Posts Tagged ‘ Guggenheim-Bilbao ’

~ PONGAMOS QUE HABLO (I)

Manzana con chocolate, de Elena Arzak.

Manzana con chocolate, de Elena Arzak.

«Aquí no queda sitio para nadie», dice una canción sobre Madrid. Y lo cierto es que este año no cabía ni un tallo de cebollino en el congreso gastronómico Madrid Fusión. Hacía años que no se veía semejante animación y nunca, en catorce ediciones, se había registrado tanta presencia balear. Aunque no hubo ponentes de las islas en el auditorio principal, Andreu Genestra dio un taller sobre cerdo ibérico y una demostración de cocina con turrones, Marcel Ress disertó sobre cítricos y el chef del Zaranda, Fernando P. Arellano, preparó un tentempié en el estand de la DO Oli de Mallorca. También lucieron chaquetilla blanca Igor Rodríguez (Bite), Aleix Viada (Randemar), Nono Martínez (La Vermutortillería y Escuris), Carlos Botella (Valparaíso), Joan Porcel (Oliu) y Margalida Alemany. A mí me tocó este año presentar a dos ponentes vascos: Josean Alija y Elena Arzak. Sobre el chef del Nerua (Guggenheim-Bilbao), destaqué el componente poético de su cocina, que se resuelve en platos evocadores, insinuantes, sutiles e incluso enigmáticos, pero nunca herméticos. Quise subrayar que, a pesar de ese lirismo, su cocina se deja entender: la suya, es una vanguardia que transmite, una vanguardia comprensible y, por tanto, útil. Sus elaboraciones no requieren de manual de instrucciones, ni de un maître que las justifique, ya que no pecan de excesos conceptuales. Y sobre Elena Arzak, celebré que en el restaurante familiar de Donosti se siga practicando, después de cuarenta años, la nueva cocina vasca, un movimiento que se presentó en sociedad durante aquella mítica mesa redonda organizada por Club de Gourmets en 1976. Nueva y evolucionada, lógicamente: el celebérrimo pastel de cabracho ha dado paso al tamal de ventresca de bonito con mojo de maíz dulce. Hoy, junto a la experimentación y la búsqueda de nuevas sensaciones para el comensal, en Arzak siguen mandando los sabores y la materia prima de Euskal Herria. No se han cortado amarras con la tradición, ni se ha perdido ese hilo invisible que hace que podamos seguir hablando de vanguardia con raíces. Además, el establecimiento ha sabido conservar, a pesar de todo el prestigio internacional y de las sucesivas reformas, la atmósfera mágica de una casa de comidas, ese punto cotidiano y bullicioso que lo hace humano, equidistante tanto del lujo encopetado y elitista como del divismo pseudopunki, buenrollista y confianzudo. Sin comedias.

~ BILBAO TROPICAL (y II)

Surtido de esencias de Nerua para el maridaje sin alcohol.

Cinco esencias del Nerua. Foto: Andoni Epelde

Dos menús de aúpa -decía- pusieron la guinda a 2015 gracias a una escapada a Bilbao, ciudad que cuento entre mis favoritas desde mucho antes de que se oyera hablar del Guggen. Me gustaba gris y envuelta en sí misma y sigue gustándome radiante y de colores. En un rinconcito de ese museo, Josean Alija investiga sin tregua y procura alimento sorprendente, sabroso y saludable en el restaurante Nerua. ¿Vanguardia con raíces? Una definición posible para el estilo de un chef que se marca como objetivos «el placer y la felicidad» de sus clientes, toda una declaración de principios. No hace falta que nadie te explique sus platos, pues hablan por sí mismos. Quitando algún trampantojo residual, su cocina no peca de excesos conceptuales ni juega a desorientar al comensal a base de experimentos egocéntricos. Es patente -y así ha de ser en cualquier cocina de autor- el desarrollo de un lenguaje propio y que en su caso contiene, según mi lectura, una carga poética que lo hace único. Sus platos nacen de una larga y rigurosa meditación sobre el producto y son evocadores, delicados, sutiles, insinuantes. En ocasiones, incluso misteriosos e introspectivos, pero nunca herméticos o indescifrables. No requieren de un manual de instrucciones. Su vanguardia -y esto es lo más relevante- resulta comprensible: transmite y, por tanto, deviene útil. Nunca hay carencia de sabor. Es más, la agudeza, el ingenio a la hora de reunir sabores siempre ha sido uno de sus rasgos distintivos.

Kokotxa de bacalao al pil-pil de berberechos.

‘Kokotxa’ cremosa de bacalao al pil-pil. Foto: José Luis López de Zubiria

Esa cualidad reaparece en muchos de los platos de su última carta, que ganan en complejidad gracias al trabajo sobre maridaje sin alcohol desarrollado desde hace tres años. El vino ya no ostenta la supremacía en Nerua. Hay una carta paralela de cincuenta esencias elaboradas a partir de frutas, flores, semillas, raíces, cereales, especias, frutos secos… Bebidas alternativas creadas expresamente para complementar y arropar con nuevos matices -a medida- platos específicos. Entre los binomios más inspirados, la cremosa kokotxa de bacalao con pil-pil de berberechos, que se acompaña de una esencia de tamarindo. Su puerro salteado con uvas, fondo de pescado y perejil, homenaje a la popular porrusalda, se combina con la esencia de membrillo y tomillo limón. Otro casamiento feliz es el de las alcachofas de Tudela con praliné de almendra, fondo de jamón y perifollo, realzadas por un jugo de granada, pomelo y cilantro. Combinaciones cálidas y armoniosas, a la vez que refinadas y profundas. El juego se prolonga hasta los postres: su espléndido cabello de ángel con crema de limón y helado de sisho encuentra en la pera y el jengibre sus cómplices líquidos. Josean Alija viaja a la esencia, al centro del producto, en una lucha constante por comprenderlo y transcenderlo. Movida por el deseo de ir más allá, su cocina logra que cada ingrediente revele lo que hasta el momento había ocultado.

 

~ COCINA ES COCINA

Cremoso de aguacate, lágrimas de pomelo y coco helado, postre del Nerua (Guggenheim-Bilbao).

Cremoso de aguacate, lágrimas de pomelo y coco helado, postre del Nerua (Guggenheim-Bilbao).

De unos años a esta parte, se ha venido debatiendo si la cocina -o al menos cierto tipo de cocina- debería entrar o no en la categoría de arte. Hasta la fecha, no tengo opinión al respecto, tal vez porque es un tema que no acaba de interesarme. Para mí, un cocinero es alguien que te da de comer bien o muy bien. Tampoco voy a exigirle que me emocione ni que me haga pensar demasiado, por muy tecnoemocional que sea. En quince años, el tiempo que llevo dedicándome al periodismo gastronómico, sólo me han dado dos buenas definiciones de lo que sería un profesional de los fogones: según Agustín de Haro, a quien tuve de profesor en la escuela de hostelería del instituto Juníper Serra, un cocinero es «un artesano con prisas», y según Santi Santamaria, es «un señor con veinte despertadores en la cabeza». La verdad es que yo no admiro particularmente a los cocineros, así como tampoco a los deportistas, lo que no impide que pueda disfrutar de una danza de Xavi Hernández, derviche balompédico. Aunque de higos a brevas pueda emocionarme algún plato, no creo que la aportación de un cocinero vaya a alcanzar nunca, ni de lejos, la universalidad de la obra literaria de Chéjov. No la liemos: fútbol es fútbol, cocina es cocina y arte es arte. Por decirlo más claro: ningún cocinero le llega a Bach ni a la suela de los zapatos. La semana pasada estuve comiendo en el Nerua, restaurante vinculado al museo Guggenheim-Bilbao. Su chef, Josean Martínez Alija, apela a «la inspiración y la experimentación» a la hora de crear un plato, afirma que en su oficio hay «una búsqueda de la emoción» y quiere que sus platos «estén llenos de contenido». Su cocina es indudablemente creativa y personal: tiene estilo. De lo que probé en su menú basado en 12 productos, que así se titula, me quedo con los guisantitos lágrima con yema de huevo y vainilla (goloso sabayón) por la calidad de este caviar vegetal, manjar de primavera. Los postres, fuera de serie, sobre todo el juego de sabores aguacate-pomelo-coco, combinado con un txakoli dulce de la bodega Itsasmendi (Gernika). También las natillas de calabaza con bergamota (un cítrico), galleta de enkir (trigo antiquísimo de los Pirineos) y helado de cerveza. Y el delicado milhojas de patata con crema de manzana asada y lima, homenaje a los ricos pasteles de hojaldre. Sea o no artística, es cocina original: de autor. Cocina rara, imprevisible, a ratos inquietante y de talante radical. Lejana pariente del arte.