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~ MESAS PARANORMALES (y VII): FUSIÓN19

Javier Hoebeeck, jefe de cocina de Fusión19.

Arroces tópicos e insulsos solomillos, voilà lo que va buscando el común de los mortales foodies, tal vez porque sea lo más fácil de encontrar y de entender. Por eso resulta paranormal que continúe trabajando a tempo vivace -al menos en fin de semana- este interesante local camuflado en una carretera turística. Fusión19 tiene como cocinero pensante -y también en la ejecución cotidiana- a Javier Hoebeeck, joven profesional que ha relevado a Juanjo Genestar, ahora en los fogones vecinos del nuevo Ca’n Pescador (el Grupo Boulevard tiene otro restaurante homónimo en Port de Pollença). Por razones comerciales, Fusión19 diversifica su oferta entre un capítulo de sushi, una carta sucinta y un menú-degustación de tono contemporáneo, y tal vez a causa del nombre y la identidad creada, Hoebeeck se siente obligado a asiatizar sus recetas de autor. La mayoría de obligaciones representan un lastre que, si se quiere avanzar creativamente, un día habrá que lanzar alegremente por la borda. No contaré todo el menú (fueron diez pasos y cerca de veinte elaboraciones), pero sí lo que más y lo que menos me sorprendió. Entre los detalles notables, su cremosa versión de la ensaladilla rusa (¿puede haber algo más comercial?), que monta sobre un fino crujiente de pasta wanton y adereza con guindilla, huevo duro picado y emulsiones de anchoa y de oliva manzanilla. En su sencillez, el mejor aperitivo.

Remolacha a la sal con higos y leche de higuera.

Entrando ya en materia de platos, el más iconoclasta y menos oriental fue la remolacha a la sal con su mermelada y su jugo anisado, cortada en finas lascas y acompañada de higos, mousse de queso azul, huevas de arenque y bautismo de leche de hojas de higuera: ¡savia nueva! Lucha sin cuartel entre notas dulces y amargas para una composición con riesgo y que -tengo la manía de fijarme en todo- no acaba de encajar en el paladar acomodado del público comarcal, más propenso a arroces tópicos e insulsos solomillos. Prosigamos con los aciertos, ahora ya en clave más clasicista. Los pichones llegan volando en avión desde Bresse y se descuartizan para afinar cocciones: las pechugas se adoban mesuradamente con curry rojo y se soasan al kamado y las patas se guisan lentamente, al modo tradicional, y se lacan con una reducción del propio estofado más vino tinto y miel. De guarnición, maíz también en dos texturas: palomitas garrapiñadas y deliciosa mazorca a la llama. Como segundo complemento, llega al rato un bombón almendrado de los interiores del ave, con excesivo protagonismo del cacao (hubiera preferido una quenelle de paté con más concentración de sabor). En resumen, un plato de corte convencional pero muy bien trabajado.

Postre de Hoebeeck inspirado en Marruecos.

Lo menos sorprendente, sin duda el plato de pescado: un rodaballo en serie. Es triste que ya no sorprenda tropezarse en menús de este nivel con ingredientes de segunda, máxime cuando hay en lonjas y mercados especies locales tan salvajes como sabrosas y asequibles. Una pena, porque la receta está bien planteada: el pescado se hornea envuelto en hoja de plátano, al modo de un papillote, y se guarnece con una hoja de pak choi a la brasa (muy conseguida) napada de una crema apilpilada de coliflor. Buenos puntos de cocción, detalles de zanahoria fermentada y aroma sutil (no invasivo) a lima kaffir. El menú, que cambia cada tres semanas, se cerró con un plácido viaje a Marruecos: exquisito helado de pistacho con melaza de miel, bizcocho de dátil, cremoso de limón en salmuera, tierra de algarroba, suave merengue de ras-el-hanut… Un postre que, en mi opinión, admite más carga de especias. Por suerte, todos esto puede comentarse con el chef sin provocar un conflicto internacional, ya que su inteligencia (véase humildad) le permite encajar tranquilamente las críticas. Hoebeeck es un cocinero de última generación: nació en 1991. Estudió en la Escola d’Hoteleria e hizo las prácticas de empresa en Zaranda. Viajó luego al restaurante Azurmendi, donde celebró como jefe de partida la obtención de la tercera estrella. Tras ampliar estudios en el Basque Culinary Center, estuvo cuatro meses en Narisawa, templo de la vanguardia naturalista nipona, y otros cuatro en El Celler de Can Roca. De nuevo en la isla, cumplió dos temporadas en el Jumeirah del Port de Sóller junto a Javier Soriano. Llegó a Fusión19 en 2016. Su plan a más largo plazo es poder seguir abriendo, de jueves a domingo, durante este crudo otoño.

Pichón de Bresse con maíz.

~ SALTOS DE COCINERO (III)

Detalle de la carta de La Paloma en 1971.

Detalle de la carta de La Paloma en 1971.

Tercera y penúltima entrega sobre cambios y novedades en el ramo de la restauración mallorquina, siempre con una zona esplendorosa y otra medio mustia. Seguimos en el barrio de la Lonja, donde el empresario sueco Michael Appelquist ha fichado a Miki Tsigaris como chef ejecutivo de Chez Camille, Wineing y La Paloma. En este último local toma el relevo de Javier Soriano -ahora en tierras andaluzas- y ofrece una carta de sugerencias de corte rusticano y salsero: rabo de buey con cremoso de patata y trufa; ragú de solomillo de vacuno con setas; pollo campero relleno de foie y orejones; presa ibérica con salsa de oporto... Se mantiene en carta el top-hit de la casa: costillas de cerdo glaseadas con una mezcla secreta de ocho salsas orientales. En la nueva champañería Chez Camille, la especialidad es el entrecot con salsa a la mantequilla Café de París. También hay ostras (los jueves) y platos al cava, desde choricitos a gambas con espinacas. Tsigaris cursó hasta cuarto de Medicina en Florencia, donde aprendió a guisar junto a Francesco Berardinelli. Ya en Mallorca, pulió su oficio con Marc Fosh en los mejores años del hotel Read’s (2002-2005) y luego fundó el Living, donde trabajó a un buen nivel y llegó a destacar en la cambiante y variopinta oferta del barrio palmesano de Santa Catalina. Tras unos años de dispersión, puede volver a la palestra, pero es probable que requiera de más brigada en cocina. No querría ver morir de éxito a un restaurante con tantísima solera y en cuya carta de 1971 se tradujo paella ciega como paella for blind.

Vieira con cremoso de patata, almendras y vinagreta.

Vieira con cremoso de patata, almendras y vinagreta.

Otra reaparición sonada es la del gallego José María Jordan, que repesca para Palma su proyecto de Casa de Comestibles tras dejar Es Roquissar, en Valldemossa. Ya lo intentó en la Colònia de Sant Pere a principios de 2012 pero pinchó en hueso (una casera que debía en luz fortunas) y tuvo que cerrar enseguida. Su plaza actual tampoco es fácil, pero queda más a mano: justo detrás de s’Escorxador. Abrió a principios de abril, sin hacer ruido y con platos como las anchoas marinadas con ensalada de zanahorias encurtidas, la lubina con alcachofas (mejor asada que al vapor) o la suculenta pata de ternera con garbanzos (pródiga en pimentón, su ingrediente fetiche). Jordan disfruta de su oficio y no escatima en producto. Da entrante, carne o pescado (siempre fresco y salvaje) y postre por 28 euros mondos y lirondos. Si pides pescado y carne, por 32. De cara a los rigores del verano, se aleja del fuego: trempó con carpaccio de pulpo, tartar de gambas con cilantro y jengibre, serviola curada en casa al estilo nórdico, rape crudo con eneldo y lima… Más platos de estreno: bacalao asado con crema de ajos, col salteada y aceite de pimentón de la Vera, o su magnífico postre monovarietal (only almond) a base de crème brûlée de turrón y minicake de almendra mallorquina (con receta de su bisabuela). Próximamente, picaña de ternera (de Jiménez Barbero) asada al momento en su nuevo horno para bajas temperaturas desarrollado por El Celler de Can Roca para la firma Distform. Alta tecnología, vajilla vintage, ambiente muy acogedor y amable servicio a cargo de Esther Pisos, inseparable de este chef cordial, inquieto y socarrón, a quien le gusta hacerlo todo à la minute.