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~ PAREJAS DE VALENCIA

Yvonne Arcidiacono y Enrique Medina, de Apicius.

Yvonne Arcidiacono y Enrique Medina, de Apicius.

Si vivir en pareja es un modelo cada vez más cuestionado y menos en boga, lo de trabajar en pareja es algo que suele verse incluso como una mala jugarreta del destino. Todo el día juntos: menuda lata. Cuando el oficio es tan estresante y sacrificado como regentar un restaurante, la complicación va in crescendo. Y si a uno le toca llevar la cocina y al otro, el comedor, ya ni te cuento. Estos días he conocido en Valencia a dos jóvenes parejas que viven de tal guisa y que lo llevan muy bien. La primera dirige el Apicius desde hace seis años. Son el aragonés Enrique Medina y la alemana Ivonne Arcidiacono, ambos muy aplicados y con gran conocimiento de sus respectivos oficios. Él fue jefe de cocina del Gran Hotel Son Net (Puigpunyent, Mallorca). Hay dos claves -me contaron- para sobrevivir a ese exceso de contacto: delimitar las funciones de cada uno de forma muy precisa y tener claro que los roces en el trabajo son algo meramente profesional. En realidad, Ivonne y Enrique no se ven en todo el día. Comí más que a mi gusto, sobre todo la merluza de anzuelo con rebollón y conejo, y el corzo con manzana, berenjena y anchoa, combinación soberbia. El mar y montaña es una de las señas de identidad de la cocina de Enrique Medina, siempre con notable materia prima. Habiendo chicha, oficio y buen gusto a la hora de conjuntar sabores, no hace ninguna falta recurrir a efectos especiales. La otra pareja, igualmente hospitalaria y currela, está formada por Paco Parreño (cocina) y Catina Palmer (comedor). Desde 2009, regentan el restaurante Delicat, de ambiente más desenfadado, y lo llenan, merecidamente, cada día. Para comer, dan un trabajado menú de cinco platos a 12 euros (un regalo). Cocina mestiza y con sabor: crema de maní con zanahoria y patata (especiada y con un toque de lima); bollit (cocido) con alcachofa, guisantes y huevo; carrillera estofada con puré de castañas y tupinambo (más el contrapunto refrescante de una ensaladita de canónigos). El chef condimenta con alegría y buen tino. Probé, durante el viaje, dos vinos monovarietales de Bodegas Hispano-Suizas (DO Utiel-Requena): Impromptu (sauvignon blanc) y Bassus (pinot noir), a cual mejor. Los recomiendo, así como la visita a las dos parejas de las que he hablado. Como me decía Ivonne Arcidiacono, refiriéndose a lo sacrificado del oficio, «lo realmente difícil, si trabajas en hostelería, es que tu pareja no sea de hostelería».

~ PLATOS REDONDOS 4: salmonete con semillas (Bernd H. Knöller)

Salmonete con semillas, de Bernd H. Knöller. Foto: Xavier Mollà

Salmonete con semillas, un plato redondo del restaurante Riff. Foto: Xavier Mollà

El primer ‘plato redondo’ del año es para un pescado del chef Bernd H. Knöller, que regenta en Valencia el restaurante Riff desde 2001. No es un pescado cualquiera, sino el señor salmonete rojo, de roca, sin duda uno de los más sabrosos hijos de Neptuno. De hecho, si el rodaballo se ha ganado el título de ‘faisán del mar’, el salmonete ha recibido con todo merecimiento el título de ‘becada del mar’, denominación probablemente mejor. Los higadillos de ambos bichos son dos manjares -de mar y cielo- difícilmente igualables. El salmonete ha entusiasmado a gastrónomos de todos los tiempos, desde Apicius hasta Josep Pla, que lo sitúa entre los mejores pescados del Mediterráneo. Al chef del Riff se le ocurrió cubrir (y ocultar) su piel con un surtido de semillas porque le daba mucha rabia que los clientes la quitaran y la dejaran en el plato. Y fue una ocurrencia feliz. La combinación de sabores es espectacular. Bernd esconde la piel con pipas de lino, sésamo, calabaza, girasol… Luego asa el pescado en una sartén con un poco de aceite de oliva virgen y sólo por el lado de las semillas, que así quedan adheridas a la piel. No es un plato fácil, ya que cuesta calcular bien el punto de calor: si falta, las pipas no se pegan; si sobra, se queman enseguida. El lomo de salmonete se monta sobre un ragú o guisito de clòtxines (el pequeño mejillón valenciano) y verduras. Para elaborarlo, se cuecen mínimamente las clòtxines (las saca, nada más abrirse, de una en una) y se trocean. Aparte, se blanquean daditos de puerro, zanahoria y calabacín (brevísimo hervor). Se junta todo, se añade un poco de cebollino picado y un poco de caldo de la cocción de los moluscos. Para acabar, se templa esta mezcla sólo hasta unos 45 grados. Dejamos que el paladar mental de los lectores se imagine el resultado de semejante delicia, entre crujiente y jugosita.