Archive for the ‘ Restaurantes ’ Category

~ ‘THE BASQUE CONNECTION’: UTIEL-BILBAO-CAMPOS

Itziar Seara y Josep Clar, de Cascall.

Itziar Seara y Josep Clar, de Cascall.

Pasa la vida y pasan los años y, a pesar de los pesares, habrá que seguir asomando las narices para mover el bigote sin atragantarse en el intento. Porque, como le oí decir a Bertrand de Salses en una cena de trabajo, «los canapés matan a mucha gente cada día». Una vez asumido el rol profesional y sus riesgos cotidianos, ahora toca encajar con la menor desilusión posible las obligaciones laborales, sabiendo que ya serán pocas las ocasiones para el asombro o el entusiasmo. Pero en cualquier momento salta la sorpresa y, con ella, las ganas de narrar algo, motor de este raro oficio, que no consiste en zampar, sino en ponerse a contarlo. No me interesa todo eso, tan en boga, de la absurda cantidad (de clicks, de likes, de platos) y tampoco se me ocurriría exigirle a un restaurante ningún tipo de experiencia ultraculinaria. Como cliente, iré a comer y pimplar algo; como periodista, a ver qué se cuece. Con tres o cuatro platos, ya se aprecia (o no) el producto que gastan y también se ve el estilo, en caso de que lo haya. Si fallan ambos, actitud y bocado, el pinchazo está servido. A veces, puede llegarte una pista que intuyes fiable en el lugar más insospechado… Conviene anotarla y no dejar que caiga en el olvido de los apuntes perdidos. Fue en Forastera, una gran fonda del valenciano barrio del Carme, donde hace tres meses me soplaron una recomendación mallorquina: Cascall.

Sonalls de cascall, por Maria Roig.

Con ese nombre, Cascall, no me hizo falta apuntar nada, pues yo he sido un fiel consumidor de infusiones de adormidera (las tomaba para no dormir), y tengo al de sus flores como el aroma más elegante y enigmático de todo el reino vegetal. No entiendo las drogas euforizantes, que me parecen de mal gusto. Tanto Cascall como Forastera tienen en común varias cosas de la máxima importancia: 1) son pequeños negocios en que se cocina honrada y diariamente, esto es, para subsistir; 2) regentan y trabajan sólo dos personas: ella en comedor y él en fogones; 3) ella es forastera: de Bilbao, y 4) no manda el chef: hay carta y sugerencias de mercado. Forastera son Laura Jurado (la apuntadora que me puso sobre la pista) y Txisku Nuévalos, natural de Utiel (Valencia). Cascall son Itziar Seara y Josep Clar, campaner de Campos (Mallorca). Son dos restaurantes de a dos y un par de ejemplos de cocina concreta y cotidiana. Coincidieron los cuatro en la latita de sardinas del Botxo, más conocida como Museo Guggenheim: Txisku llegó a jefe del laboratorio de ensayos (I+D) del restaurante Nerua -dirigido por el perfeccionista Josean Alija- y sus tres colegas pencaron en el bistró del museo. Pasa la vida y pasan los lustros, pero la amistad y el apoyo mutuo sobreviven a mudanzas y bandazos.

Breca con caldo de caracoles, de Forastera.

Iba contando que estaba en mi querida urbe de Valencia, muy cerca del Mercat Central, y más concretamente en una mesa de Forastera, lugar perfecto para hacerle caso al poeta Horacio y ponerse a gozar del instante sin fiarse del mañana. Aquí el instante es una cocina tan inmediata como suculenta. Sin tretas conceptuales ni ensamblajes infantiles, Txisku Nuévalos te hace malabares con dos cazos, un par de sartenes y una vaporera. Se le ve siempre reconcentrado -como ha de ser- cuando se deja encuadrar por el ventanuco del pase. De no ser por esa implicación, sus platos no tendrían la sobriedad y la intensidad que le pedimos a una buena canción o a un aforismo redondo. Por lo general, son binomios compuestos de producto más caldo, jugo o salsa: breca al vapor (el justo) con consomé de caracoles de tierra. O sutiles alcachofas en caldo de paella. De vez en cuando, concurren tres elementos (o casi), como en las cocochas de merluza con fumet de pescadilla y guisantes del Maresme, o en la raya con pilpil de mantequilla y alcaparras, dos bocados de blanco satén. Probé también platos de caza manchega con su guarnición: carrillera de jabalí con lentejas a la mostaza y pierna de ciervo con endivia braseada y granada. Laura Jurado ofrece un servicio igualmente directo, en el sentido de espontáneo, y su cuidada carta de bebidas es una caja de sorpresas sin tregua desde el capítulo de aperitivos al de infusiones.

Salmonete con café y olivas, de Cascall.

Pasaron cuarenta días y, siguiendo el consejo de la Forastera, me asomé al restaurante Cascall, donde anoté más afinidades entre los dos negocios. Josep Clar también oficia en una cocina de palmo y medio y propone una pequeña carta de precios comedidos. Este cocinero (de escuela, como Txisku) también pasó por un local con estrella (Adrián Quetglas, tras tres años en el Cuit, de Miquel Calent) y también supo ver -pandemia mediante- que vivir para trabajar tiene muy poco de vida. No de menor importancia, otro detalle común es que osan abrir domingos y lunes, envite de agradecer en ciudades mortecinas como Palma. Cascall se estrenó el pasado septiembre, por lo que sigue en fase de asentamiento y eso se trasluce en un estilo más disperso o anfibio. Junto a platos de inspiración tradicional, como la sabrosa cazuelita de pulpo, manitas y alcachofa, o las croquetas de sobrasada, conviven propuestas más mestizas y actuales, caso del dentón marinado en soja con zanahoria morada (encurtida y en otras texturas), emulsión de ajos asados e hinojo fresco. En onda entre rústica y académica, el floquet (onglet de veau, para los franchutes) sale perfectamente sellado (tierno, bleu) y con guarnición cambiante, en mi caso de cebolla, avellanas y boniato. Clavado, también, el punto del salmonete (fiero, reluciente): dos hermosos lomos que el chef amansa a la llama (del soplete) y con un tris de salamandra. El pescado se combina con café (como condimento de una abundante salsa a base de fumet) y olivas trencades, conjunto resuelto con sutileza y que demuestra cierta propensión al riesgo (esto es lo que más celebro). Lo que quería decir, y también celebro, es que aún pueden descubrirse pequeños proyectos de barrio, armados por gente de carne y hueso, aventuras analógicas en un mundo crispado y fascinado por todo lo virtual o inexistente. Y ese es el mejor chute de ilusión para no cerrar definitivamente el tintero.

 

~ LOS DIEZ DE AJONEGRO EN 2022 (y II)*

Javier Ares y Marga Coll, artífices de Miceli.

Javi Ares y Marga Coll, anfitriones de Miceli.

MICELI. El restaurante de Marga Coll y Javi Ares cumplió diez años en marzo de 2022. Este blog lanzó aquella novedad y ahora celebra el rumbo feliz de la aventura, que discurre como en sus primeros compases. Ella madruga, va al mercado, compra sin miramientos (calidad) y cambia su menú (6-7 platos) todos los días. Aunque su cocina gana en complejidad, me quedo con las recetas en que se decanta por la sencillez y la naturalidad de sus inicios. Por ejemplo, el mejor plato de cuchara que he probado este año: pancuit con gambas y setas (picornells y esclata-sangs), deliciosa suma de sopas de ajo y de pescado. Además de impenitente gourmand, él es un anfitrión risueño y un rastreador de buenos vinos. Zanahoria, cacahuete y calabaza bailan juntos en uno de los postres de José Lozano. En el corazón de Selva.

 

Irene Martínez

Irene Martínez, reconcentrada en el Nus.

NUS. Después de años bregando como segunda de cocina en grandes casas, entre ellas Arume y Dins, Irene Martínez cumplió el deseo de guisar por cuenta propia y abrió Nus esta primavera. Un riesgo siempre arriesgado, pero hay oficio y tesón de sobra para afrontarlo. Predominan las tentaciones orientales con producto de casa: tempura de alcachofas en escabeche japo, caballa ahumada y guisada en salsa de soja-jengibre o gyozas de pollo y manitas al estilo de Kyoto, donde trabajó de muy jovenzana en el Sushidokoro Man. Siempre hay alguna sugerencia con pescado local, que en verano bien podría ser un bonito soasado (en kamado) con salsa de tomate de ramellet. Para quien quiera dejarse aconsejar: el tocinillo de cielo -tributo a su origen andaluz- es un final dulce y feliz. Junto al mercado de Santa Catalina.

 

Berenjena pekinesa, de Ses Forquilles (Maó).

SES FORQUILLES. La mudanza les ha sido favorable y ahora Oriol Castell y Marco Collado suman patio y elegancia a su casa de comidas de siempre. Integrado en el hotel Christine Bedfor, el nuevo local es un escenario ad hoc para los platillos de cocina informal -pero con fondo- que sigue proponiendo este hacendoso tándem de cocina. Valía la pena esperar, ya que han ganado en prestancia sin traicionar su apego por los bares y el tapeo: siguen con gilda, ensaladilla, croquetas, bravas… Además de platos con huevos (tortilla abierta de setas o de cocochas de merluza) y bocados de fusión, hay productazo local a la brasa: gamba roja, calamar o lomo de vaca con mantequilla Café de París. Y más cosas de la isla, como las mollejas de ternera glaseadas o las manitas con mostaza y membrillo. Centro de Maó.

 

Pulpo con cebolla, un clásico de S’Estanc Vell.

S’ESTANC VELL. Sobre las ruinas de un estanco-colmado que chapó en la temprana posguerra, los hermanos Pere y Maria Garí alzaron en 2005 esta fonda-vinoteca. Ella, Bel Crespí y Mariantònia Batle se encargan de la materia sólida, que también puede ser caldosa, como en la deliciosa sopa de peix. La probé un mediodía de este agosto tropical y entró como si nevara. Antes, cremosas croquetas de pollo comme il faut (¡qué difícil es verlas hoy con su besamel!) y pulpo con cebolla, clásico de la casa. Y después, carrillera de cerdo al horno con patatas, otro plato casero, sin bobadas. Como Pere es mercader de vinos, da a elegir entre 120 marcas, la mayoría de pequeñas producciones sin maquillaje (naturales). Menú a 16 euros (entre semana) y variats para almorzar los sábados y domingos. En Vilafranca de Bonany. 

 

David Rivas, cocinero-jefe y patrón de Terrae.

TERRAE. Sin concesiones al respetable, el venezolano David Rivas sigue su propio camino y dobla su apuesta por una cocina tan radical como austera. Su estilo se expresa sin tapujos en el nuevo menú omakase (lo que diga el chef), festín de siete pases que disfruté una tormentosa noche de noviembre. Hubo taco de manitas empanadas y remolacha (la tortilla); pastel de todo-calabaza (incluyendo piel, semillas y hojas), y llampuga con su salsa velouté, zanahoria y aliño picante de recortes de verdura (aquí no se tira nada). Me doy el capricho de otorgar el premio Bocado del Año a su cordero con cebolla: tras una salmuera previa, confita la carne en manteca y la deja fundente. Está a punto de mudarse a la esquina de al lado y de fichar sumiller para abordar la oferta de vinos, materia pendiente. En el puerto de Pollença.

* Ajonegro dedica esta antología a dos cocineros vinculados a Mallorca que nos dejaron en 2022: Fabián Fuster y Manu Jugo.

~ LOS DIEZ DE AJONEGRO EN 2022 (I)

Aunque la vida es un continuo, lo cierto es que ahora se nos acaba un año, empieza otro y parece que pasa algo… Y por seguir con la tonta costumbre anual, este blog publica su antología de lugares donde recuerda haber comido y bebido más que a su gusto durante los últimos doce meses.* Como viene siendo tradición, se incluyen bares y tabernas (con algún aliciente gastronómico), hay un par de novedades, pero no más, y vuelve a haber pistas menorquinas. No se lo tomen como un ranking ni como la lista de un fan. Los diez escogidos cambian cada año y desfilan por estricto orden alfabético: de la be a la te…

Tomeu Caldentey, un cocinero también con bar.

BARTOMEU. El bar Bartomeu es la versión libérrima (superlativo de libre) de Tomeu Caldentey, el cocinero que más y mejor ha sabido revolverse y mudar ante las incesantes crisis. Lo primero que sorprende es la estación de bebidas, dispuesta para que tú mismo te sirvas y juegues a sumiller. No hay camareros: el jefe y su ayudante se afanan en cocinar, cantar, poner y quitar la mesa, hacer café… Menú con aperitivo fijo (siempre croqueta) y tres platos por 17,50 con agua y café (diez euros más en fin de semana). Escogí esto un tórrido mediodía de verano: crema de calabacín con mascarpone, berenjena rellena de pato y helado del café Ca’n Pinxo, delicia de almendra y caramelo con que Tomeu recuerda a sus ancestros de Sant Llorenç. Confortable terraza para los días de entretiempo. En un lugar de sa Coma…

 

Calamar con rebozuelos y berberechos, del Cafè Balear.

CAFÈ BALEAR. El gran clásico de Menorca cumplió medio siglo en 2020, mal año para brindar por nada. Aquella taberna de pescadores puede presumir, por tanto, de 52 años y de los que le quedan por delante gracias al relevo asumido con empuje y convicción por Josep Caules, de la tercera generación. Aunque parezca imposible, va a más y aquí que lo celebramos. Probé este otoño dos platos de antología: 1) calamar soasado o semicrudo (60 segundos de brasa y 30 de horno) con rebozuelos y berberechos al gel de agua de Lourdes (refrito de ajos inspirado en el asador Elkano), y 2) pargo en dados a la romana: la fritura perfecta. Dos obras maestras del veterano Sergi Villalonga, jefe de cocina con ocho años de vida laboral en este ejemplar grupo de hostelería. En el Port de Ciutadella.

 

Crema de coliflor con curry, del café Canamunt.

CANAMUNT. El Cafè Canamunt es algo más que un café. Es más bien un camarote chico y que a menudo se peta más que el de Una noche en la ópera. Adela Peraita no le da al bel canto, pero ha cantado lo suyo. Ahora regenta este chiribitil de bocatas y platos cotidianos junto a Alfon Delgado, que guisa en una baldosa como quien se marca un chotis. Ojo a sus llonguets con pan del Forn de la Glòria, subversivos y casqueros, que pueden encerrar tanto riñones al vino tinto como oreja con salsa yakitori, jengibre, hierbabuena y sésamo. Siempre hay cosas del día, que ella te canta al oído: deliciosa crema de coliflor con curry, leche de coco, cacahuete y cilantro o, más en serio, potaje de lentejas con morcilla, chorizo y panceta ahumada. Resumiendo: bareto sin pretensiones con buen ambiente urbanita. A un paso del Olivar.

 

Jhonatan Maldonado, chef del hotel Fontsanta.

FONTSANTA. Paradojas de hambruna y abundancia: donde en 1936 se abrió uno de los primeros campos de concentración del fascismo, junto al oratorio de Sant Joan de la Font Santa, hoy funciona una lujosa posada termal con cocina descollante. En la línea del grupo hotelero Torre de Canyamel, aquí se miman los fogones, desde hace tres años al cuidado del chileno Jhonatan Maldonado. Platos laboriosos, de perfil creativo, llenos de matices y texturas que siempre orbitan en torno al ingrediente principal: carabinero en tartar con caldereta de hinojo y sorbete de almendra. O mero con espinacas, tomate, piñones y aire de anguila ahumada. Los sabores no se ven dinamitados por la complejidad técnica. Hay que ir una noche de verano y dejarse asesorar por María Lago en asuntos líquidos. Camino de es Trenc.

 

Causa de pulpo al olivo, un aperitivo de Kaypa.

KAYPA. El Grupo Moga nos depara cada año alguna sonada sorpresa en forma de apertura: en 2022 ha estrenado Kaypa, restaurante de cocina peruana, en la terraza del ecohotel Suites del Lago. Lo asesora Omar Malpartida, chef hiperactivo (presente en Eivissa) y que aquí tiene como brazo ejecutor a Boniek Flores. Su tapeo criollo ya te previene -como carta de presentación- del nivelazo en cocina: causa limeña de pulpo al olivo, croqueta de ají de gallina y patacones con picante de mariscos, estimulante trío de aperitivos. Tiene un menú especial para compartir, intitulado La fiesta del mero, en que presenta diferentes cortes del mismo pescado a través de varias preparaciones: desde sopa, tiradito o ceviche hasta cola rebozada y frita (al punto) con arroz chaufa. El PiscoBar se encarga de los tragos. En Cala en Bosc.

* Ajonegro dedica esta antología a dos cocineros vinculados a Mallorca que nos dejaron en 2022: Fabián Fuster y Manu Jugo. 

~ EL GOVERN BALEAR PROHÍBE EL MENÚ-DEGUSTACIÓN

Los menús cortos han ganado la partida a las tediosas degustaciones.

Empieza muy mal el año para el sector de la alta cocina y sus fieles seguidores. El Govern balear está ultimando un decreto-ley por el que los restaurantes de las islas únicamente podrán ofertar carta y menú de tres platos (o, en su defecto, plato del día), medida que lleva implícita de facto la prohibición del menú-degustación. La aprobación de esta norma, pionera en Europa y que a buen seguro traerá mucha cola, está prevista para principios de 2023. Fuentes del ejecutivo autonómico consultadas por este blog han confirmado la inminencia de la medida, diseñada conjuntamente por los departamentos de Turismo y Salud, que han trabajado con hermetismo para tratar de evitar que el plan pudiera trascender y crear malestar durante estas Navidades. Aquí les chafamos la fiesta. Pese a dicho secretismo, en encuentros informales con la prensa especializada, varios cargos de la primera conselleria ya dejaron entrever este verano su malestar por el creciente «nepotismo profesional» exhibido por muchos cocineros que sólo dejan al comensal la opción de consumir un menú largo y estrecho. Esta tendencia hostelera fue tildada de «antidemocrática» y «solipsista» por entenderse que, al negar toda posibilidad de elección al cliente, tiene como única finalidad el lucimiento personal de los «egocéntricos» jefes de cocina. El titular de Turismo, Paco Cinderella, ha ido más lejos, llegando a denunciar en reuniones internas lo que define como «tiranía del chef», según fuentes que piden mantenerse en el anonimato. Otro de los argumentos oficiales que al parecer ha conducido a esta prohibición es que el menú-degustación no se ajusta al modelo económico igualitario al que se aspira desde el Govern, pues este tipo de oferta gastronómica obliga a un dispendio desorbitado. En efecto, el precio de los menús largos de autor suele sobrepasar los cien euros, factura que suele abultarse un cincuenta por ciento más al sumar vinos, extras, pelotazos y propina. Un coste que, desde instancias oficiales, se consideraría «abusivo» y que convertiría el menú-degustación en una «práctica clasista», siempre según el ejecutivo autonómico -compuesto, dicho sea de paso, por elementos radicales y antisistema, cuando no directamente bolcheviques (de hecho, Lenin siempre comía plato único y nunca se puso malo).

Pequeña pizarra para anotar el plato del día.

Entre los motivos que se esgrimirán para justificar tan drástica y polémica medida, figura también la «aberración dietética» que supone -según sostiene la conselleria de Salud y Obediencia- un menú de doce, quince o más platos. Este tipo de oferta gastronómica obliga a la ingesta de unas cien elaboraciones de una sentada, lo que implica la mezcla de un mínimo de quinientos ingredientes en unas cuatro horas de tragantona compulsiva. Asimilar toda esa abundancia requiere de un esfuerzo titánico por parte del aparato digestivo y puede agravar diversas lesiones internas, especialmente si la experiencia se vive de noche (lo que entre inspectores gastronómicos se conoce como «una cena de álmax tomar»). La titular de Salud, Aparicia Pómez, ha llegado a criticar en petit comité el «grave problema de salud pública» que estaba creando dicha gastrotendencia. En este sentido, cabe recordar que las enfermedades derivadas del sobrepeso han aumentado considerablemente entre foodies y magnates durante los últimos años, lo que no es de extrañar si se tiene en cuenta el sedentarismo (y la pachorra) de esos sujetos y que cada menú gastronómico contiene un nivel de calorías «que no es ni medio normal», según recoge en su último informe el célebre Instituto Médico por la Frugalidad.

Las tapas saldrán beneficiadas con este decreto.

Según ha podido saber AJONEGRO, la Asociación Empresarial de Cantinas y Restauranes se opondrá al decreto-ley mediante un recurso fulminante y potentes acciones de desobediencia gourmet. No obstante, las duras sanciones económicas previstas para casos de insumisión puede suponer la puntilla para muchos negocios ya de por sí endeudados hasta el mismísimo entrecejo. El presidente de los restauradores, Toto Rosendo, ha señalado que la medida es «pacata y represiva» y ha tachado a sus promotores de «aguafiestas», «espartanos» y «mojigatos», entre otras lindezas. Malestar también en la Real Sociedad de Marmitones de Baleares, cuyo cabecilla, Lollo Rosso, ha llegado a declamar a voz en grito, en un rapto de ira, estos versos de Dante: «Los que se creen reyes allá arriba / como puercos serán aquí en el fango, / dejando atrás un rastro de desprecio» (canto VIII del Infierno). Resumiendo: la sorprendente decisión del Govern puede representar el cierre de muchos restaurantes de campanillas en el archipiélago. Entre las tretas que ya barajan los chefs de cara a sortear la medida, figura la de reconvertir el menú-degustación en un gigantesco plato combinado o bien servirlo, también de una tacada, en el tradicional soporte para tartas de boda con varios pisos. La guerra está servida.

 

~ UN OTOÑO COMO YA NO RECORDABA

Mesa revuelta, de Theodoor Smits @Museo del Prado

Descorcharé este artículo con una confesión harto incorrecta: cuando me meto en demasiados barullos sin tregua, echo intensamente de menos aquellos meses de reclusión y lenta desescalada. Días en que no podías menearte de casa, si no era para que el perro, que no tengo, te paseara un rato por el barrio. Días sin agenda, sin comidas, sin eventos, sin compromisos sociales y, para quienes padecemos fobia a los encuentros virtuales, también sin reuniones. Para alguien taciturno y con tendencias misántropas, un tiempo bendito e incluso con tintes mágicos: ¡al fin se había abandonado masivamente la acción y la rueda aparecía pinchada…! El sueño duró bien poco. Este otoño ha sido como un despertar a la vieja normalidad, con su trajín, su alboroto y su histeria colectiva: volver a hacer, acelerar y no dejar de rodar. Los saraos gastronómicos, que se concentran en octubre y noviembre, me han obligado a retomar esos viajes breves de trabajo que tanto me gustaban y a los que ya casi había renunciado sin mayor pesar. La consecuencia (previsible) es que ahora se me acumula el trabajo de procesar y contar lo visto, oído y degustado, que es la misión del periodista gastronómico de la vieja escuela, una especie que debería protegerse ante la profusión de cachorros depredadores que tal vez nunca sepan la tinta que llega a sudarse picando letra. Ahora no me queda otra que dejarme guiar por la memoria, esa facultad caótica y menguante, y rescatar las cuatro cosas que mejor pueda recordar de los congresos cubiertos en Alicante y Valencia. Y decido hacerlo, como ejercicio mental, sin recurrir a las dos muletas de siempre: el archivo de imágenes y los apuntes de la pequeña libreta, ese otro dispositivo móvil. Será como una mesa revuelta.

José Manuel López

José Manuel López, chef de Peix & Brases.

Lo primero que se me viene a la cabeza (o me sale de ella) es la espléndida comida en Peix & Brases, restaurante de Dénia que gobiernan con buen pulso José Manuel López en cocina y José Ignacio Arribas, sobrino del fundador, en comedor. Aquí capturé algunos de los mejores platos probados en este otoño raro (de tan normal), a saber: huevas de mújol con caramelo de maíz tostado, contraste redondo; sepionets braseados en su tinta con cebolla dulce, papada ibérica y cacahuetes del collaret, combinación que no restó presencia al tesoro submarino, y arroz meloso de espardenyes, hinojo marino y crestas de gallo (más vainas y robellones, si mal no recuerdo), elaborado con carnaroli de la Albufera valenciana. Otro arroz alicantino igualmente meloso y memorable fue el que disfruté en La Finca (clásico ilicitano), éste con sepia y lomo de salmonete de Santa Pola frito a la inversa: el pescado se rocía con aceite por la parte de la piel. Sigue bien engrasado el equipo de Susi Díaz, respaldada por sus hijos, Chema e Irene García, y con los veteranos Pedro Antón y José Luis Cabrera en materia salada y dulce, respectivamente. Su menú extralarge, Génesis, tuvo varios momentos de cuchara fáciles de recordar: el guiso de garbanzos y calamar, condimentado con tiento, y las quisquillas de Santa Pola, ñoquis y pulpo, con un caldo marino delicado y estimulante. Y con copa y tenedor, los tiernos esparraguines de Villena acompañados de crema de almendra, blanquet (embutido cocido) y pelotazo Lovely Green a base de ginebra, hierbabuena, pepino, lima y clara de huevo. Ya dentro de la programación oficial de Alicante Gastronómica, también dediqué mi estómago a manjares más plebeyos, como los pinchos de degustación del congreso de tortilla de patatas organizado por el periodista Rafael García Santos. Si van a Donosti, no se pierdan la que hace Ana Ulli en el bar Antonio, pues no le va a la zaga a la clásica del Néstor. Otras tres que descubrí en el encuentro alicantino fueron las de Emar (Vitoria-Gasteiz), Taberna Pedraza (Madrid) y La Concordia (Logroño).

Raúl Resino, el chef-pescador de Benicarló.

Y si en Alicante me centré en el universo tortillero, en Mediterránea Gastrónoma, foro de la capital valenciana, puse el foco en las jornadas dedicadas a carne y brasas. Mientras Carlos Català, alma mater de una carnicería de tradición familiar de Aldaia, defendió las maduraciones extremas en que la carne sabe casi más a champiñón o a roquefort que a vacuno (vende una soberbia picaña de buey gallego con 500 días), Ángel García, del restaurante Templo (Alicante), se mostró más partidario de afinar la carne (con moderación) que de sobremadurarla. Por su parte, Juan Traver, de Instinto Carnívoro (Castellón), explicó que prefiere hablar de «días de cámara» antes que de maduración y calificó de esnobismo el imponerse unos tiempos mínimos de envejecimiento. Destacó la ponencia ofrecida conjuntamente por el periodista Mikel Zeberio y el empresario Juanan Zaldúa (Baserri Maitea), quien negó que la maduración equivalga a terneza. Según le ha demostado su larga experiencia como hostelero, una ternera puede ser muy tierna con sólo unas horas de sacrificio, ya que el rigor mortis no aparece de inmediato. Es más, ambos coincidieron en que a los ocho días da unos sabores limpios y una textura jugosa y tierna, lo que tampoco depende del grado de infiltración (o marmoleo). Uno de los placeres de este otoño -trepidante como los de antaño- ha sido poder reencontrarse con estos dos gastrónomos vascos y con otros amigos del sector, como los periodistas Ana Marcos y Frasio Sánchez, ambos colegas en Club de Gourmets, o los cocineros Miquel Ruiz, Bernd Knöller, Ricard Camarena, María José San Román, Raúl Resino… Este chef-pescador de Benicarló ofreció, como embajador de la marca Castelló Ruta de Sabor, una clase magistral sobre los suculentos ranchos marineros en que se aprovechan los pescados con menos glamour. Otro mensajero de este sello de calidad, el maestro de cocina Miguel Barrera, de Cal Paradís, arropó a nuevos talentos de la gastronomía castellonense que apuestan por la despensa local. Y si tuviera que escoger un momentazo de soledad hedonista, me trasladaría a la barra del Maipi, bar de Russafa donde alcancé el clímax de este noviembre gastronómico gracias al arroz caldoso de pollo, conejo y verduras elaborado por Pilar Costa y amablemente servido por Gabi Serrano. Les conocí, hace mil otoños, de la mano de Antonio Vergara y, con permiso de El Poblet, fue donde comí más a mi gusto.

Miguel Barrera, embajador de Castelló Ruta de Sabor.

~ COMER Y BEBER CON CEREBRO

Pieza anatómica del escultor Dionís Renart.

En estos cálidos atardeceres de noviembre es fácil (y peligroso) quedarse felizmente pasmado en mitad de la calzada ante los efectos cinéticos que provoca el vuelo sincronizado de una bandada de estorninos. Un espectáculo visual de la naturaleza en temporada otoñal y también una muestra de la inteligencia colectiva que demuestran algunos animales, en este caso para ahuyentar y desorientar a posibles depredadores. El potente murmullo que provocan las aves, unido a las veloces y cambiantes configuraciones de su ballet aéreo, hace que los halcones y otras rapaces desistan del intento. Los peces, al nadar en grandes bancos, despliegan la misma estrategia de defensa en red. En la exposición Cervell(s), abierta hasta el 11 de diciembre en el CCCB, la danza de los estorninos aparece como ejemplo de cerebro comunal, capaz de ejecutar acciones convenientes sin necesidad de líderes ni de órdenes. Aproveché para visitarla con motivo de mi asistencia al Gastronòmic Fòrum Barcelona (GFB) y me encontré con estorninos, abejas, hormigas, pulpos y otros entes comestibles o asociados a nuestra alimentación. El cefalópodo de los ocho brazos, por ejemplo, se comunica con la mano de una bailarina en la coreografía improvisada que podemos ver en una de las conmovedoras obras audiovisuales que salpican la muestra. Este animal solitario y con gran capacidad de aprendizaje posee un cerebro disperso: sus quinientos millones de neuronas (tantas como tiene un perro) se distribuyen por todo el cuerpo, especialmente en los tentáculos, que funcionan de forma autónoma. Según Peter Godfrey-Smith, experto en filosofía de la ciencia, habría que situar el tipo de inteligencia del pulpo fuera de la habitual división entre cerebro y cuerpo. Creo que sería un mal negocio seguir propiciando la extinción de un animal tan enigmático sólo por satisfacer nuestra voracidad absurda e insaciable. Queremos creernos superiores (o mejores), pero no lo somos: algunos invertebrados nos sacan siete cerebros.

Texturas de calabaza con oliva negra y helado de queso de cabra, un plato de Oriol Casals (Teòric).

Ponerle cerebro –seny– a la forma de alimentarnos es un deber en tiempos de mercancías viajadas, preelaborados de súper y aditivos a mansalva. Quien más y mejor materia gris ha aportado al tonto mundo feliz de la gastronomía es, en mi opinión, el sociólogo italiano Carlo Petrini, fundador del movimiento Slow Food. Su ensayo Bueno, limpio y justo sería uno de los contadísimos libros que salvaría de mi nutrida biblioteca culinaria, aunque sólo fuera por sentencias como esta: «Tampoco puede uno convertirse en gastrónomo sólo por frecuentar restaurantes». Frase que me remite a otra del cocinero catalán Santi Santamaria cuando ironiza sobre «el coleccionista de restaurantes» en La cocina al desnudo: «Creen que cuantos más restaurantes conocen, más entienden de cocina, cuando de lo único que entienden es de restaurantes». Dos dardos o brochetas calientes que pueden malherir tanto al foodie marisabidillo como al periodista supuestamente especializado. Se merecía una lenta degustación y una mención especial el sabroso menú de Teòric, taberna para comer premiada con un Cargol en la guía Barcelona Slow Food 2023, que se presentó en el GFB. Oriol Casals agita con delicadeza el recetario tradicional a través de platillos que expresan la estación: trinxat de col y patata con albóndiga de cordero, jugo de asado y gírgoles de castanyer; fricandó de raya con trompetas de la muerte; texturas de calabaza con oliva negra y helado de queso de cabra, o bizcocho de castaña con helado de boniato, crumble de ceps, crema de ratafía y avellanas garrapiñadas. En el comedor, Teo Rubio canta los platillos molto vivace y orienta bien en materia vinícola: U/4 2020, cabernet franc de Thunder Wine Makers y Celler Pardas, bodega del Penedès. También asomó el bosque otoñal en el restaurante Pur, de Nandu Jubany: deliciosos níscalos de botón a la brasa con papada y ceps salteados con yema de huevo y panceta.

Joan Roca, en el Gastronòmic Fòrum Barcelona (GFB).

Se dieron cita unos cuantos cerebros (o cráneos privilegiados) en el GFB, como el del científico estadounidense Harold MacGee, que protagonizó un debate sobre el garum grecorromano (la soja mediterránea) junto a los cocineros Ricard Camarena y Pere Planagumà. Como de costumbre, Joan Roca demostró tener la cabeza bien amueblada y firmó otra ponencia magistral. Habló sobre su nuevo proyecto de destilados Esperit Roca, que se estrenará con un licor de algarroba y una ginebra con cacao, y volvió a seducir a través del sentido común de sus creaciones, como el suflé de patata sobre suquet de pescado, plato en que la especie cambia según capturas gracias a la colaboración con Empesca’t, marca de la asociación de pescadores artesanales de la Costa Brava. Eso es predicar con el ejemplo, en su caso mediante el comercio justo con los vecinos. Dos platos más con seny e imaginación: los pinetells a la brasa con recuerdo a sobrasada, en realidad piquillos caramelizados con aceite de pimentón, piñones y miel, y la sorprendente tarta Sacher de liebre, compuesta de pan de olivas negras, royal y mousse del animal de caza, cobertura de chocolate y acompañiento de higos, caqui y orejones confitados. Otoño y más otoño. Para acabar, mi felicitación a Omar Quiliano, chef repostero de Mr. Xiao, restaurante chino del barrio palmesano de Santa Catalina, por haber ganado la séptima edición del premio The Best Dessert 2022, que convoca la escuela Espaisucre, con un postre de contenido cítrico. Y un hurra para Pep Palau y Josep Alcaraz, directores del foro barcelonés, por haber dado micro a cocineros no renombrados, especialmente en el ciclo Artesanos de la cocina, protagonizado por jóvenes profesionales que trabajan dura y alegremente, en lugares remotos y con lo mínimo (y suficiente).

Jordi Butrón (Espaisucre) entrega el premio The Best Dessert 2022 a Omar Quiliano, de Mr. Xiao.

 

~ ESPARRAGUEANDO EN LA CITY

Los magníficos espárragos de Tudela que sirve el restaurante Toque.

Mayo ha vuelto a ser el mes de los trabajadores, de las flores, de María (virgencita, virgencita: que me quede como estoy), de las moras de árbol, del garbanzo verde y del espárrago blanco. Me confieso devoto (hoy se diría «muy fan») de este último ingrediente, al que me aficioné durante mis años en Holanda, donde constituye uno de los cuatro orgullos patrios, junto con el tulipán, Johann Cruyff y el arenque crudo. Allí la temporada empieza oficialmente el 30 de abril, Fiesta de la Reina, y se cierra por Sint Jan, el 24 de junio, más o menos como por estos lares. El drama es que los calores llegan cada vez antes y la temporada se va acortando año tras año. Con mucha suerte, aún nos quedará una semana para disfrutar de este manjar de primavera que aconsejo tomar tibio y con la yema sólo tocada por el vapor. Para ello, hay que hacer atadillos y cocerlos verticalmente (con el recipiente tapado) a fin de no sumergir las puntas. El objetivo es que queden -tal como recomienda Paul Bocuse en La cuisine du marche- «tiesos y crujientes». Reseño a continuación cuatro exquisitos platos con espárrago fresco que he tenido ocasión de gozar en Palma este mes de mayo:

A la flamenca, de TOQUE. Según calibre, el cocinero Claude Monti cuece entre 8 y 12 minutos los imponentes espárragos navarros que le suministra directamente Gustavo Blanco desde Tudela. Los pela dos veces y corta hasta siete centímetros de tallo para suprimir la parte más fibrosa (aprovecha los recortes para elaborar cremas frías). Quedan enteros, pero perfectamente masticables: al punto exacto. Pone ración de cuatro unidades à la flamande, receta sencilla a base de mantequilla, huevo duro y perejil, en su caso también con picatostes (los holandeses suelen enriquecer esta fórmula con unas lonchas de jamón cocido). Es una de las sugerencias fijas de todas las primaveras en este restaurante de El Terreno. Para que resuene el elegante toque amargo de los espárragos, una Chouffe 40 ans, edición especial, algo más lupulada, de esta rubia belga. C/ Federico García Lorca, 6

Al gratén de queso azul con huevos fritos, de JAI-ALAI. Tal vez el plato más gozoso y plebeyo de estos cuatro, por la combinación de sabores, sea esta adaptación del entrecôte alla Bismarck, que se corona con un huevo frito. En este caso, dos huevos sobre cinco espárragos al dente de la casa navarra Dantza: una ración espléndida. El cocinero Sandro Bruni (exchef del hotel Barceló Nervión, en Bilbao) les da diez minutos de hervor y deja que se enfríen en el agua de cocción. Los cubre con la cantidad justa de queso azul, los acaba al gratén en salamandra (o con soplete) y completa el plato con los huevos y unas escamas de sal negra (carbón vegetal). Entre bocado y bocado, para resetear el paladar, traguito de sidra Bereziartua, casa de Astigarraga con mucha solera: una bebida que aquí se acopla a la perfección. En esta casa de comidas de Santa Catalina también ponen los espárragos fríos y con dos salsas: vinagreta y rosa. C/ Fàbrica, 59

Con pipián de calabaza, de STAGIER. El cocinero chileno Joel Baeza consigue espárragos blancos frescos de Tudela a través de la casa catalana Petràs. Aprovecha sólo las puntas, que cuece ocho minutos en agua con sal y un poco de aceite para enfríar enseguida con hielo y cortar bruscamente la cocción. Los acaba con un golpe de brasa, al kamado, y los sirve troceados (sólo yemas y parte alta) sobre una sedosa y exquisita salsa pipián verde elaborada con semillas de calabaza, espinacas, tomatillo y jalapeño. Remata el plato con las mismas pipas fritas con sal de chiles y ajos, unas hojitas de cilantro y un pellizco de ceniza de cebolla quemada. Los espárragos llegan al plato con un mordisco tierno, pero no blando. El maridaje se queda en Mallorca gracias al Chardonnay Roure Selecció Especial 2018, monovarietal con diez meses de barrica elaborado por Vins Miquel Gelabert. C/ Espartero, 11

Con mantequilla Café de París, de ERRANTES. No es un restaurante, sino el proyecto personal de Pablo Armando Aranda, chef de Es Príncep, y David Díaz, maître de Can Ferrereta, con la colaboración especial de Josep Juhé, sumiller de Zaranda. Una vez al mes ofrecen una cena temática en petit comité y en un lugar secreto que va cambiando. En mayo, menú dedicado a las flores con un espárrago acompañado de mantequilla Café de París, pétalos de rosa y crumble de café. El producto le llega desde Navarra -a través del distribuidor Ismael Cuenca e Hijos- y lo trabaja a la alemana: cocción suave de 6-7 minutos en un caldo hecho con las peladuras de los espárragos, mantequilla y sal. Los espárragos cocidos se conservan en el agua de cocción, que también se aprovecha para la especiada salsa Café París, delicia con más de 50 ingredientes. En la copa, Barros de Cecili, de Can Vidalet, monovarietal de prensal con ocho meses de ánfora.

 

~ IRENE MARTÍNEZ ALZA EL VUELO CON NUS

Irene Martínez abre casa propia en Santa Catalina.

Mientras se suceden y acumulan las imágenes siniestras de la guerra y se condensa en nuestras cabezas la amenaza de una trifulca nuclear, la vida sigue su curso. A veces, lo cotidiano ignora hasta la inmediata vecindad de la muerte: una floristería de Mikolaiv se mantiene abierta pese a los bombardeos porque, según su propietaria, «las flores siguen creciendo». Mientras tanto, a 2.500 kilómetros de distancia, en el alegre y turistizado barrio palmesano de Santa Catalina, no se oyen alarmas antiaéreas, sino rumores (bien fundados) de nuevas correrías gastronómicas. Unos cierran y se esfuman y otros ocupan su lugar en lo que se tarda en freír un huevo de codorniz. Así, tras seis años escasos de vida, el restaurante Nuru (o ‘volver a empezar’ en lengua swahili) dará paso en abril al Nus, primer proyecto en solitario de Irene Martínez. La palabra nus (nudo en catalán) tiene muchas acepciones, pero aquí se impone la botánica: zona del tallo desde donde brotan las hojas, vástagos o ramos tiernos. Su padre, que murió cuando ella tenía 18 años, era carpintero. Irene, que es también una artesana, enlaza ahora con su herencia a modo de homenaje póstumo. Y lo hace creciendo, ya que esta va a ser su prueba de fuego como jefa de cocina (y empresaria). Siempre, o al menos desde hace diez años, la habíamos visto en el papel de secundaria, primero como cómplice de Tomeu Martí en Arume (de 2012 a 2015) y desde 2017 hasta este mismo enero en el Dins de Santi Taura. Entre uno y otro, año antisabático en Madrid con stage en DiverXO y nómina en StreetXO. Además, estancia de tres meses en Kyoto con contrato laboral en el Sushidokoro Man. Se levantaba a las cuatro de la mañana para ir a comprar el pescado junto al chef, Akira Umehara, la mejor forma de profundizar en la cocina del Sol Naciente.

Irene, de niña, con las manos en la masa.

Antes de todo lo que acabamos de contar, hubo años de formación, muchas horas de clase y de rancho premium. Irene Martínez se inició a través de dos casas regentadas por sendas mujeres versadas en cocina mallorquina: Margalida Mulet (escuela Alcari) y Margalida Alemany (catering Bon Dinar). Además de la Escola d’Hoteleria de les Illes Balears, los hoteles, entre ellos La Bobadilla (Granada), fueron otra de sus grandes escuelas. Pero volvamos de nuevo al huidizo y frágil presente. ¿Qué quiere ser Nus? Lo que no quiere ser, quizá esté más claro: un solemne altar gastronómico. Irene busca algo mucho más vivo, más dinámico. Por ejemplo, el menú-degustación se ha diseñado para compartir: con todos los platos al centro y no en raciones individuales. Si se optara por la carta estacional (de quince platos), esta podría ser una comanda de primavera: alcachofas escabechadas al modo nanbanzuke, rabo de toro à la royale y tocinillo de cielo. Para estómagos voraces, podría añadirse un trío de aperitivos: chicharrones, nigiri de calamar de potera y ostra crujiente (frita en panko) con salsa tártara. No hay fusión, sino varias líneas de trabajo basadas tanto en el clasicismo culinario como en el influjo oriental o el recetario popular. Más importante que todo eso: el oficio, la autoexigencia y el brío de una cocinera que lleva años mascando este momento en su fuero interno. Como hacía su padre, ahora es ella quien mide, sierra y lija para poder abrir las puertas y ventanas de Nus a principios de abril. Un nudo es también un vínculo, una encrucijada o, en una trama, ese pasaje de máxima tensión que precede al desenlace. En estos momentos de incertidumbre planetaria, son muy de agradecer los pequeños estrenos, sean culinarios o teatrales. Aquí no tenemos prisa. El final puede esperar, sobre todo cuando el clímax está siendo tan apetitoso.

Manos a la obra para tener Nus a punto en abril.

~ DESENFRENO LEGUMINOSO

Las legumbres locales, protagonistas del 1 de Març.

Soy poco propenso a dar consejos, pero hoy tengo uno al que no me puedo resistir: ¡lentejas con arroz! Comer lentejas con arroz (o con fideos) quiere decir alimentarse en casa, cocinar para la tribu, nutrirse bien y, sobre todo, tirar de aprovechamiento. Lo que se ha hecho con el pote de toda la vida, vamos. Ante el sombrío panorama de precariedad -distópico y belicista- que se nos ha echado encima, no es mala idea ir haciendo acopio de legumbres, patatas y cereales. En cualquier momento, te lanzan otro virus de diseño, otro plan salvaje de recortes, otro petardo nuclear… Eso no quiere decir que haya que parapetarse en casa, sino todo lo contrario. Cuanto más se visite el mercado y el pequeño colmado de abastos, mejor. La hostilidad se combate con desenfreno vital y callejera promiscuidad. No les sigamos el juego de la distancia interpersonal, del recelo mutuo, del pánico que te aísla y te hace huir: esa estúpida televida a que nos abocan. Desconfío de todo lo que empieza por tele: teletrabajo, telefonía (móvil), televisión, teleducación, telemedicina (culmen del Nuevo Absurdo Mundial), teletipo, telepizza, teledirigido… Si abusas de ese prefijo, que significa ‘lejos’, puede darte un telele. Razón de más para sacudirse la angustia, abandonar la parcelita y salir al encuentro… de la legumbre: el martes 1 de marzo AJONEGRO, en colaboración con Tres Serveis Culturals, vuelve a la vida off-line (la única existente) con la cuarta edición del evento gastronómico del Dia de les Illes Balears, dedicado en esta ocasión a las legumbres de variedades locales: Quatre cuinats, quatre illes. Los cocineros participantes y la organización han querido dedicar este encuentro al añorado cocinero Fabián Fuster, que falleció la semana pasada.

Matthieu Savariaud guisará alubias palaueta.

Como cada año, será un sarao interinsular (¡y presencial!) con cocineros de las cuatro islas. En representación de Formentera, Sara Valls, del restaurante Janis (hotel Five Flowers), guisará un potaje vegetal con pèsol blanc (guisante blanco) y alubia de pasta reial. El menorquín Joan Bagur, de Rels, se marcará unos guixons (judías de careta o fesolets d’ull negre) con costilla de cerdo y calabaza. De Eivissa se apunta Matthieu Savariaud, del bistró Es Terral, que combinará unas alubias de la variedad palaueta con patata vermella ibicenca y col pagesa. Y por la isla anfitriona, el mallorquín Pau Navarro, chef del bar Mercat Negre, pondrá una fava parada de barca: como el tradicional puré de habas secas pero con pieles de congrio y otros pescados grasos en lugar de porquim. El festín leguminoso tendrá lugar en el garage gastronómico Clandestí (Guillem Massot, 45 – Palma) de doce del mediodía a cinco de la tarde y la media ración de cuchareo costará 6 euros. Para alegrar el ánimo en la medida de lo posible, habrá vinos de las cuatro islas servidos por copas. Y ya que hablamos de faves, no está de más saber que en el siglo XVIII los monjes dominicos de Mallorca se alimentaban de legumbres 184 días al año y, al menos en el convento de Lloret, prácticamente cada tres días les tocaba comer habas, según el historiador Onofre Vaquer. El arroz ocupaba el segundo lugar en su ranking dietético y más de una vez al mes la olla de faves amb arròs perfumaba el humilde refectorio. Tomemos ejemplo -en tiempos tan inciertos- de su sabia frugalidad.

Cartel del evento gastronómico del Dia de les Illes Balears.

 

 

 

~ ACCIÓN DE GRACIAS PARA FABIÁN FUSTER

Fabián Fuster murió ayer en Düsseldorf a los 39 años.

Otra cosa, no, pero una vida intensa, caótica y divertida, seguro que eso no se lo habrá perdido Fabián Fuster, que murió ayer lejos de casa y sin darnos tiempo a darle un penúltimo abrazo. Celebro su existencia y le agradezco (la gratitud puede ser un antídoto contra el dolor) tantos momentos buenos, tanta ironía y tantísimo sabor. La vida siempre es breve y da para lo que da, que es poco, y menos aún si no se vive. Justo antes del absurdo confinamiento, Canela era uno de los restaurantes de Mallorca que reflejaba mayor vitalidad. Se percibía una evolución trepidante, sobre todo desde 2018, cuando el chef puso en marcha la barra baja en el mismísimo pase: un gesto de valiente. Después de aquel encierro forzoso, ya no volvería a abrir. La última vez que le vi fue en su cocina, pero con el local cerrado, en julio de 2020. Estaba ayudando a despiezar un señor buey de Sa Casa Pagesa. Fabián plantado ante aquel descomunal paraíso de carne roja: todo en orden. Días antes, su compañera, Irene Rigo, ya me había comentado que estaban muy indecisos y que no acababan de ver el momento de la reapertura. No les ayudaba ni lo que habían crecido en plantilla ni la configuración del local, muy difícil de adaptar a las salvajes restricciones sanitarias contra el sector restauración. A finales de agosto, Fabián marchó a hacer un bolo a Düsseldorf como chef privado y el cliente le ofreció continuidad. Mientras tanto, aquí iba a decretarse en breve el toque de queda nocturno, puntilla para muchos locales, y se iba a consumar el castañazo de la pseudotemporada turística, que quedó reducida a seis semanas. Ese otoño el chef decidió aceptar la oferta alemana.

La barra baja en la cocina del Canela.

A finales de 2019, el Canela iba como un tiro: daban diez servicios semanales, de martes a sábado. Fui a comer el 27 de noviembre y Fabián me contó con ilusión el cambio de enfoque (el cambio era su medio natural) que quería darle a la oferta, sobre todo al mediodía, con más sugerencias basadas en ingredientes especiales y un estilo más directo. El cliente extranjero estaba más que ganado, incluyendo a Michael Douglas, y ahora tocaba complacer al gourmand local. Les destaqué en la antología anual de este blog con la siguiente reseña: «Para un periodista que empieza a aburrirse, es un gusto ver cómo un lugar se consolida y va creciendo hacia todos lados. Es el caso de Canela, donde Fabián Fuster ha desatado su vena creativa para expresarse a través de platos híbridos y gozosos. Cada año hay novedades, tanto en el local como en la oferta gastronómica. Desde hace poco abren al mediodía con una cocina cada vez más centrada en el producto: codorniz con foie-gras a la sartén y lentejas a la mostaza. Y en onda más multiculti, dumpling de costilla de angus con helado de tomate-chipotle y bisqué de bogavante. Irene sigue siendo la anfitriona perfecta y Palma gana enteros con apuestas como esta.»

Fabián Fuster, en la última imagen de su Facebook.

No era la primera vez que elogiaba su trabajo. En la guía Mallorca Gastronomical Tour 2019-20 les dediqué una página que, por casualidades de la vida, salió encarada con la de Casa Maruka: el cocinero Alberto Serrano era uno de sus buenos amigos. Y allí anoté: «Pasito a pasito, Fabián Fuster está transformando el antiguo colmado gourmet de su familia en uno de los mejores comedores de Palma y extramuros. Con sólo una placa de inducción y una salamandra resuelve platos de gran complejidad y rebosantes de sabor.» Y en este blog conté mi última cena de curro de 2018, celebrada a lo grande en esa nueva barra baja del Canela: Clasicismo y artes orientales. Aunque ya han pasado casi dos años desde aquel cerrojazo imprevisto y fuera de escala, y a sabiendas de las últimas peripecias profesionales de Fabián Fuster, en mi fuero interno conservaba la esperanza de que, algún día, volviera a su reducto palmesano. De hecho, creo que ellos tampoco habían acabado de descartarlo. Cada vez que pasaba por delante, despotricaba por el cierre. Y últimamente maldecía dos veces en sólo cuarenta pasos por la caída de Can Àngel. Recuerdo que, hará casi diez años, solía pararme a tomar un vino en el Canela, tal vez con algún detalle para picar, y que más de una noche coincidí en el pequeño mostrador con el poeta, químico y paseante Àngel Terrón, quien también estará llorando el súbito traspàs del chef amigo… Por aquel entonces, la cocina era un auténtico cuchitril, un cuartucho junto a los baños, pero Fabián sabía defenderse con lo mínimo: era cocinero. La muerte deja siempre un cierto resabio de injusticia, pero no es más que una anécdota sin autoría (exceptuando casos de violencia). Todo esto no es fácil de entender. No hay edad para la despedida… No hay quien se acostumbre.