Posts Tagged ‘ Juan Romero ’

~ LA SONRISA ANISADA DE JOAN VICENS (1955-2020)

Joan Vicens, ante una olla de caracoles.

Me llega algo tarde la infausta noticia y le toca el ingrato papel de mensajero al fotógrafo y amigo Tarek Serraj: el cocinero Joan Vicens murió el 6 de diciembre de 2020, año desolador, de tantas y tan cuantiosas pérdidas en lo humano. De los 65 años vividos, Joan dedicó casi 50 a su oficio. Y ya hace 30 que abrió en primera línea del Port de Sóller el restaurante Las Olas, cuyos fogones defiende desde hace tres años su hijo y tocayo. A la edad de 15 se puso a estudiar para cocinero en la Escuela Sindical de Hostelería (en la calle Font i Monteros, de Palma), donde fue alumno de mestre Tomeu Esteva, quien más de una vez tuvo que darle un tirón de orejas: «Como yo era un chaval, solía decirme que no me fuera tanto de juerga y que me centrara más en la escuela», recordaba Joan Vicens en una publicación que dirigí sobre la muerte de su maestro en agosto de 2010. Joan trabajó mucho, como todo cocinero que cocina, pero no se olvidó de vivir, que es también pasárselo bien y aderezar asiduamente la amistad. Su entrañable y pícara sonrisa es un recuerdo que ahora duele y, en parte, reconforta. Con sólo 16 años ganó el I Campeonato de Arroces de Mallorca y, una vez finalizados los estudios, hizo las prácticas de empresa en el Club de Mar, donde se puso a las órdenes de Juan Romero, primero jefe y luego amigo. Vicens empezó a catar la realidad agridulce del turismo en el hotel Garonda, uno de los más antiguos de s’Arenal, y en el lujoso Victoria. Este establecimiento del paseo marítimo de Palma, cuya cocina dirigía el catalán Joan Dunjó, dio cobijo a Marlene Dietrich, quien actuó en Tito’s en 1973, John Wayne, Edward G. Robinson, Omar Sharif, Van Morrison o Jorge Luis Borges, entre otros huéspedes notables. Es muy probable que a algunos les diera de comer.

Joan, en un retrato de hace 21 años.

El peregrinaje profesional de Joan Vicens prosiguió en el hotel Es Molí, de Deià, donde Toni Pinya le fichó para llevar la partida de salseros, lo que equivale a segundo jefe. Pinya le recuerda como «un gran trabajador», con ojo clínico para calcular al milímetro las cantidades: si tenía que elaborar solomillo de cerdo al estragón para un banquete de cien comensales, por ejemplo, al final «nunca le sobraba ni medio cucharón de salsa». MasterChef y compañía son una gran sandez al lado de una vida de cocinero que cocina cada día. Ya en su Sóller natal, estuvo en los fogones del Monument, restaurante de menús, y en el hotel Espléndido. En 1981 fundó Las Olas, casa de comidas que enseguida se hizo célebre gracias a sus pescados al horno, sus platos de cordero mallorquín, como la paletilla rellena, y sus arroces, entre ellos un caldoso a la marinera que incluía rape, gambas, mejillones, alcachofas, tirabeques y judiones (garrofó). Según la receta que él mismo me pasó para el anuario gastronómico del diario Levante, al final lo bautizaba, ya en sopera, con unas gotas de Pernod, pero nunca se afrancesó en cocina. Como postres, sus clásicos eran el biscuit de higos con salsa de chocolate-miel y la sopa de naranjas de Sóller con mousse de chocolate, que alegraba con crema inglesa mentolada y gelée de peppermint. Entre sus discípulos sollerics, le apreciaban especialmente Guillem Méndez (El Olivo, Deià), Xisco Martorell (Fergus, Gran Hotel Sóller) y Tolo Trias, que tuvo sus años de gloria y pelea en el Xoriguer, de Santa Catalina, formando tándem con Óscar Martínez. Tozudo e incorregible, pero siempre con la broma en los labios, Joan deja un rastro de afable bonhomía, ojos risueños y aromas anisados. Cuando se van personas como él, la tasa de absurdo global se dispara en sangre.

Arroz a la marinera, un clásico de Las Olas.

~ DESVIACIÓN GASTRONÓMICA

Estampa del puerto pesquero de Lekeitio, en Bizkaia.

Más de una vez me han preguntado y me he preguntado cómo llegue a adentrarme (o a perderme) en el mundo del periodismo gastronómico, algo que no tuve previsto -y ni siquiera pude imaginarme- antes de los 30 años. Justo antes de cumplirlos, me sumí en una crisis profesional (una más) tras un año largo en Diario 16 como redactor raso. Me pusieron de cronista de tribunales y me tocó cubrir el Calviàgate, proceso contra dirigentes del PP que acabó en una condena irrisoria. En esta cabecera publiqué informaciones muy ajenas al mundo de la gastronomía y, como prueba, algunos titulares: «48 horas de dignidad» (sobre una huelga de peones magrebíes), «El insomnio de los refugiados» (sobre el atentado contra el albergue social Es Refugi), «El Supremo ratifica la condena contra un confidente [policial] por tráfico de cocaína», «Ideal para ataúdes» (sobre la secta Nueva Acrópolis) o «Un año de prisión para el primer insumiso juzgado en Baleares». También entrevisté al escritor Cristóbal Serra, al fiscal Adrián Salazar y a los periodistas Pepe Rodríguez y Joaquim Maria Puyal. Solía comer de menú, con el tiempo justo, y siempre era lo mismo: del bar a la redacción -deglutiendo el café- y a vaciar la mochila. El cambio -la revelación o desviación- se produjo en la villa marinera de Lekeitito en agosto de 1994. Para ser más precisos, en El Gallo, taberna gobernada por varias generaciones de mujeres, responsables de las cazuelas de cocina tradicional que siempre lucían, tan apetitosamente, sobre la barra. Una de esas tascas umbrías en que las cuadrillas de bebedores (de vino) aún se arrancaban a cappella. Ahí me di cuenta o al menos fui plenamente consciente, con Marina Ruiz, de cuánto me gustaba comer y beber bien, sobre todo unos chipirones en su tinta y otros guisos salseros (como me diría más tarde en una entrevista el cocinero Jacinto del Valle, «la cocina es mojar pan»). La cuestión es que -conocedora tanto de mi crisis como de mi buen diente- mi compañera de placeres dejó caer, entre bocado y bocado, que en Palma se impartían clases de Cocina en el instituto Juníper Serra. No le di mayor importancia, pero fue volver a la isla y matricularme. El finiquito y algo de paro, más un par de colaboraciones mal pagadas, me daban margen para estudiar con cierta despreocupación. El objetivo no era profesional: lo que quería era aprender a cocinar, ya que asociaba esa habilidad a un tipo de vida más autosuficiente y hedonista: ¡al fin se iban a acabar los menús de bar!

En mayo de

En 2005 me estrené en Club de Gourmets, revista decana en gastronomía.

Así di el golpe de timón, a los 30 años cumplidos y sin saber qué rumbo estaba tomando ni, por tanto, cuál había de ser el destino. Como de costumbre, todo se fue desenvolviendo sobre la marcha y -¿para qué preocuparse?- nada fue como uno podría haber esperado. Acabé el ciclo formativo e hice las prácticas de empresa en el restaurante Xoriguer, bajo el magisterio de Juan Romero, cocinero al que debo el buen consejo que entonces me brindara: centrarme en el periodismo gastronómico. Según me dijo convencido -corriendo el año 1997-, no había nadie que, al menos en Baleares, escribiera de las cosas del comer con suficiente conocimiento de causa. Otro consejero fue, en idéntico sentido, mi tío Iñaki Sarriegi, peskatero y gourmand a quien dediqué en este blog un indeseado obituario. Y así, casi sin darme cuenta y al principio sin excesiva convicción, empecé a publicar, sobre todo a partir de 1998, textos sobre gastronomía en pequeñas guías y revistas efímeras. Toni Pinya, Benet Vicens, Marc Fosh y Juan Carlos Azanza figuran entre los primeros cocineros a quienes tuve la suerte de entrevistar durante esos años de iniciación. Desde entonces, no he perdido el contacto con ellos. De hecho, el primero participó este mes como contertulio en la presentación de Mallorca Gastronomical Tour, nueva guía a la que he aportado ochenta y tantas reseñas. Más de treinta años separan este último encargo del primer reportaje de cierto empaque que -con fecha 24 de octubre de 1988- publiqué en la prensa balear. Fue portadilla de la sección de sucesos del diario Última Hora y trataba sobre el intrusismo denunciado por el colectivo profesional de detectives privados. Más tarde, entre 2003 y 2009, me tocaría a mí ejercer el anonimato laboral propio del investigador al trabajar como inspector gastronómico para la guía Gourmetour, primero en las islas y luego en la provincia de Gipuzkoa. La clave fue -una vez titulado como Técnico de Cocina- decidirme a unir mi experiencia periodística con los conocimientos de hostelería recién adquiridos. Sólo esa especialización y el ineludible reciclaje tecnológico podrían haber hecho posible mi supervivencia como plumilla. Otro punto de inflexión fue, en 2011, la creación de este blog, lo que me permitía convertirme -siempre que quisiera- en mi propio editor. Nunca he soportado por mucho tiempo la atmósfera oficinesca de las redacciones, donde también han acabado imponiéndose la hipereficiencia, la adustez y el individualismo más rampante. Y así fue como dije adiós al indigesto menú de bar.

~ HOMENAJE A GÉRARD TÉTARD

Gérard Tétard.

Gérard Tétard, en Ses Rotges.

No sería justo enterarse de la merecida jubilación de Gérard Tétard, chef de Ses Rotges, y no dedicarle unas sinceras líneas de agradecimiento y admiración, a modo de tributo personal. Por motivos inexplicables (¿chovinismo?, ¿ignorancia?), la prensa local nunca le ha hecho demasiado caso, pese a haber obtenido para Baleares la primera estrella Michelin (¡y mira que ahora se cacarean!) en 1977. La mantuvo hasta la edición de 2005 -lo que da un total de 29 biblias-, año en que decidió devolverla porque no veía claro el relevo generacional. Siempre recordaré que Toni Pinya y Juan Romero me recomendaron la visita a Ses Rotges. Era imposible que dos grandes maestros de cocina anduvieran equivocados. Gérard Tétard empezó a cocinar el 12 de agosto de 1962, a la edad de 13 años, en el Hotel Restaurant de la Gare, una pequeña posada de Aurec-sur-Loire. Su primera misión profesional consistió en desmoldar fromage blanc, postre del día, y añadirle un poco de nata. Allí se quedó a trabajar durante tres años. A lo largo del invierno, riguroso en la provincia del Haute Loire, el mercurio descendía por debajo de los veinte bajo cero. Saltaban los tapones de las botellas de vinagre -congeladas- y se atascaban durante días y días los grifos de los baños. En las frías noches con nieve, se solía gastar la broma de mandar a algún novato a cazar le dahu, un animal tan esquivo como imaginario. Pero la diversión no podía prolongarse hasta muy tarde, pues a las siete menos cuarto de la mañana los aprendices tenían que estar ya manos a la obra, limpiando la cocina y el horno de carbón.

William y Gérard Tétard.

Analizando un postre con su hijo William.

Abril de 1974 es una fecha clave en la vida de Gérard Tétard. A principios de ese mes viaja a Mallorca porque su tío, el repostero Carlos Ferragut, le ha dado una pista fiable y que cambiará su destino: Roland y Georgette Proust quieren vender el pequeño hotel-restaurante con doce habitaciones que regentan en Cala Rajada desde 1968. Llega en barco, con un 4L, un martes por la noche y el lugar le convence a primera vista. Hace 43 años Cala Rajada era un paradisiaco pueblo de pescadores en cuyas calles –casi siempre despobladas– aún podían verse carros tirados por burros. Ningún parecido con la insufrible masificación y el turismo basura que hoy hemos de soportar en casi todos los rincones de la isla. Por aquel entonces, en Mallorca apenas nadie se interesaba por la gastronomía y sólo había dos tipos de restaurante: el turístico, cuya oferta se limitaba al escalope y la parrillada, y el de carretera, que servía una cocina mallorquina tirando a mediocre. No se hablaba de nueva cocina y las costumbres eran bastante arcaicas. A Gérard le sorprendieron varias. Por ejemplo, que en una carnicería del Mercat de l’Olivar se vendieran, además de chuletas, cigarrillos de estraperlo. En poco tiempo, el chef pasó de servir steak a la pimienta negra a sorprender con la mousse de cangrejos de río, el pâté en croûte de pescado (terrina encostrada en pasta de pan) o el soufflé de rodaballo con espinacas, que se emplataba en el comedor. Pasan los años y una noche de verano de 1992 baten su propia marca: 112 cubiertos. Esta temporada la familia Tétard ha decidido cerrar el restaurante. William, también cocinero, lo ve como algo provisional y apunta la fecha de 2020 para una posible reapertura. A veces, para tomar impulso, es muy conveniente parar.

~ BALEARES 1976-2016 (I)

Juan Romero, chef de Áncora y Xoriguer.

Juan Romero, chef de Áncora y Xoriguer.

¿Qué pasaba en las remotas Baleares mientras se celebraba en la capital aquella célebre I Mesa Redonda de la Gastronomía, encuentro auspiciado por Club de Gourmets en 1976 y en que se presentó la nueva cocina vasca? Dos años antes el cocinero Gérard Tétard (Lyon, 1948) había cogido el hotel-restaurante Ses Rotges (Cala Rajada, Mallorca), merecedor de estrella Michelin en la edición de 1977, la primera para las islas. Ese mismo año abría el Violet (Cas Concos, Mallorca), donde el catalán Josep Maria Flo iba a romper moldes con su lubina a las algas (cosechadas diariamente en Cala Figuera) o aromatizada con pinaza verde. En 1984 este cocinero regresó a Barcelona y acabó especializándose en home economist (estilismo de alimentos). La conexión vascomallorquina llegó de la mano del Áncora: antes de abrir (Palma, 1980) los cocineros Juan Romero y Juan Carlos Azanza fueron destinados a Madrid para adiestrarse junto a Ramón Roteta, a la sazón chef de El Amparo. La aventura del Áncora duró dos añitos y Romero fundó en 1983 el Xoriguer, uno de los punteros de la restauración palmesana. Mientras tanto, en el interior de la isla despunta el ‘celler’ Can Carrossa (Lloseta), donde Joan Abrines actualiza recetas ancestrales (estofado dulce de ternera con naranja) y estrena en 1982 una fórmula que luego –y hasta hoy– será imitadísima: menú-degustación (corto) de cocina mallorquina de mercado.

Gerhard Schwaiger, en el Tristán.

Gerhard Schwaiger.

Durante la segunda mitad de los ochenta, empiezan a sonar con fuerza los nombres de dos grandes profesionales alemanes: Josef Sauerschell y Gerhard Schwaiger. Ambos trabajan para un público de alto standing. El primero ha estrenado los fogones de El Olivo, restaurante del hotel La Residencia (Deià), con platos que resultan modernos para la Mallorca de aquel entonces: gambas con mango o sorbete de campari-naranja. Por su parte, Schwaiger ha sido enviado por Heinz Winkler (Tantris) para dirigir el opulento Tristán, pero muy pronto cogerá las riendas en solitario. Con platos como la jalea de tomates con crema de caviar y medallón de bogavante, conseguirá en 1990 su segunda estrella Michelin. Un año antes –y tras su paso por el Port Pi– ha abierto casa propia en Palma el cocinero donostiarra Koldo Royo, que sorprende a la parroquia mallorquina al presentar el txangurro dentro de creps. En el restaurante que lleva su nombre sirve también codornices rellenas de foie y pétalos de rosa con salsa de té. Simultáneamente, el francés Gérard Deymier introduce en Mallorca la cocina fusión en el refinado Port Petit, de Cala d’Or.

 

~ DE VIOLET A TÁRTARO

Toni Ripoll, chef del Tártaro,en Palma.

Toni Ripoll, chef del Tártaro (Palma).

El cocinero Toni Ripoll (ex Paladar) ha vuelto al ruedo de los fogones tras un año sabático. Acaba de abrir el restaurante Tártaro en el barrio palmesano de Santa Catalina, donde hay mucho de todo pero poco bueno. Lo que menos abunda, lamentablemente, es la cocina mallorquina, que este chef domina gracias a su abuela y a sus estudios en la Escuela Sindical de Hostelería. Allí tuvo como maestro a Tomeu Esteva y como condiscípulos, a Juan Romero, Juan Carlos Azanza, Toni Pinya o Joan Vicens: una promoción de grandes chefs. En 1982, abrió en Valldemossa el restaurante S’Arxiduc, donde fue pionero en cambiar la carta diariamente y en cocinar a la vista del respetable. Hacía merluza rellena de gambas y espinacas al calvados con crème brûlée salada. Ese mismo año se trasladaba al casco antiguo de Palma el restaurante Violet, fundado por Josep Maria Fló en una casa campestre de Cas Concos en 1977. Toni Ripoll admiraba a este gran cocinero catalán y ahora le rinde homenaje en la carta del Tártaro con su ensalada Violet, que lleva exquisitos riñones de ternera en finas láminas, manzana, arroz, lombarda pochada en cava y una salsa de mahonesa, tomate, mostaza y aceite de trufa. Fló tenía en carta -y de eso hace casi cuarenta años- caldereta de cigala real con codornices, civet de liebre con moras silvestres, lubina a las algas, que él mismo recogía diariamente en Cala Figuera… O perdiz al barro: albardada con tocino, envuelta en col, encerrada en arcilla, cocida al horno y servida a la vista del comensal. ¿Quién hace hoy esos platos en Mallorca? Tras una etapa de ocho años en la isla, Fló decidió regresar a Barcelona y retomar su carrera como publicista, especializándose en home economist o estilismo de alimentos. Su laboriosa y refinada cocina puede disfrutarse ahora en recetarios como Cocina mediterránea de fin de siglo, donde se me hace la boca agua con platos como los rollitos de ternera rellenos de paté de sesos y gorgonzola, el flan de manos de ternera y nabos con buñuelos de caracoles, los riñones de conejo salteados con alubias pintas estofadas y gelée de jerez o la lasaña de sepia en hojas de vid con criadillas de cordero en escabeche y trigo crujiente. ¡Que se quiten carpaccios y miniburgers al lado de todo eso! Toni Ripoll me cuenta que le gustaría hacer una cocina más elaborada y personal, pero no hay suficiente público (a la gente, no la sacas del frit y del sushi). Por ejemplo, preferiría hacer unas alcachofas rellenas con su correspondiente salsa y sus guarniciones y hasta su gratén, antes que unas alcachofas simplemente rebozadas, pero los clientes le piden esto último. Será cuestión de no hacerles caso y empezar a educarles el gusto. Por ahora, su gran baza es la cocina mallorquina de mercado (unas siete sugerencias del día) y su delicadeza en precios. Ejemplos de ayer mismo: guiso casero de albóndigas (7 euros), calamar a la mallorquina con su tinta, pasas, piñones y coliflor (8,50), dentón a la plancha (12)… Por encargo, arroces al gusto, tanto en ingredientes como en textura, del socarrat al caldoso. El nombre de Tártaro no le hace justicia, pero la fama es la fama y se ve obligado a poner carne cruda. Para los griegos, el Tártaro era una húmeda mazmorra del inframundo, nada que ver con la luminosa cocina de este honesto chef (y ex pinchadiscos) al que los ojos le hacen chiribitas cuando te cuenta un plato.

~ ESTRELLAS ENCENDIDAS

Tomeu Caldentey (Es Molí d'en Bou) y Macarena de Castro (Jardín).

Tomeu Caldentey (Es Molí d’en Bou) y Macarena de Castro (Jardín).

El título de este artículo no tiene ni la más mínima connotación navideña. Se refiere a las famosas estrellas de la biblia Michelin. La guía francesa ha repetido palmarés en Mallorca: cinco astros para otros tantos establecimientos. Por orden de antigüedad en la defensa de su estrella: Es Racó d’es Teix (desde 2003), Es Molí d’en Bou (2004), Zaranda (2011), Es Fum (2012) y Jardín (2012). La perdió, por cierre, el opulento Tristán. Un dato preocupante: cuando se presentó la edición 2013, el día 22 de noviembre, tres de los cinco estaban ya de vacaciones. Sólo seguían con los fogones encendidos Tomeu Caldentey, de Es Molí d’en Bou, que no cerrará este invierno, y Macarena de Castro, del Jardín, que dará su última cena en Nochevieja y reabrirá en marzo. Por su parte, Fernando Pérez-Arellano trasladará Zaranda al hotel rural Son Claret, entre es Capdellà y Galilea. Su reestreno en esta nueva ubicación está previsto para abril. El día que se anuncian las estrellas siempre me acuerdo de Gérard Tétard, chef de Ses Rotges, que fue el primero en recibirla en Mallorca y la mantuvo durante 17 ediciones: de 1977 a 2005. La segunda estrella cayó en 1981 y fue para el Áncora (Palma), cuya cocina dirigieron Juan Carlos Azanza y Juan Romero. Este consiguió otra estrella al abrir su propio restaurante, el Xoriguer, en 1983, y la mantuvo hasta la edición de 1994. También suelo recordar, por añoranza, la magnífica cocina que ofrecía Marc Fosh en el hotel Read’s, con merecida estrella de 2003 a 2009. Otro de los chefs con más estrella ha sido el donostiarra Koldo Royo, que en 1987 la ganó para el Porto Pi y la lució en su restaurante de 1990 a 2007. La gran pifia de Michelin llegó en 2011, cuando le dieron una estrella a un restaurante cerrado y que no ha vuelto a abrir: el Gadus, de Cala d’Or. El único con dos estrellas ha sido el Tristán, de Gerhard Schwaiger, quien de 1991 a 2009 pudo presumir del par de galones. Yendo a Gipuzkoa, mi segunda tierra, afirmo que mientras el Zuberoa, de Hilario Arbelaitz, siga con una sola estrella (perdió la segunda en 2009), no me fiaré de los criterios gastronómicos de la biblia roja.

~ EL REGRESO DE NEICHEL

Jean Louis Neichel, en la cocina de Andreu Genestra.

Jean Louis Neichel, en la cocina de Andreu Genestra.

Cena a manteles, el domingo por la noche, en la terraza del restaurante Andreu Genestra con un invitado especial: el maestro alsaciano Jean Louis Neichel, un tipo jovial y campechanote, con gafas finas y blanca perilla. En 1974, él fue quien puso El Bulli en el mapa, cuando nadie lo conocía, al conseguir una estrella Michelin con platos como el flan de erizo de mar y lubina. En la cena de ayer, sacó de su chistera dos mar y montaña: tartar de buey con foie y cangrejo de mar, y vieira con trufa, gamba roja, panceta confitada y trinxat de sobrasada. Neichel llegó al restaurante de Capdepera, se abotonó la chaquetilla y se puso manos a la obra. Al llegar con tiempo, tuve ocasión de charlar con él y de verle abrir los solomillos de vieira por la mitad para rellenarlos con trufa de verano. Se implicó a fondo y sudó la gota gorda. Entre bambalinas, hablamos de su relación con la isla y se acordó de Juan Romero, a quien conoció cuando era jefe del Áncora, pionero de la nueva cocina en Mallorca a principios de los ochenta. Por los fogones del Áncora pasaron, en calidad de cocineros invitados, Pedro Larumbe, Isidre Gironés y Josep Lladonosa, entre otros primeros espadas de la cocina. Romero acaba de jubilarse tras una larga carrera con final feliz en la Escola d’Hoteleria. Unos van y otros vienen. Entre los últimos, y pisando fuerte,  Andreu Genestra, que trabajó cinco meses en el restaurante barcelonés de Neichel, adonde iremos el próximo invierno para rechupetear la cabeza de una becada y dejarla sin sesos.