprete (iba para músico) de la síntesis entre vanguardia y raíces. Un binomio que también ha marcado la evolución de Maca de Castro, representante de lo que ella define acertadamente como «cocina mallorquina libre» y cuyo restaurante del Port d’Alcúdia es el único de Balears con tres soles en la guía Repsol. En el otro extremo de la isla (y del estilo culinario), Josef Sauerschell ostenta la estrella hoy más antigua del archipiélago: la viene defendiendo desde 2003. Maestro-artesano reconocido por todo el sector, este chef alemán inauguró en 1985 los fogones de La Residencia, hotel de Deià donde gobernó 15 años. Y a sus 66 sigue acudiendo todos los días a su taller de Es Racó des Teix para ofrecer una cocina académica y sólida, esto es, armada con profundo conocimiento del oficio y producto siempre a la vista. Tampoco podía faltar en el jurado un representante francés por la vinculación histórica de Sóller con el país vecino a través de la emigración y el comercio marítimo. Un dato: a finales del siglo XIX había 43 restaurantes regentados por sollerics sólo en la ciudad portuaria de Marsella. Será un referente internacional: Kristian Lutaud, natural de Lyon y cocinero de El Bulli durante cinco años, primero como segundo de Jean Paul Vinay y después compartiendo jefatura con Ferran Adrià. Un jurado de altos vuelos y altos gorros, tal como se merece la pequeña reina de los mares… y de los manjares.

~ AL CALOR DE UN ‘BARET’

Miquel Ruiz abrió El Baret de Miquel en el casco viejo de Dénia hace ocho años.

En la trayectoria de todo periodista gastronómico, hay ágapes, platos o veladas especialmente memorables, experiencias reveladoras que han marcado un antes y un después. En mi caso, una de esas vivencias profesionales fue, hace veinte años, una comida en el restaurante La Seu, de Moraira, con Miquel Ruiz al frente de la gestión y de los fogones. Me sorprendió su perfeccionismo, tanto en preelaboración como en puntos de cocción y condimentación, y me emocionó su capacidad para transfigurar el recetario alicantino: fue uno de los pioneros de lo que se bautizó como cocina neotradicional, tendencia que luego haría estragos (y hasta hoy) con desigual fortuna. Desde entonces he seguido con interés el rumbo laboral de este cocinero ‘de culto’ que, por suerte para todos, en 2011 decidió dar carpetazo al postín y a la engañifa mediática para abrir un bar en una esquina de la parte vieja de Dénia: El Baret de Miquel. Y si digo «para todos» es porque ese golpe de timón le ha favorecido tanto a él, que ahora cocina felizmente y llena a diario, como al público, que puede disfrutar de una gran cocina a precios humanitarios. ¿Y por qué ocurre todo eso en un pequeño bar o baret? Según cuenta Miquel Ruiz, porque no encontraba una buena taberna en su entorno y decidió abrir una, explicación tan rápida como coja, pero comprensible. Si bien las instalaciones y el ambiente son los propios de un bar cálido y plebeyo (sin pompa que valga), la oferta gastronómica se corresponde más con un bistró de cocina de mercado, así que no todo es entrar y pedirse un chato. Es más, las reservas sólo pueden hacerse a través de su web y tiene más de tres semanas de lista de espera. Está claro que ha encontrado su sitio, su lugar en el mundo, y que ha conectado con la parroquia local, que es a lo que debería aspirar cualquier negocio. Al fin, sin necesidad de medrar, ni de aspirar a rankings internacionales, ni de buscar la excelencia y demás zarandajas.

Su versión de las populares patatas bravas.

Lo bueno de El Baret de Miquel es que ofrece una cocina que es, eso sí, un homenaje al bar de barrio. Tiene (o ha tenido a lo largo de estos ocho años) patatas bravas, chips con salsa de berberechos y lima picada, olivas al vermú, alitas mensajeras (servidas en un sobre), croquetas (de fesols i naps, como en el tradicional arroz caldoso), cocas saladas, higaditos de pollo, hueva de atún con avellana (en forma de caramelo), ensaladilla rusa (en brazo de gitano), gildas, buñuelos de bacalao o bocadillo… ¡de arroz a banda! Bocados populares filtrados por el tamiz creativo de Miquel Ruiz, con raíces a la vista pero sin apegos localistas a la hora de acoplar condimentos. Si de aquella memorable comida en La Seu recuerdo como si lo tuviera delante el marinado de vieiras con crema de arròs amb fesols i naps y helado de atún y soja, de mi última visita podría destacar al menos media docena de platos, todos ellos bastante abigarrados (el rococó levantino) pero también cabales en cuanto a combinatoria de sabores. Coca de trigo antiguo con aceite de yemas de pino, pimiento confitado y escabeche de perelló, variedad local de pera. Esponja cítrica de ceviche con erizo, caldo de tomate de colgar, guacamole, hinojo marino, salicornia, codium y otros vegetales marinos (cuaja la esponja con colas de pescado de toda la vida y no con polvitos). Consomé meloso de pepino, melva, jengibre y raïm de pastor (uña de gato). Tartar de gambas con caldo de fesols i naps, un manjar frío-caliente. Ñoquis de acelga y tinta de sepia con crema de almendra amarga y tendones de ternera. Y seis: lecha (pez limón) con mucho morro, otro sabroso mar y montaña con boniatos a la sal como guarnición. Y de anteriores incursiones, recuerdo su berenjena a la brasa con turrón de piñones y bonito salado, así como la estimulante caballa en escabeche con helado de tomate, pan y anchoa, otro mazazo de mediterraneidad.

Miquel Ruiz, patrón de El Baret de Miquel.

Miquel Ruiz demostró sobradamente en La Seu –ya a finales del siglo XX– que podía llegar a lo más alto, pero dio media vuelta a tiempo al ver que estaba errando su camino. Lo suyo no era el perfeccionismo primoroso, ni el culto pueril a la competitividad. Hoy puede presumir de tener un bar que lleva su nombre (y no su apellido) y que es el santuario gourmet más barato de la Marina Alta. De la admiración que se le profesa en su comarca, en su provincia y mucho más allá, dan fe las confesiones que me han hecho colegas suyos como Dani Frías, Kristian Lutaud o Ricard Camarena, por citar a tres grandes cocineros. Y también habla en favor de esa devoción el hecho de que dos creaciones suyas se hayan imitado hasta ganarse la condición de clásicas: el pastisset de hígado de pato y boniato, homenaje a la popular empanadilla dulce, y el figatell de sepia, versión marinera de un embutido tradicional a base de hígado y magro de cerdo. En sus tiempos como chef de culto (sólo para gourmands), Miquel Ruiz pensaba en términos de creatividad culinaria y luego la aplicaba al producto, pero ahora lo hace justo al revés: antes que la modernidad, sitúa el territorio. Y si antes abusaba del vacío y vivía sin vivir en él, ahora ha redescubierto la llama viva, la inmediatez del fuego amigo. Disfruta de su duro oficio cotidianamente y vive cada servicio con la intensidad y el genio de un adolescente. Ya no es la puesta en escena lo que le preocupa: ahora ya sólo se ocupa del sabor y del día a día… en un humilde baret.

Tendedero de caramelos de hueva de atún con avellana.

~ LA ‘PUTA’ DE VALENCIA (I)

Huevos camperos a la chimenea.

Aunque, en sendas canciones de amor-odio, Senior llame «puta» a València y Rosendo diga que «ni las ratas pueden vivir» en Madrid, yo siempre he gozado de Valencia como de una especie de Madrid mediterránea. Me resulta una ciudad cachonda, imprevisible, temperamental, alborotada, grafitera… Después de ocho años sin pisarla, por allí he deambulado estos días para asistir a la presentación de dos publicaciones gastronómicas: el anuario del diario Levante, que dirige Antonio Vergara y en el que colaboro desde hace años como corresponsal en Baleares, y el libro Ànima mediterrània, creado al alimón por el cocinero Bernd Knöller, chef del Riff, y el fotógrafo Xavier Mollà. También me he arrimado hasta Xàbia (Alicante) en la furgo de Clara Ruiz, anfitriona cordial (de corazón) y persona vinculada desde hace mucho a la restauración: tuvo la única pambolieria que ha habido nunca en Valencia, S´Horabaixa (el pan moreno y los embutidos le llegaban desde Mallorca), y ahora lleva el Chico Ostra, un acogedor café-librería de Benimaclet, barrio popular y que antes era todo huerta. En fin, que no he parado en cinco días, como de costumbre, y esto es lo más me ha gustado:

1) El blat picat que nos preparó en su casa de Xàbia, a los pies del Montgó, la gran cocinera Inés Cardona. Es un potaje ancestral a base de trigo, perfecto para entonar el cuerpo los días de tormenta. De primero, amarga y rica ensalada de llicsons (cerrajas), conillets (collejas) y madroños, todo recién cogido por los caminos.

2) Los huevos a la chimenea que nos comimos de resopón en casa de Inés gracias a su ingenio y a sus gallinas. Primero jugamos a ponerlos de pie sin romperlos, a pulso, tal y como me enseñó el pintor y escultor coruñés José María de Labra (1925-1994): tocándolos tan solo con las yemas de los dedos. Luego los pinchamos con un alfiler -para evitar que estallasen- y los dejamos en un rinconcito, al calor, durante diez minutos.

3) Descubrir, también gracias a Inés, una fruta: el perelló, variedad autóctona de manzana conocida igualmente como cul de ciri.  Tiene forma de pera, pulpa harinosa y piel amarilla con manchas marrones.

4) Por seguir con fruta, las serves maduras que puso Bernd, del Riff, en su guiso de otoño, en compañía de setas, alcachofas, espinacas y güeña asada, un rico embutido porcino.

5) Sin movernos de comedor, compartir manteles en el Riff con Mar Barba, que tuvo en Valencia el restaurante Alghero, y Kristian Lutaud, exjefe de cocina de elBulli y hoy cotizado asesor gastronómico. Este cocinero francés, un entusiasta de la buena música y la buena literatura, creó junto al citado Xavier Mollà el apetitoso y dramático audiovisual en 3D que aquí os dejo: Paisatges idil·lics.