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~ POLITEÍSMO ARROCERO (I)

Escena paellera en Alicante.

Antigua escena arrocera en la ‘terreta’ alicantina.

El arroz -como todo el mundo sabe- levanta pasiones, especialmente cuando se convierte en paella, palabra que la arrocería Dársena desterró de su carta hace treinta años. En este restaurante alicantino acaba de celebrarse el II Simposio del Arroz, foro en que se habló y discutió mucho, pero sin que nadie llegara a las manos. De hecho, discurrió con notable tranquilidad, tal vez porque el asunto central no era la paella, sino los arroces: el alicantino es cachondo y politeísta. A lo largo de la jornada, se desmontaron varios mitos, entre ellos la inconveniencia de cenar de esta gramínea. Así, Cristina de Juan, directora de Dársena, abogó por los arroces ligeros y recordó que «las abuelas tomaban un arrocito caldoso por la noche». Las abuelitas siempre han sabido muy bien lo que se hacen. Para lograr esa ligereza, en Dársena levantan los fondos con agua hirviendo a fin de evitar que se hiperconcentren por exceso de cocción. Para verlo más claro: una vez hecho el sofrito y dorado el arroz, se moja con el fondo (conservado en frío) y, acto seguido, con agua en ebullición. Es una ocurrencia tan simple como brillante. Acerca de la necesidad de rehogar el arroz, Cristina de Juan se mostró totalmente partidaria, ya que de este modo blindamos el grano (lo sellamos) y evitamos que luego se pase. Dani Frías, chef de La Ereta, me comentó luego que esta operación también es útil para ajustar la cantidad de aceite. Detalles técnicos de la máxima importancia para que el resultado final no sea ni cargante (una bomba de sabor), ni grasiento, ni indigesto. Y es que nunca guardamos buen recuerdo de algo que, por muy rico que fuera, acabó por sentarnos mal.

Arroz de gallineta y salmorreta, de Dársena.

Arroz con gallineta y salmorreta, de Dársena.

En otra de sus interesantes aportaciones, Cristina de Juan explicó cómo adaptar las variedades de arroz a las diferentes texturas arroceras. Según los ensayos llevados a cabo por el chef de Dársena, José Antonio Luengo, el albufera es idóneo para los arroces secos al quedar más suelto y ser buen conductor del sabor; el marisma, de grano grande y rico en almidón, es mejor para melosos, pues les aporta cremosidad; el j.sendra (englobado en el tipo sénia) resulta perfecto para elaborar un untuoso arroz con leche, y el bomba es el más conveniente para arroces take away, ya que es el más resistente a la sobrecocción y no se pasa. Como explicó posteriormente en su ponencia Santos Ruiz, gerente de la DO Arroz de Valencia, el objetivo es, desde una perspectiva genetista, lograr una variedad de grano firme, pero con buena absorción. En este sentido, citó las pruebas que está realizando el chef Kiko Moya, de L’Escaleta, con arroz bombón, variedad recuperada recientemente gracias a unas semillas de 1932.

Arturo Pardos, autor de 'El ocaso de las paellas'.

Arturo Pardos, duque de Gastronia.

Santos Ruiz se felicitó al ver superada «la moda de los arroces crudos» y apostó por recetas «muy personales, de sabores nítidos y naturales, en que se reconozca el producto principal». Puso como ejemplo pionero el arroz con tellinas que le sirvió Miquel Ruiz en La Seu, de Moraira, a finales de los noventa. Santos se mostró algo escéptico con la técnica de la doble cocción (en dos fases) inventada por Quique Dacosta, ya que altera la textura del grano («lo aperdigona»), pero entendió su implantación en los restaurantes de menú largo y angosto. En el debate sobre nuevos conceptos en la cocina del arroz, moderado por el periodista gastronómico Lluís Ruiz Soler, se abundó sobre el tema de los arroces de corte moderno, como el monográfico de salmón (de una sola nota), inventado en 1986 por Norberto Jorge (La Moñica). El hoy propietario de Casa Benigna, arrocería de Madrid, señaló que «la paella es una técnica culinaria y no un plato», reflexión tan sobresaliente como las muchas que reúne Arturo Pardos, invitado al simposio, en su divertido tratado sobre El ocaso de las paellas (1997). Entre ellas, el duque de Gastronia ensalza el carácter manso del paellero de intemperie, que cocina doblado para mostrar -en señal de impotencia y sumisión- la parte posterior de sus calzoncillos y exhibir servilmente la rabadilla.

~ LOS DERECHOS DEL BEBEDOR

El genial Arturo Pardos, duque de Gastronia.

El genial Arturo Pardos, duque de Gastronia.

Con Cómo quiero que me sirvan el vino, un riguroso y tronchante tratado sobre los derechos del bebedor, el gastrónomo y arquitecto Arturo Pardos ha ganado el Gourmand World Wine Book Awards 2012 y será el representante español en el Gourmand Best in the World, dentro de la categoría Drinks education. El genial e histriónico exdueño de La Gastroteca de Stéphane y Arturo (en Chueca) y  exdibujante de la revista satírica La Codorniz se marca un minucioso tratado que deberían leer todos los sumilleres y sibaritas del vino. La segunda edición, «ampliada con novedosas crueldades», fue publicada el año pasado por Alianza Editorial. No teman aquellos a quienes les aburre leer sobre vinos e incluso catarlos (es mi caso), ya que este manual destila lucidez, originalidad y sentido del humor. De entrada, el autor empieza aclarando que, en un restaurante, la botella es del cliente (que la ha comprado) y la copa es del sumiller (como representante del establecimiento), pero he aquí que, por una misteriosa inversión, cada uno tiene en la mano el objeto que le pertenece al otro: la copa (del sumiller) está en manos del cliente y la botella (del cliente) está en manos del sumiller. Esta paradójica tensión resume la delicada ceremonia relativa al servicio de un vino, que va desde el momento en que el cliente pide la carta hasta la retirada final de las copas por parte del sumiller, «un actor que ha de conocer su oficio». Arturo Pardos indica todos y cada uno de los pasos que debe seguir el sumiller competente y también apunta todo lo que no debe hacer o decir, como llevar caspa en los hombros, hablar con voz estruendosa o soltar un taco si se le rompe el corcho. Tampoco debe afirmar que el vino escogido «gusta a todo el mundo» o que «lo piden muchos clientes», ordinarieces que rebajan al comensal. Y, por descontado, nunca preguntará: «¿Un rosadito bien fresquito para las señoras?».