~ LA CESTA TÓXICA DE LA COMPRA
Ya estamos acariciando mayo y, si no fuera por el gozoso jirriar de los vencejos, esta sería otra triste primavera silenciosa: ni zumbidos de abejorros o libélulas, ni croar de amigas ranas ni serenata nocturna de grillos… No se avistan mariposas, ni avispas, ni caracoles, ni saltamontes, ni escarabajos peloteros ni otros animalillos que hasta hace poco poblaban los días de nuestra infancia en Mallorca y pronto serán catalogados como criaturas fantásticas. ¿Qué ha sido de lombrices, cochinillas, mariquitas…? Invertebrados y otros bichos queridos han pasado a peor vida y, con ellos, han desaparecido también los pájaros y peces a quienes servían de alimento. El dato es catastrófico: en sólo cuarenta años la biomasa de insectos ha registrado un descenso del 58% y nadie puede negar que la causa principal es el uso indiscriminado de venenos químicos. Es de cajón: a más insecticidas, menos insectos. Citando un estudio sobre el declive mundial de la entomofauna elaborado por el ecotoxicólogo Francisco Sánchez-Bayo, este fue uno de los datos que puso sobre la mesa Koldo Hernández, de Ecologistas en Acción, en la charla inaugural de la XVI Diada d’Agricultura Ecològica, organizada por Apaema. El coordinador del área de Tóxicos de la citada entidad explicó en su ponencia que las normas de uso de plaguicidas son dictadas por los propios fabricantes (todo atado y bien atado) y que en el Estado español se siguen practicando fumigaciones aéreas (prohibidas) de plaguicidas (prohibidos), especialmente sobre plantaciones de arroz y de olivos. Las denominadas «autorizaciones especiales» así lo permiten en lugares como el Delta de l’Ebre o Cazorla y el «secreto estadístico» (otro truquito) posibilita que se escatimen datos sobre su utilización desmedida. Es más, a tenor del reglamento europeo, la prohibición sobre el uso de ciertos plaguicidas no implica que no puedan fabricarse e importarse. En un mundo estúpidamente globalizado, no se hace de rogar el efecto boomerang y los plaguicidas no autorizados en la Unión Europea retornan en forma de residuos a nuestros puntos de venta de alimentación. Un ejemplo atómico: vendemos a los chinos tiametoxan, un insecticida neonicotinoide (por cierto, muy tóxico para la abeja melífera europea), y China nos lo devuelve a través de… ¡las bayas de Goji!, fruto que tuvo su momento de gloria como presunto superalimento para una vida longeva. El absurdo está servido.
Más datos altamente preocupantes: según Directo a tus hormonas, informe de 2019 sobre análisis de plaguicidas sintéticos en muestras de alimentos, el 44,4% de frutas y verduras contiene restos tóxicos. Actualizando los datos, Koldo Hernández señaló que en 2021 se encontraron restos cuantificables de 51 plaguicidas en uvas y de 17 en manzanas. Muchas de estas sustancias son disruptores endocrinos, es decir, poseen la capacidad de alterar el funcionamiento de nuestro sistema hormonal. Según el ponente de Ecologistas en Acción, los primeros afectados por su uso incontrolado son los propios payeses, los productores que se agachan sobre la tierra para labrar, sembrar y recoger. La presencia de plaguicidas no autorizados en la Unión Europea se debe -explicó- tanto a la contaminación permanente como a su más que probable uso ilegal. Al no interesarle que haya ciudadanos responsables, sino únicamente consumidores sumisos y compulsivos, «la Administración nos impide conocer la composición de tóxicos en alimentos o cosméticos». Dicha información sólo consta en los envases de ciertos cítricos. «La alimentación [saludable] no debería ser un negocio, sino un derecho», afirmó, tal como lo debería ser el derecho al medioambiente limpio aprobado por Naciones Unidas en 2021 (ya estaban tardando con este otro papel mojado). Lo único cierto es que, a día de hoy y perdón por la obviedad, encontraremos más residuos de pesticidas en la cesta de la compra de las clases sociales pobres debido al coste de los alimentos ecológicos. A fin de invertir esa injusta diferencia en los precios, sería el momento de primar decididamente la producción agroalimentaria limpia y de penalizar la tóxica por las externalidades negativas que conlleva en materia de salud pública. Son decisiones políticas que chocan con los intereses lucrativos de la gran industria envenenadora y, por eso mismo, tanto más necesarias.
Por su parte, la ponente Mariana F. Fernández, experta en nutrición humana del Centro de Investigación Biomédica de la Universidad de Granada, alertó sobre la creciente aparición de cánceres de mama en mujeres de veinte años -cuando antes no se registraban hasta pasados los cincuenta- debido al adelanto de la pubertad femenina por fallos en el sistema hormonal. El motivo de estas deficiencias, hay que buscarlo en la exposición a compuestos químicos, especialmente los ya citados disruptores endocrinos, que suplantan a las hormonas naturales, bloqueando o distorsionando su acción. Según se recoge en el proyecto de investigación INMA (infancia y medio ambiente), es habitual detectar restos de DDT en análisis de placentas, así como metabolitos de pesticidas en la orina. Dentro de la UE, el Estado español se mueve siempre entre los puestos primero y tercero en cuanto a uso de pesticidas. Su efecto combinado o toxic cocktail provoca, según explicó esta científica, trastornos de tipo neuroconductual que pueden incluir episodios de ansiedad y depresión, así como agresividad, pérdida de memoria o déficit de atención. Los plaguicidas también son responsables del notable aumento de enfermedades autoinmunes, incremento que igualmente se achaca a los compuestos perfluorados presentes tanto en el teflón o capa antiadherente de las sartenes como en un chubasquero impermeable. Pero la principal fuente de exposición son las frutas y verduras de producción convencional, dato que tampoco ha de tranquilizar a los vegetarianos de consumo ecológico, ya que, por poner un ejemplo, se detectan altos niveles de arsénico y cadmio en el arroz. Por no hablar de los metales pesados que se concentran en pescados, sobre todo en ejemplares grandes de especies grasas. Acabo con tres datos referidos al archipiélago, dos pésimos y uno menos malo: Mallorca registra el índice más alto de contaminación de aguas subterráneas por nitratos; la soberanía alimentaria se reduce en la isla a un 15%, cantidad que mengua considerablemente en temporada alta, y Baleares dedica ya un 17% de sus explotaciones agrícolas a la producción ecológica, aunque el aire y el agua no saben de lindes y diseminan los tóxicos sin contemplaciones. Tras la charla, pudimos disfrutar del nuevo catering de Apaema, Ecoteca, con sobrasada ecológica de Son Cànaves y tintos de Can Majoral y Jaume de Puntiró, entre otros productos que podrán degustarse este domingo en Porreres, durante la XVI Diada d’Agricultura Ecològica. ¡Salud y anarquía!