~ DE ESTE OFICIO (y III)
Tercera entrega con la que cierro este artículo dedicado al peliagudo ejercicio del periodismo gastronómico, oficio menos agradecido de lo que podría presumirse.
6) La patética deriva comercial de la mayoría de publicaciones gastronómicas ha cogido carrerilla. En realidad, es ya un naufragio de la independencia periodística y, como consecuencia directa, una estafa a los lectores. Prediquemos con el ejemplo: en noviembre de 2009 empecé a dirigir un suplemento gastronómico de ámbito local -labor que desempeñé durante casi dos años- y estrené una sección titulada La despensa de…, consistente en que un chef presenta en primera persona a cuatro de sus principales proveedores. El objetivo real no era otro que dar a conocer a pequeños productores locales. De paso, descubrir el estilo (la filosofía, la actitud) de un cocinero a través de su despensa. Pues bien, tres años más tarde, en octubre de 2012, me entero de que el chef protagonista ha empezado a pagar por salir en esta sección… Lógica decepción por mi parte, pero ni pizca de sorpresa, pues sabía que la dirección de contenidos había sido dejada en manos del departamento comercial. Como señalaba en el punto anterior, lo realmente impresentable es que no se especifique al lector que está ante una información pagada, es decir, publicidad monda y lironda.
7) Para evitar casos como el anterior, siempre aconsejo a los editores -¡ingenuo de mí!- que busquen a sus anunciantes fuera del ramo de la restauración o, en todo caso, en sectores aledaños, única forma de garantizar la independencia periodística. Así lo hacen algunas de las mejores publicaciones gastronómicas de España, como el Anuario de la Cocina de la Comunitat Valenciana, guía que edita el diario Levante y en la que participo desde hace siete ediciones como corresponsal en Baleares. Aquí es clave la dirección del veterano Antonio Vergara, intelectual que no se anda con chiquitas. En Mallorca, el caso que me hacen es escaso y se deja que los comerciales campen de tasca en tasca y recurran a sus amiguetes para ver si pican. La profesionalidad está mal vista.
8) La imparable caída en inversión publicitaria por parte del sector restauración debería ser motivo de celebración por parte de los plumillas gastronómicos. En mi caso, al menos, así es. Me regodeo. El modulito publicitario (o cuña radiofónica o banner o lo que sea) es el gran enemigo de cualquier periodista independiente. No debería ser así, pero lo que es, es. Algunos comerciales han llegado a sugerirme que sacara informaciones sobre tal o cual restaurante que cotiza, esto es, clientes (ahora se les llama también abonados, eufemismo supremo), pero a mí nunca se me ha ocurrido sugerirles que sacaran anuncios de tal o cual restaurante. Cada uno debe hacer su trabajo lo mejor que pueda y dejar hacer lo propio al vecino, sin la menor interferencia.
No quiero cerrar esta larga entrada en tres partes sin admitir que muchas veces me lo paso en grande ejerciendo este sacrificado trabajo. Hay momentos francamente divertidos. Normalmente, es así gracias a la gente que conozco por el camino. Y de vez en cuando, gracias a la emoción que pueda provocarme algún producto, algún plato e incluso alguna comida. Desde luego, prefiero mi oficio a andar por ahí, de puerta en puerta, vendiendo humo. Digamos que ser periodista gastronómico es la forma más linda de ser pobre.