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~ EMOCIONES GASTRONÓMICAS DEL AÑO

Escena infantil en la exposición 'Menjamiques'.

Jugando en ‘Menjamiques’. Foto: Juan Pérez

Por hábito, estupidez, manía o lo que sea, uno (yo) se pone, a estas alturas de diciembre, a hacer recuento del año. En mi caso, no diré que haya sido un año redondo, pero sí ovalado. Teniendo en cuenta que prefiero el huevo a cualquier otra cosa, incluyendo frutas perfectamente esféricas, el balance es muy bueno. Por sexto o séptimo año consecutivo, hemos asistido a la debacle de la alta cocina (expresión ya de por sí boba), cuyos últimos estertores se perciben desde hace tiempo sin necesidad alguna de auscultación. Hace dos veranos, el periodista Rafael García Santos, en modo agorero, me decía que dentro de unos años (pocos) no quedarán más de cien restaurantes de campanillas «en todo el mundo». No es un vaticinio errado. La gastronomía es un reflejo del mundo: los cuatro ricos, cada vez más ricos, y el resto, potaje. Buen año, como iba diciendo, sobre todo por la cantidad y calidad de cocineros -más o menos o nada famosillos- con quienes he tenido la gran suerte de conversar durante horas o segundos: Jean Louis Neichel, Mario Sandoval (ambos cocinaron fugazmente en Mallorca), Paco Morales (en Torralbenc, Menorca), Hilario Arbelaitz, Eneko Atxa, Edorta Lamo, Grégory Goulot, Enrique Medina, María Salinas, Enrique Pérez, Roberto Martín, Paco Parreño… 2013 empezó con buen pie, ya que me tocó presentar a la cocinera Maca de Castro en el congreso Madrid Fusión, tal vez el momento más emocionante del año. Puestos a escoger emociones gastronómicas, no puedo olvidarme de la exposición Menjamiques, del fotógrafo Miquel Julià, donde AJONEGRO se presentó en sociedad con sus pintxografitos y las sobrassadèliques de Cesc Reina. Ya estoy tramando el segundo sarao offline, donde los ingredientes volverán a ser tres: humor, irreverencia y sabor. Otro momento emocionante fue la comida junto al periodista José Carlos Capel en el restaurante de Santi Taura, que no se duerme en los laureles a pesar de los éxitos cosechados y por cosechar. También he celebrado, con emoción, la apertura de La Coqueria en el Mercat de Santa Catalina. Feliz idea de Katja Wöhr y Maria Solivellas, que han hecho -y además bien- lo que ahora todo el mundo dice que ya había pensado hacer. Y el año se está marchando airosamente, siempre con alguna sorpresa para el paladar, como la torteta a la brasa que probé hace poco en un tugurio de Aínsa, rodeado de paisanos desconocidos. En el otro extremo (el más lechuguino), lo más sorprendente ha sido ver a Gilbert & George presentando en Palma un reserva de la bodega Macià Batle. ¡Brindo con este tinto por un 2014 lleno de alegría y de platos de cuchara a menos de 6 euros!

~ PAREJAS DE VALENCIA

Yvonne Arcidiacono y Enrique Medina, de Apicius.

Yvonne Arcidiacono y Enrique Medina, de Apicius.

Si vivir en pareja es un modelo cada vez más cuestionado y menos en boga, lo de trabajar en pareja es algo que suele verse incluso como una mala jugarreta del destino. Todo el día juntos: menuda lata. Cuando el oficio es tan estresante y sacrificado como regentar un restaurante, la complicación va in crescendo. Y si a uno le toca llevar la cocina y al otro, el comedor, ya ni te cuento. Estos días he conocido en Valencia a dos jóvenes parejas que viven de tal guisa y que lo llevan muy bien. La primera dirige el Apicius desde hace seis años. Son el aragonés Enrique Medina y la alemana Ivonne Arcidiacono, ambos muy aplicados y con gran conocimiento de sus respectivos oficios. Él fue jefe de cocina del Gran Hotel Son Net (Puigpunyent, Mallorca). Hay dos claves -me contaron- para sobrevivir a ese exceso de contacto: delimitar las funciones de cada uno de forma muy precisa y tener claro que los roces en el trabajo son algo meramente profesional. En realidad, Ivonne y Enrique no se ven en todo el día. Comí más que a mi gusto, sobre todo la merluza de anzuelo con rebollón y conejo, y el corzo con manzana, berenjena y anchoa, combinación soberbia. El mar y montaña es una de las señas de identidad de la cocina de Enrique Medina, siempre con notable materia prima. Habiendo chicha, oficio y buen gusto a la hora de conjuntar sabores, no hace ninguna falta recurrir a efectos especiales. La otra pareja, igualmente hospitalaria y currela, está formada por Paco Parreño (cocina) y Catina Palmer (comedor). Desde 2009, regentan el restaurante Delicat, de ambiente más desenfadado, y lo llenan, merecidamente, cada día. Para comer, dan un trabajado menú de cinco platos a 12 euros (un regalo). Cocina mestiza y con sabor: crema de maní con zanahoria y patata (especiada y con un toque de lima); bollit (cocido) con alcachofa, guisantes y huevo; carrillera estofada con puré de castañas y tupinambo (más el contrapunto refrescante de una ensaladita de canónigos). El chef condimenta con alegría y buen tino. Probé, durante el viaje, dos vinos monovarietales de Bodegas Hispano-Suizas (DO Utiel-Requena): Impromptu (sauvignon blanc) y Bassus (pinot noir), a cual mejor. Los recomiendo, así como la visita a las dos parejas de las que he hablado. Como me decía Ivonne Arcidiacono, refiriéndose a lo sacrificado del oficio, «lo realmente difícil, si trabajas en hostelería, es que tu pareja no sea de hostelería».