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~ «ME GUSTA MUCHO COMER POCO»*

Caricatura realizada por Javier Etayo Tasio.

Andoni Sarriegi es una de las más enérgicas voces discordantes en el monocorde mundo del periodismo gastronómico. Enérgico y cascarrabias, a la vez que dotado de un envidiable acervo culinario y un selecto paladar, este francotirador no da puntada sin hilo cuando es requerido por algún medio para destripar la actualidad gastronómica. Conocido y respetado en todo el estado. aunque muy centrado en su isla, Mallorca, este titulado en Hostelería es redactor del Grupo Gourmets desde 2003 y editor del blog AJONEGRO desde 2011. Hijo de mallorquina y donostiarra -y padre de holandesa-, es también consultor de la Guía Repsol, colaborador del congreso Madrid Fusión y director del Concurso de Cocina con Gamba de Sóller. Sus artículos han aparecido en Levante (Valencia), Información (Alicante) y Diario de Mallorca. En el terreno literario, es autor de Diario de un vago.

Además de la gastronomía, ¿qué aficiones cultivas?

La literatura, el cine, la música, la filosofía, el paseo, la historia contemporánea… No doy abasto.

¿Cuál es tu lugar favorito en Mallorca? ¿Y fuera de la isla? 

En la isla, la costa de Son Serra de Marina y Colònia de sant Pere. Y fuera, las callejuelas del Raval de Barcelona y del Carmen valenciano.

¿Cuál ha sido tu mejor viaje?

Cinco semanas por el sur de México, haciendo autoestop en solitario. De Yucatán a Oaxaca y vuelta. Eso fue a finales de 1992, justo un año antes de la revolución zapatista.

¿Y el viaje que te queda por hacer?

Me gustaría conocer Montevideo. También me tira La Habana, pero ya me dan pereza los viajes largos.

¿Qué es lo que más valoras en una persona?

Para mí, la bondad es lo que marca la diferencia.

¿Y qué detestas en una persona?

La soberbia, pecado de tontos.

¿Dónde has vivido tu mejor experiencia gastronómica?

En una sociedad gastronómica de la Parte Vieja donostiarra. Compartí con un pescador jubilado un hermoso txitxarro a la espalda. Yo debía tener 20 años y aún no me dedicaba a la gastronomía. Cogimos el pescado en Oianeder, la pescadería de mi familia en La Bretxa, y fue un hamaiketako memorable.

¿Cuál es el producto o costumbre gastronómica que más valoras en tu entorno?

Una buena sobrasada payesa sin certificados ni etiquetas que valgan, mejor picante y acompañada de una olivas trencades (rotas y aliñadas) bien amargas. Con vino blanco seco.

¿Y el producto o costumbre que más te ha sorprendido fuera de casa?

Los antojitos o comida callejera de México.

¿Cuál es tu plato favorito para comer?

Jamón ibérico recién cortado a cuchillo. Y un buen mole poblano

¿Hay algún plato que detestes o que no puedas con él?

Ninguno. Me gustan todos, pero todo con mesura. Me gusta mucho comer poco.

¿Y tu plato favorito para preparar?

Arroces ‘pillamanos’, secos o melosos, elaborados con las cuatro cosas que pueda rescatar de nevera y despensa. Nunca sigo una receta: me gusta improvisar.

Sugiérenos dos restaurantes imprescindibles de Mallorca.

Casa Maruka es la mejor casa de comidas de Palma, siempre con producto fresco y apetitosas sugerencias diarias. Y si hablamos de una cocina de autor sensible y que arriesgue, tal vez la de Maca de Castro.

Entrevista publicada en la revista Ondojan.

Has declarado que prefieres «un buen bar a cualquier restaurante». ¿Dos taskos canallas que no podamos dejar de visitar si vamos a las islas?

La cervecería Lórien, que es un milagro en el centro gentrificado de Palma, y Can Frau, bar con cuatro mesitas del Mercat de Santa Catalina, otro barrio desfigurado: de arrabal obrero y de pescadores ha pasado a ser colonia sueca.

Sugiérenos otros dos restaurantes o bares de fuera de las islas.

Siempre he disfrutado en las barras de Nou Manolín (Alicante), Rausell (Valencia) y El Granaíno (Elche), las tres con producto de aúpa. Sin olvidar El Baret de Miquel, la fonda de Miquel Ruiz en Dénia.

Sabemos que de cuando en cuando te dejas caer por Euskal Herria. ¿Cuáles son tus bares o restaurantes favoritos?  

Como bar para comer, el Ormazabal, de la Parte Vieja de Donosti. También me gustan, por centrarme en la provincia que mejor conozco, Zuberoa y Elkano.

¿Un cocinero o cocinera que te haya sorprendido?

El valenciano Ricard Camarena por la relectura personal que hace del recetario y la despensa locales. Hablamos de auténtica cocina de autor con raíces: con sabor, riesgo y sentido.

¿Qué es lo más friki, curioso, estrambótico… con lo que te has encontrado en el mundo de la gastronomía?

Que en una comida de prensa gastronómica te sienten a la mesa rodeado de influencers, redactores de crónica rosa, directores comerciales y políticos, cuando no tenemos nada que ver con toda esa gente.

¿Alguna anécdota relativa a tu trabajo como periodista gastronómico que nos puedas contar sin poner a nadie en evidencia?

Recuerdo que cuando trabajaba como inspector de la guía Gourmetour, para que no me vieran tomar notas, me llamaba al fijo de casa y me susurraba mensajes en el contestador con nombres de platos y precios.

Se dice que «la crítica gastronómica ha muerto». ¿Es así?

Si no ha muerto, está agonizando. Es una pena que tengan más seguimiento los comentarios anónimos (la mayoría, falsos, malintencionados e interesados) que los artículos bien documentados y argumentados. Se nos mueren la escritura, la lectura reposada en papel, el debate, la reflexión… Y se impone la mera opinión banal y en caliente.

COVID-19… ¿Cómo has vivido estos dos últimos años?

Como un inmenso disparate. Las medidas gubernamentales, sometidas a los dictados de la farmacracia, han sido totalmente desproporcionadas. Han fomentado el aislamiento, la sumisión y la pasividad. El miedo les conviene.

¿Qué consecuencias crees que traerá la situación vivida al mundo de la gastronomía y la restauración?

Siento ser catastrofista, pero me temo que se va a ir todo al carajo en un par de años. No sé si habrá que volver al huerto y al camping gas (¿ruso?) o incluso a golpear piedras… Como de costumbre, nos salvará la patata.

¿Qué harías si te tocara la lotería?

Financiar y realizar documentales sobre memoria histórica y abrir una pequeña sala donde programar conferencias, conciertos, proyecciones… Y tal vez me animara a volver a México, pero esta vez para una larga temporada.

* Esta es la entrevista que me ha hecho Josema Azpeitia para la revista Ondojan (agosto 2022), ilustrada con una caricatura de Javier Etayo Tasio. Me he permitido cambiar el titular por uno más breve.

~ LA ENTREVISTA DE ALBERT PINYA (extended version)*

Retrato realizado por Josep Taltavull.

Redactor del Grupo Gourmets desde 2003 y editor del blog AJONEGRO desde 2011, ANDONI SARRIEGI se define como periodista a secas. No le gusta que le encasillen, pero presume de ser el único inspector gastronómico que ha llegado a un tres estrellas haciendo autoestop. Es corresponsal en Balears y Comunidad Valenciana de Club de Gourmets –revista decana de gastronomía en España–, colaborador del congreso Madrid Fusión, consultor de Guía Repsol e ideólogo del Concurs de Cuina amb Gamba de Sóller. Fue inspector de Gourmetour en Balears y País Vasco durante seis ediciones. Sus artículos han aparecido en Levante (Valencia), Información (Alicante) y Diario de Mallorca, rotativo para el que dirigió la primera etapa de Manjaria (le debemos el nombre de esta cabecera). Arrancó su carrera periodística en 1988 como cronista de tribunales y, tras titularse en Hostelería por el IES Juníper Serra, a finales de los 90 fusionó periodismo y gastronomía. Además, ha estudiado guión documental con Patricio Guzmán y Martha Zein. En el terreno literario, es autor de Diario de un vago (Cáceres, 2018).

¿Inspeccionar, escribir o cocinar?

Pues algo de lo primero, mucho de lo segundo y bastante de lo tercero. No me veo como gastrónomo, ni como crítico, ni como escritor… Soy redactor o plumilla raso, es decir, alguien que se dedica a picar letra y transmitir historias, más que a visitar restaurantes. De hecho, los últimos temas sobre los que he escrito han sido el garum, la Serra de Tramuntana, la bodega Ca’n Verdura, la obra documental de Christophe Farnarier, el yuzu… No me ha hecho falta visitar ningún restaurante. En cuanto a inspeccionar, de vez en cuando me toca realizar ese trabajo, que podría emparentarse con la crítica gastronómica, ya que te obliga a valorar y calificar. Empecé a ejercerlo en 2003 para la guía Gourmetour y me acuerdo que, desde restaurantes de Menorca o San Sebastián, para que no me viesen tomar notas, me llamaba con el móvil a casa y me dejaba mensajes en el contestador con nombres de platos y sus precios. Todo eso susurrando y sin camareros en la costa… Es clave preservar el anonimato en este tipo de trabajos.

¿Y sobre guisar?

Es una tarea cotidiana que me encanta. Cuando tenía 30 años, tuve la feliz idea de matricularme en la escuela de hostelería Juníper Serra y me gradué en cocina. El objetivo –cumplido- era dejar de alimentarme de bocatas y menús exprés (la estresada vida del periodista), dejar atrás esa dependencia y ganar en calidad de vida. Fue un acierto, ya que ahora donde mejor y más a gusto como es en casa.

¿En que dirección está evolucionando el periodismo gastronómico?

No sé, no lo sigo de cerca. Me limito a releer a Josep Pla y a Julio Camba. También suelo volver a Los genios del fuego, el libro que publicó Pau Arenós en 1999, y a las divertidas reseñas del valenciano Antonio Vergara. Antes leía también a Omar Oianeder, pero creo que se retiró hace unos años. En los medios sigo detectando mucho publirreportaje encubierto –bajo eufemismos como ‘contenidos especiales’– y veo que se estila la crítica breve en forma de comentario de Instagram, pero un parrafito no da para explicar ni argumentar nada. Muchas veces, el presunto periodista se convierte en prescriptor de marcas comerciales. Como en todo, se tiende a lo rápido, fácil y rentable. Tampoco conviene olvidar que los artículos periodísticos se pagan cada vez peor, es decir, pésimamente mal, y encima las editoriales ya no suelen cubrir gastos, ni siquiera para viajes o colaboraciones gráficas. Hace años que estamos rozando la estafa.

¿Cómo nace AJONEGRO y hacia dónde se dirige?

Desde una óptica positiva, el blog nace del amor por el periodismo y por la escritura. Desde una negativa, de la necesidad de prescindir de editor. Y como todo, se dirige hacia su natural extinción. Ya son casi 500 artículos, todos de acceso gratuito, desde que lo estrené en noviembre de 2011. No he querido comercializarlo, pero me ha ido muy bien –al estar siempre ahí– para conseguir encargos laborales. Tampoco me esperaba que un medio tan especializado y de contenido local, sin estar en las redes, pudiera suscitar tanto interés y recibir tantas visitas. Lo mejor de gestionar un blog es que te conviertes en tu propio editor, escribes lo que quieres y no tienes que andar discutiendo por intromisiones comerciales absurdas, ni aceptar condiciones leoninas ni soportar incumplimientos en los pagos. Otra cosa es que casi siempre te la pifian con la edición: cuando pierdes el control sobre un texto entregado, lo mejor es estar mentalizado para un nuevo ridículo.

¿Para cuándo un programa en la tv o en un canal de Youtube?

No me dé ideas, por favor, que no quiero seguir trabajando por muchos años más. Sólo con los artículos que he publicado, gastronómicos o no, podría empapelar un piso de cinco habitaciones, techo incluido. Lo de convertirme en youtuber, no se me había ocurrido nunca. En cuanto a la tele, tengo un par de proyectos en el cajón, pero no creo que vuelva a abrirlo. De todos modos, si me llegara a animar con el documental, no abordaría asuntos gastronómicos.

Me gusta su estilo porque no tiende hacia lo empalagoso ni hacia un exhibicionismo desenfrenado. ¿Cómo lleva la sobreexposición de tanto foodie, tanto chef y tanto arqueólogo, en medios y redes sociales?

Me carga, pero sólo cuando les hago caso. En general, no soporto las cuentas sólo de platos y paso de largo. En Instagram, por ejemplo, sigo más a ilustradores, fotógrafos, músicos, editoriales… Es lo que realmente me interesa. No estoy diciendo que en la cocina –como en el periodismo– no pueda haber creatividad, pero de ahí a hablar de creación artística… Hay un abismo. Los foodies son unos plastas esnobs y muchos chefs buscan promoción porque suele estirarles la correa del ego. Algunos se convierten en influencers, la última plaga, por la sencilla razón de que nos dejamos influir por lo más banal. Fíjese que en los viajes de prensa, si antes un colega te preguntaba ‘¿tú dónde publicas?’, ahora la cuestión es ‘¿cómo estás en Instagram?’ Donde antes había lectores, ahora ya sólo quedan seguidores apáticos y, al final, triunfa lo chorra. La gastronomía no escapa al fervor por la actual religión biteísta, con dos únicos dioses a los que adorar: Fama y Dinero.

La entrevista publicada en Manjaria.


¿En qué anda metido actualmente?

Pues ahora, más que metido, estoy intentando salir de un imprevisto descenso a los infiernos, el de los campos de exterminio creados por el nazismo. Empecé leyendo a Primo Levi y seguí con Liana Millu, Jean Améry, Charlotte Delbo, Amat-Piniella, Imre Kertész… Y así hasta veintitantos supervivientes del Holocausto. He estado estudiando esa inconcebible atrocidad durante quince meses y el resultado roza lo traumático. En la llamada literatura concentracionaria está la auténtica literatura de terror, mucho más cruel e insufrible que las narraciones de Lovecraft o de Poe, precisamente porque no se trata de literatura, sino de testimonios sobre un crimen masivo y planificado que, por desgracia, ya no podemos deshacer.

¿A qué conclusión ha llegado?

Conclusiones, no sé, pero he de reconocer que antes de ver Shoah, el documental de Claude Lanzmann, y de leer Si esto es un hombre, de Primo Levi, no sabía en qué mundo vivía ni con quién (o contra quién) me las gastaba. En este sentido, hay que advertir que cuando algo ya ha ocurrido, eso implica que pueda volver a ocurrir. No hay que bajar la guardia. Por eso son tan importantes los testigos y los relatos de las víctimas. Hoy mismo he leído una carta de Chéjov en la que afirma que “el hombre se volverá mejor cuando le hayamos mostrado cómo es”. Y la imagen que nos devuelve el espejo puede ser aterradora.

¿Y en el terreno laboral?

Continúo como colaborador de la revista Club de Gourmets, donde empecé en 2005 con crónicas desde Holanda. 17 años más tarde sigo como corresponsal en Balears y la Comunidad Valenciana. Estos días estoy acabando un reportaje extenso sobre el restaurante Brut, de Llubí, y seguiré con otro sobre La Finca, de Elche. También estoy enfrascado en la organización del concurso de cocina con gamba de Sóller, que ya ha abierto la inscripción para esta segunda edición. Con AJONEGRO tampoco paro y, por suerte, me siguen entrando encargos como copy [redactor creativo], única forma de sobrevivir. Pero mucho más importante que todo eso es que estoy preparando la edición de una antología de artículos periodísticos de mi hermano, Txema Sarriegi, que murió en 2011.

Por favor, si fuese posible, recomiéndeme algún lugar, en la isla, para comer un buen pescado sin que me peguen un buen clavo.

Un buen pescado salvaje no puede ser nunca barato. No has de pensar sólo en tu estómago y en lo que tienes en el plato, sino en la gente que anda faenando con buena o mala mar. De todas formas, habría que definir qué entendemos por buen pescado. Para mí, puede ser una sardina, un jurel o una caballa… Mi tío, que era pescatero en el mercado de La Bretxa, en Donosti, solía decir que el mejor pescado es el que lleva menos tiempo fuera del agua. Ahora que me acuerdo, el otro día comí por 13 euros en Mercat Negre, el bar de Pau Navarro en la pescadería del Olivar: una tosta de brioche con cabotí crudo y mantequilla salada más un suquet de garbanzos con huevas de sepia y ase (roncador, una especie poco vista en restauración). Otra opción buena es que te toque pescado en un menú diario con buena relación calidad/precio, como son los de Can March, Bartomeu, Toque, La Juanita o Vida Meva.

El futuro de la alta gastronomía mallorquina, ¿Es una cocina también para los mallorquines? ¿O un souvenir gastronómico de lujo, pero un souvenir al fin y al cabo?

Como ya indica su tonto nombre, la alta cocina es para gente de alta cuna. Los restaurantes de campanillas se parecen cada vez más a atracciones turísticas: están dirigidos al público internacional a través del marketing, así que más que un souvenir, habría que hablar de reclamo, de señuelo. Es una forma más de consumismo. Para clientes de pasta, eso sí, que puedan gastarse 150 ó 200 euros en un menú, lo que hoy en día –con estos salarios enclenques y la carestía disparada– es una obscenidad sin nombre. Son precios que sólo se justifican –y ni así– ante una auténtica cocina de autor con el mejor producto, pero eso es algo que escasea en todas partes. Además, si no se hace muy bien, el resultado es extremadamente tedioso. Me quedo con la baja cocina: la doméstica, popular y cotidiana. Prefiero un buen bar a cualquier restaurante.

* Por razones de espacio y maquetación, no pudo incluirse parte de la entrevista en el suplemento Manjaria, de Diario de Mallorca. Esta es la versión íntegra, que publico con autorización de los autores: Albert Pinya y Josep Taltavull. Gracias a ambos.

~ CENAR EN LA 107

Detalle del comedor de Windows on the World.

El libro de estilo de los gourmets dice que para comer bien en Manhattan hay que aplicar esta regla de oro: no fiarse de los restaurantes que no quedan a ras de suelo, ya que la espectacularidad de las vistas panorámicas es una forma de compensar la escasa calidad de la comida. Según esta receta, en la cima de las Twin Towers tendrían que haber montado una hamburguesería de despojos o algo así, pero toda norma tiene sus excepciones. Hasta el 11 de septiembre, fecha de la matanza, las plantas 106 y 107 de la Torre Norte (la del primer atentado) alojaban dos restaurantes, Windows on the World y Wild Blue, y un bar: The Greatest Bar on Earth. El chef Michael Lomonaco, que no figura entre las víctimas, dirigía todas las operaciones culinarias de ese triple establecimiento. A las diez y media de la mañana, cien minutos después de sufrir el ataque y con la Torre Sur convertida ya en 200.000 toneladas de escombros, se desplomaba el lugar adonde ir a cenar más alto del mundo. A las 48 de registrarse la tragedia, en la web del complejo Windows no había más que un teléfono de emergencia y este mensaje de duelo: «Recemos por la seguridad de nuestros compañeros y de sus familias. Estamos trabajando con las autoridades locales y actualizaremos esta página con datos sobre el paradero de quienes puedan haber estado en las plantas 106 y 107 de Windows on the World. Estáis en nuestros pensamientos y oraciones».

Este texto aparecíó en 2001 en la revista Restauració.

Ahora sabemos que el devastador atentado acabó con la vida de los 73 empleados que estaban de turno, según confirmación de David Emil, cuya empresa, Night Sky, dirigía el complejo. Mientras unos adelantaban trabajo en cocina, otros servían un desayuno para los asistentes a un seminario corporativo. Emil ha asegurado a su plantilla que abrirá un nuevo Windows, pero no antes de cinco o seis años. Su empresa no puede mudarse a cualquier otro lugar de Manhattan o trasladar sin más sus operaciones -como han hecho otras compañías con sede en las Torres Gemelas- a suites de hotel o a delegaciones de otras ciudades. Los dos restaurantes y el bar daban empleo a 450 trabajadores, casi todos inmigrantes procedentes de más de veinte países, entre ellos Egipto, Pakistán y Yemen. La mayoría de las víctimas percibía los salarios más bajos del sector. El diario The New York Times recoge las declaraciones de Asmat Ali, un cocinero de Bangladesh que se muestra decidido a reconstruir el World Trade Center: «Yo soy musulmán y creo que hemos de demostrar a los terroristas que no pueden someternos». Por su parte, Joseph Ameyaw relata que ha perdido a su esposa, Sophia Addo, de 36 años y natural de Ghana. Como otros empleados, ella aspiraba a más y estudiaba enfermería mientras ganaba 345 dólares a la semana por su trabajo. Cada mes enviaba buena parte del sueldo a sus padres y a su hija pequeña. Situación similar a la del dominicano Ramón Hidalgo, que mandaba dinero a su esposa y a sus tres hijos, residentes en Santo Domingo. Ahora está sin empleo, desesperado, pero puede vivir para contarlo.

El complejo de restauración tenía 450 empleados.

Echar un vistazo a las críticas gastronómicas que se han escrito sobre Windows resulta escalofriante por el humor negro que ahora pueden desprender algunas observaciones inocentes. Por ejemplo, el periodista Gordon Mott escribe lo siguiente en su artículo de cigaraficionado.com: «Sentado junto a uno de los inmensos ventanales que van desde el suelo hasta el techo, tienes la sensación de estar pilotando un gran dirigible sobre las ajetreadas calles de allá abajo». Sensación que no se disipa hasta al cabo de una hora, por lo que «no hay que preocuparse si tu acompañante rehúsa mirarte a los ojos porque tiene la vista clavada en la gaviota que planea o en el avión que acaba de aparecer en el horizonte». A juicio de Gordon Mott, lo mejor es, por este orden: la vista, la bodega, la carta de puros y, en cuarto lugar, la cocina. El periodista se queja de la capacidad del establecimiento, que «se resiente de tener que producir demasiados platos para demasiados comensales», y recomienda ir a lo más básico: abrir con ensalada o patés, seguir con carne o pescado a la parrilla y culminar con el tradicional New York cheescake. «No te equivocarás y además acabarás con energía de sobra para girar la cabeza y enfrentarte al impactante paisaje urbano». En cuanto a la oferta de vinos, Windows tenía fama de vender más botellas que ningún otro restaurante del mundo. Kevin Zraly, un joven representante de vinos, fue contratado expresamente para crear la mejor carta de Nueva York: en el momento del ataque, contenía 1.400 referencias y la bodega estaba valorada en más de 200 millones de pesetas [1.200.000 euros]. En sus comienzos, Windows fue tachado de elitista y, de hecho, por las mañanas funcionaba como club privado. Desde luego, los precios nunca fueron baratos, pero sin llegar al grado de intimidación que puede permitirse esta fascinante metrópoli. La destrucción del World Trade Center marca el fin de una etapa para la restauración neoyorquina: además de simbolizar el poder económico de Estados Unidos, Windows era, para miles de residentes, un lugar cotidiano y de confianza, «a place to eat».

(Extracto del reportaje publicado por Andoni Sarriegi en la revista Restauració en octubre de 2001)

 

~ CUENTOS PARA SIBARITAS (y IX: los bises)

Patricia Highsmith (1921-1995).

LA MUERTE DE LA TEMPORADA DE TRUFAS, de Patricia Highsmith. Concluyo esta antología de 27 relatos gastronómicos con tres autores ya citados en entregas anteriores, a modo de bises finales. De la misántropa Patricia Highsmith, este relato protagonizado por un corpulento cerdo trufero, perteneciente a Crímenes bestiales o, en versión original, The Animal Lover’s Book of Beastly Murder. En efecto, Sansón está adiestrado para localizar trufas negras, pero nunca le es dado catarlas, veto que le produce «un vago resentimiento». La recompensa ante cada uno de sus rentables hallazgos se limita a un triste pedazo de queso. Auténticos diamantes comestibles para el gourmand francés, los ejemplares de Tuber melanosporum acaban todos en el zurrón de su amo, Emile, quien se las vende a un charcutero de Cahors (el mercadeo con la trufa es algo realmente peculiar y tiene su propia lógica, esotérica a ojos de un extraño, como pude comprobar un invierno en Morella). Un concurso de caza de trufas patrocinado por la empresa Reine d’Aquitaine, elaboradora del mejor pâté aux truffes de toda Francia, le servirá a Sansón para desquitarse de ese injusto ayuno trufero al que le somete sistemáticamente el avaro de su dueño. La venganza está servida.

Julio Cortázar (1914-1984).

NOVEDADES EN LOS SERVICIOS PÚBLICOS, de Julio Cortázar. Ahora que una de las tendencias turísticas más en boga es la experiencia gastronómica del tipo guisa-y-come-langosta-en-la-barcaza-del-pescador, no resultaría nada extraño que se materializase esta ocurrencia de Cortázar: montar un restaurante de lujo en uno de los vagones del metro de París. Un precedente del slum tourism -otro culmen del consumismo esnob- imaginado en 1979 por el genio argentino. En este texto de Un tal Lucas, describe al detalle el intrincado funcionamiento de tan exclusiva aventura gourmet, «delicia estremecedora» que empieza con una inmersión «en el sudor y el agobio de las multitudes» proletarias y acaba ante la carta de Maxim’s, empresa concesionaria del innovador servicio ferroviario. Claves secretas, cambios de línea y de lugar de recogida, boletines confidenciales para comensales, escolta policial en el momento del desembarco… Todo está estudiado para que los privilegiados usuarios no sufran molestas interferencias u obstrucciones por parte de «los viajeros vulgares» tentados de curiosear o provocar. Aunque el lugar reproduce la atmósfera y la decoración de cualquier vagón-restaurante, en éste «se come infinitamente mejor aunque a un precio también infinitamente».

Roald Dahl (1916-1990).

GASTRÓNOMOS (o LA CATA), de Roald Dahl. Cierro esta antología de relatos gastronómicos con el autor que estrenó la serie, Roald Dahl, y su despiadada caricatura de un gourmet. Se trata del repelente Richard Pratt, presunto experto en vinos cuya boca de «sibarita profesional» -semejante a un «embudo grande y húmedo»- copa buena parte de su jeta. Un personaje patético y arrogante que tiene el vicio de lucir sus conocimientos vinícolas mediante periódicas apuestas con su amigo Mike Schofield, un nuevo rico en cuya casa de Londres se desarrolla Taste, título original del cuento. El reto de la noche está en adivinar viñedo y añada del exclusivo clarete francés escogido para acompañar el rosbif. Todos hemos presenciado la ceremoniosa y enervante cata de un vino: esas contorsiones de cuello (dignas de colleja), esas ruidosas aspiraciones, esas masticaciones con morritos, esas penetraciones nasales… Roald Dahl no escatima sarcasmo, describe las ridículas maniobras faciales del gourmet y concluye que está ofreciendo «un espectáculo repulsivo». Asistimos después a las conjeturas, dudas y deducciones que conducirán al sumiller ocasional hasta esa pequeña parcela de Burdeos… Por cierto, ¿alguien sabe qué demonios es un clarete? ¡He de averiguarlo en breve!

~ CUENTOS PARA SIBARITAS (VIII)

Heinrich Böll (1917-1985).

MONÓLOGO DE UN CAMARERO, de Heinrich Böll. El protagonista de este relato recibe como aguinaldo y paga extra de navidad un despido fulminante, adversidad que no le achanta ni le hace lamentarse, pues «un buen camarero encuentra trabajo en todas partes». ¿Por qué entonces -si es tan buen camarero- le han despedido? Lo descubriremos a través de un breve monólogo, aperitivo perfecto para iniciarse en la narrativa de este nobel alemán, autor de Opiniones de un payaso, novela demoledora. Todo empieza, según cuenta el «buen camarero» en primera persona, con la ración de sopa de guisantes que ha encargado al chef y que, una vez concluido el servicio, se dispone a degustar tranquilamente en su habitación con una cerveza. La inesperada visita de un granujilla de ocho años, unida a su gran generosidad, le complicará las cosas en cuestión de horas. Al tratarse de un relato muy breve, de apenas tres páginas, me veo obligado a escatimar pistas sobre la sucinta trama. Lo que aquí cuenta es el talante del camarero, su diligencia, su vocación de servicio, tal vez ese prurito profesional que le hace preguntarse: «¿No nos hemos comprometido a cumplir todos los deseos de nuestros huéspedes, a garantizarles unas navidades felices?»

Miquel Àngel Joan ‘Llonovoy’ (1961).

LA INCREÏBLE HISTÒRIA DEL SAFRÀ I EL SOFRE, de Miquel Àngel ‘Llonovoy’. Como una esas leyendas urbanas cuya transmisión oral va transfigurando con mil matices nuevos, esta «increíble historia del azafrán y el azufre» cuenta con su arreglo particular en cada localidad mallorquina, sea pequeña ciudad o diminuta aldea. El cómico, reciclajuguetes, artista polifacético y «autor de sobrassada experiència» Miquel Àngel Joan Llonovoy recopila las diferentes versiones en el texto principal de Fets diVersos dels pobles de Mallorca, jocoso libro de anécdotas poetizadas. En realidad, no se trata de un poema (¿o sí?) ni de un relato, sino de una historieta dramatizada y, de hecho, se incluye en la colección Teatre de la editorial Lleonard Muntaner. La trama de esta leyenda gastronómica es sencilla: alguien va a comprar azafrán para un arroz, pero el tendero le coloca azufre (a precio de azafrán). Los pormenores dependen de cada localidad, así como el desenlace, tal vez la explosión de una paella. Por ejemplo, en Sant Llorenç des Cardassar, el vendedor (de sofre) se llama Nofre, rima que añade absurdo a la situación. En s’Horta, Can Nofre pasa a llamarse Can Sofre. Y en el llogaret de es Carritxó, reforman el colmado de abastos para poner un súper: Súper Sofre. Descojonante, adjetivo «malsonante» aprobado por la RAE.

Manuel Vázquez Montalbán (1939-2003).

EL MATARIFE, de Manuel Vázquez Montalbán. Su aparición se ha hecho de rogar, pero era obvio que esta antología de cuentos gastronómicos no podía cerrarse sin la aportación de don Manolo, creador del detective Pepe Carvalho y autor de Contra los gourmets y L’art del menjar a Catalunya. En un pueblo catalán de costa (con «mucho turismo») se desarrolla este relato sobre un self-made man de manual: cruel, ingrato y soberbio. De esos que siempre afirman no deberle nada a nadie («un hombre que no pueda llevar mil pesetas en la cartera no es ni hombre ni nada») y que además no quieren darse cuenta del supremacismo de género que gastan, sin escatimar, a diestro y siniestro. El matarife defiende que ahora haya jamones para todos, baratos, aunque se curen con máquinas, pero también cuestiona la involución en hábitos culinarios: «Antes, que si su sofrito y sus horas de cocina. Ahora te dan los sofritos en lata y diez minutos de olla a presión y va que chuta. Y así irá todo, y así va todo. Es el precio del progreso». Vázquez Montalbán nos acerca a la vida cotidiana de este exmatarife (ahora ya sólo despieza), llena de cuerpos descabezados, bocatas de salchichas, carajillos de Soberano, breves polvos furtivos con turistas casadas y pescateras rollizas…

~ CUENTOS PARA SIBARITAS (VII)

Ray Bradbury (1920-2012).

FUERA DE TEMPORADA, de Ray Bradbury. Este sarcástico relato de Crónicas marcianas admite una lectura alegórica que lo convierte en metáfora de las últimas añadas en terruño turístico.¿Qué pasa cuando el monocultivo se queda sin su ansiada cosecha? Sam, un codicioso y colérico colono de Marte, monta un quiosco de carretera para vender salchichas calientes con ajíes y mostaza a la espera de una avalancha de nuevos terrícolas hambrientos a punto de llegar en diez mil cohetes. Según sus planes patéticos, espera enriquecerse gracias a un rápido aumento de la población y sólo a base de servir frankfurts. Ya para la primera noche, el emprendedor espera que desfilen por su flamante puesto cien mil recién llegados. Además, ya piensa en «las excursiones de los turistas» y se prepara para dar de comer embutido a cinco millones de terrícolas en un año. ¡Ay, las previsiones, las expectativas, los cálculos, el crecimiento…! Justo antes de la inauguración, varios marcianos se le acercan con un mensaje, pero Sam no quiere escuchar, sólo piensa en su inminente negocio y no ve en ellos más que una amenaza… Como es habitual en estos perturbadores relatos de Bradbury, el ambiente es desolador y sombrío, pero con pizcas de ternura y de lirismo. Quim Monzó tradujo al catalán esta cumbre de la… ¿ciencia ficción?

Charles Bukowski (1920-1994).

KID STARDUST EN EL MATADERO, de Charles Bukowski. Está muy bien asomarse al infierno, pero sólo para echar un vistazo y seguir camino. Yo lo hice: estuve trabajando como operario nocturno en la cadena de montaje de un catering de aviación durante un par de veranos. En realidad, un empleo bastante plácido si lo comparamos con el de Kid Stardust en el matadero industrial de animales. La misión de Kid consiste en recoger al vuelo los jamones que le lanzan para pasárselos sin pausa a otro autómata («carretillas llenas de jamones jamones jamones») y colgar de un gancho enormes terneras enteras, todo en cadena, deprisa y en un ambiente bastante sanguinolento. Hay que abrazarse a cada ternera como si se fuera a bailar con ella, una vaquita cadáver («sus huesos muertos contra mis huesos vivos, su carne muerta contra mi carne viva»), y auparla hasta conseguir dejarla enganchada, sin errar el tiro, sin desfallecer, porque «en Norteamérica tienes que ser un ganador, no hay otra salida». Los débiles y los ineptos deberán apearse del gran sueño: no puede desperdiciarse, así como así, una «BUENA colocación» (las mayúsculas son de Bukowski). El relato forma parte de Erections, Ejaculations, Exhibitions, and General Tales of Ordinary Madness, colección que inspiró a Marco Ferreri la película Storie di ordinaria follia.

Jonathan Swift (1667-1745).

UNA PROPOSICIÓN MODESTA, de Jonathan Swift. Nos trasladamos a Dublín y seguimos en un matadero como escenario narrativo, pero en este caso las víctimas ya no son terneras danzantes sino… ¡rollizos críos de un año! Jonathan Swift aboga por transformar los retoños de las mujeres indigentes en asado de lechal de bebé (y otros manjares) a fin de disminuir el número de pedigüeños y morosos. De hecho, el título completo de este breve ensayo satírico reza así: Una proposición modesta para prevenir que los niños de la gente pobre devengan una carga para sus padres o su país. Según dicho plan, los infantes deberían ponerse en venta con destino a las mesas de los terratenientes, que los adquirirían recién sacrificados, a razón de «diez chelines por el cuerpo de un buen niño gordo», para su óptimo e inmediato disfrute gastronómico. Un bebé sano y bien amamantado es, al año de edad, «un alimento delicioso y nutritivo, ya sea estofado, asado o hervido, y sin duda alguna puede servir igualmente para un fricandó o un ragú». A través de este «método justo, barato y sencillo», de precisión aritmética, Swift se mofa de los planes económicos que sólo se basan en la estadística y cuya implacable racionalidad pulveriza sin escrúpulos todo rastro de empatía interhumana.

~ CUENTOS PARA SIBARITAS (VI)

G. K. Chesterton (1874-1936).

LA ENSALADA DEL CORONEL CRAY, de G. K. Chesterton. Sin comerlo ni beberlo, el padre Brown se autoinvita a un déjeuner gourmet tras escuchar lo que parece haber sido la detonación de un arma de fuego, de las pocas cosas capaces de alterar su rutina. El almuerzo se celebra para despedir al excéntrico coronel Cray en la mansión de un viejo militar angloindio, donde al parecer acaba de registrarse un robo. De la mesa del comedor, dispuesta como para una comida de gala, ha desaparecido toda la cubertería de plata, incluyendo las palas de pescado y el convoy de vinagreras con sus condimentos. El anfitrión, Putman, tiene en la gastronomía su afición predilecta hasta el punto de que es «uno de esos aficionados que siempre saben más que los profesionales»: una auténtica lata para el cocinero maltés de la casa, acostumbrado a oír lecciones de su jefe. «Espero que no fuera en las islas Caníbal donde Putman aprendió el arte culinario», señala irónicamente el reverendo en una conversación con el doctor Oman, otro de los invitados al festín. Como si se tratara del sueño de una mañana de verano, van armándose los enredos, afloran las rivalidades sentimentales, desfilan el caos, las pócimas, los antídotos… ¿Podría una simplicísima vinagreta evitar un crimen e incluso esclarecer su tentativa? En la vertiginosa sagacidad del padre Brown está la respuesta a tamaño enigma gastronómico.

Alphonse Daudet (1840-1897).

LAS TRES MISAS REZADAS, de Alphonse Daudet. ¿Existe algún remedio capaz de alejar las tentaciones de la gula? Según el catecismo católico, la virtud de la templanza, pero la moderación brilla por su ausencia en la regalada vida de Dom Balaguère, «capellán a sueldo» de los señores de Trinquelague. Él y su monaguillo, que hace las funciones de diablo, son los protagonistas de este cuento de Navidad firmado por el autor de Tartarín de Tarascón. El reverendo se apresta a oficiar una triple misa del gallo justo antes de una cena que se promete suculenta y opípara, con pavos rellenos de trufas y vinazos dignos del Sumo Pontífice. La impaciencia le puede (el deseo) y, a fin de adelantar la hora del banquete, va acelerando progresivamente el recitado hasta confundir a los fieles, que acaban desconcertados y sin poder seguir su ritmo frenético. La  cabeza del capellán no está en lo que está, sino en las visiones de los faisanes asados, de las truchas y carpas resplandecientes, de las salsas perfumadas con finas hierbas… Y ya dicen que no se puede estar en misa y repicando. Alphonse Daudet se pone anticlerical en este divertido relato navideño que va derivando hacia lo fantasmagórico.

Osamu Dazai

Osamu Dazai (1909-1948).

CEREZAS, de Osamu Dazai. Como es tiempo de cerezas, aquí viene este relato de un escritor japonés que logró quitarse de en medio a los 38 años pero sólo después de cuatro intentonas previas. Como ahora, fue en junio, mes de las cerezas, cuando a Osamu Dazai le dio por arrojarse junto a su amante a un canal del río Tama -crecido de aguas debido a las lluvias monzónicas- en un suburbio tokiota. Alternando bruscamente primera y tercera persona, el autor dibuja una escena de infelicidad conyugal -a la hora de comer con tres hijos pequeños- y se autorretrata como un padre incapaz de acarrear con la sobrecarga de responsabilidad, atormentado por su inutilidad para los asuntos domésticos y propenso a la evasión. El alcoholismo y las ideas suicidas se exponen a las claras en este cuento sobre «la pelea de un matrimonio», una pareja tranquila que ya ha empezado a hablar poco y a ocultarse demasiado. «La vida es algo muy complicado. Nos encadenamos a multitud de personas y obligaciones, y cada vez que intentamos salir un poco de lo establecido, todo sangra a chorros», escribe en el cuento que cierra su volumen Repudiados. Cada 19 de junio, fecha en que fueron rescatados los cadáveres -entrelazados por el cordel rojo de los amantes-, los devotos lectores de Dazai depositan sobre su tumba, a modo de ofrenda, cerezas, flores, sake y cigarrillos baratos.

 

~ CUENTOS PARA SIBARITAS (V)

Alfonso Reyes (1889-1959).

Alfonso Reyes (1889-1959).

EL COCINERO, de Alfonso Reyes. Así como antiguamente los vecinos llevaban al horno comunal los cochinillos y otras viandas crudas para que el fuego cumpliera su alquímica misión, en este microcuento los letrados acuden con palabras recién inventadas. Un cocinero les ayuda a acabar su obra y les devuelve los vocablos en su punto para que puedan degustarlos y digerirlos sin temor. Ahora bien, el resultado de la cocción es siempre incierto: en una ocasión, el chef hornea huelga y sale juerga, lo que provoca una sonada protesta popular. En otro ejemplo, la palabra motín se somete a un asado civilizatorio y reaparece como mitin, una transformación visionaria y que le vale al cocinero la máxima condecoración culinaria: el Cordon Bleu. Las cosas se tuercen, o atascan, cuando un grupo de sabios aparece con una palabra enorme, Dios, y el cocinero la echa al fuego… El sucinto relato forma parte de Calendario -obra publicada en 1923- y refleja la obsesión gastronómica del escritor mexicano, autor de unas Memorias de cocina y bodega y de un Debate entre el vino y la cerveza.

Quim Monzó (1952).

Quim Monzó (1952).

SOBRE LA VOLUBILITAT DE L’ESPERIT HUMÀ, de Quim Monzó. Si en el cuento reseñado previamente se hornean palabras para su consumo una vez asadas, el protagonista de Monzó recorta letras y se las zampa crudas. Empieza con caracteres sueltos, sigue con sílabas, pasa a palabras enteras y, al cabo de unos días, ya ha reemplazado los alimentos convencionales por una dieta cien por cien literaria. Poco a poco aprenderá a distinguir entre las diferentes tipografías: la times, por ejemplo, le sabe a poco y le deja tan indiferente que llega a compararla con «un lluç bullit» (merluza hervida). No tardan en llegar los ensayos -con sus errores y aciertos- en materia de maridaje. Entre sus hallazgos, la armonía entre un buen penedès y los tipos sans-serif o de palo seco (sin remates en los extremos). Pronto el literófago no se conformará con meros recortes y pasará a engullir revistas enteras, prospectos farmacéuticos, tochos de enciclopedia y cosas bastante peores. El escritor y periodista catalán, autor de hilarantes columnas gastronómicas, incluyó la historia del devorador de letras en su volumen de cuentos Uf, va dir ell.

Haruki Murakami (1949).

EL AÑO DE LOS ESPAGUETIS, de Haruki Murakami. ¿Qué ofensa, síndrome o infortunio llevaría al joven protagonista de este relato a enterrarlo todo, retirarse y ponerse a cocinar espaguetis todos los días de 1971 «como si fuera un acto de venganza»? No lo sabemos, pero nos cuentan que, al menos durante ese año de su vida, él «hacía espaguetis para vivir y vivía para hacer espaguetis». Después de agenciarse una enorme olla de aluminio «donde habría cabido un perro pastor alemán», hace acopio de recetarios y de especias a fin de soportar un año entero comiendo y cenando de espaguetis. Ya sean alla napoletana, ya al aglio e olio, siempre los engulle en silencio y en soledad, acompañados de una sencilla ensalada de lechuga y pepino. ¿Los espaguetis como trasunto de la vida individualista, egocéntrica e insolidaria? Tal vez, porque ese apego delirante a un solo ingrediente le sirve también como pretexto («es que ahora tengo los espaguetis al fuego») para desatender los asuntos ajenos y evitar relacionarse con nadie. En este cuento de su libro Sauce ciego, mujer dormida, Murakami traza el drama doméstico de un hikikomori o ermitaño gastronómico.

~ CUENTOS PARA SIBARITAS (IV)

Giovanni Papini (1881-1956).

EL CANÍBAL ARREPENTIDO, de Giovanni Papini. No hay dos sin tres, así que aquí va el tercer relato sobre antropofagia de esta antología de cuentos para sibaritas. Forma parte del manuscrito que un tal Gog confía al narrador en un manicomio privado. Entre las páginas que le lega este millonario hawaiano -«un cínico, sádico, maniático, hiperbólico semisalvaje»-, aparece Nsumbu, viejo africano cuyo vientre sirvió de sepulcro a trescientos humanos mientras esta práctica era legal en su tierra antes de ser colonizada. Gog le adopta para garantizarse una conversación «más apetitosa» que la que podría procurarle un cura, un boss o un asceta, pero sufre una gran desilusión: Nsumbu ha caído “en la imbecilidad” y se ha vuelto vegetariano. El africano justifica su conversión dietética en la posesión por parte de una de sus víctimas nutricias: un blanco misericordioso cuya alma le ha atormentado y vencido con «la tentación de la piedad». Nsumbu acaba recordando con náuseas aquella raciones de «enemigo asado» y, en una concesión final a los misioneros europeos, acaba limitando su ingesta al consumo de legumbres y fruta, pero ese arrepentimiento hará que se gane el repudio del caprichoso Gog. Hay una espléndida traducción del menorquín Màrius Verdaguer.

Sergi Pàmies (1960).

EL QUE NO HEM MENJATde Sergi Pàmies. Cambiemos de dieta (ni canibal ni vegeta) para acudir a la consulta de una dietista diplomada. ¿Será posible que surja el amor en una sala de espera rabiosamente convencional? Por descontado que sí. Homenajeando en su título a Josep Pla (El que hem menjat) y aliñando el relato con abundante jerga gastronómica, el autor nos guisa un divertido affaire a fuego lento entre dos usuarios de mediana edad. Estos «companys de fatiga» en la penosa tarea de adelgazar van cumpliendo objetivos y se van quitando quilitos mientras maceran sin prisas la atracción mutua… ¿Llegará el ansiado momento de flambear su recatada pasión adúltera? ¿Se encenderá vistosa y vulgarmente para apagarse en un pispás como el merengue de un espectacular soufflé Alaska? Esta historia del escritor y periodista francocatalán (nacido en París por causa del exilio de su padre, Gregorio López Raimundo, dirigente del PSUC) forma parte de La bicicleta estàtica, conjunto de 19 relatos marcados por los «naufragis de la maduresa», tal como te anticipa la reseña de contraportada.

Michel Tournier (1924-2016).

LA LEYENDA DEL PAN, de Michel Tournier. Mediante un romance común, el escritor francés nos cuenta cómo se creó, en una aldea del Finisterre bretón, el primer panecillo de chocolate. El hijo del panadero de Pouldreuzic y la hija del panadero de Plouhinec se enamoran. Si en el pueblo del novio tocan la bombarda, cultivan alcachofas, escancian sidra y hacen un bollo suave que es todo miga, en el de la novia prefieren sonar la gaita, dedicarse a la patata, fermentar jugo de pera y elaborar panes duros y resistentes (todo corteza) para proveer a los marineros. A fin de evitar humillaciones y conflictos entre los pueblos rivales, se trasladan a vivir a medio camino, a Plozévet, donde abren la primera panadería. De cara a la boda y a su nuevo negocio, la pareja decide crear un pan nuevo, híbrido y síntesis de las dos variedades: un pan duro-blando. Al novio le toca lograr un pan crustáceo: duro por fuera y blando por dentro como un bogavante. Más ardua es la papeleta para la novia, crear el pan vertebrado: blando por fuera y duro por dentro como el conejo. Tournier incluye esta leyenda en Medianoche de amor, obra inspirada en Il Decamerone, de Bocaccio, y en que una pareja organiza un copioso festín de manjares marinos para anunciar a los amigos su inminente separación.

 

 

~ CUENTOS PARA SIBARITAS (III)

Julio Cortázar (1914-1984).

CIRCE, de Julio Cortázar. Tras urdir este relato, el autor pudo comprobar que su escritura le había servido para superar «una pequeña neurosis»: el temor de encontrar bichos en la comida. Una fobia fatigosa y «que le estropea a cualquiera un buen almuerzo», según le confesó al periodista Ernesto González Bermejo. Fue un caso de autoterapia inconsciente y con final feliz, pues un buen día Cortázar se encontró «comiendo un puchero a la española sin mirar lo que comía», sin ir a hurgar en la amenaza de cada bocado. Circe es la historia de un noviazgo común -hecho a base de visitas y paseos- y de una aberración «de orden patológico» y difícil curación. La joven Delia Mañara, la protagonista, ejerce el papel de maga seductora, de Circe, «la divina entre las diosas», de lindas trenzas y conocedora de muchas drogas, tal como Homero nos la define en la décima rapsodia de La Odisea. Aquí la isla de Eea se transfigura en el barrio porteño de Almagro y los brebajes adoptan forma de bombones rellenos, «de pulpa dulce y esquiva», pero a veces también con «un dejo raramente salado (en lo más lejano del sabor)». El novio hace las veces de Ulises (¿logrará salvarse como el héroe?) en esta inquietante y morbosa historia de Bestiario, primer volumen de cuentos del maestro argentino.

Patricia Highsmith (1921-1995).

LA PERFECCIONISTA, de Patricia Highsmith. Por sus efectos paralizantes, el perfeccionismo es uno de nuestros más temibles enemigos interiores. En el fondo, es probable que se trate de una fobia: el miedo a defraudar por no alcanzar la tan anhelada (y detestable) excelencia. ¿Acaso hay dosis de estoicismo capaz de librar del estrés mientras se espera la llegada de veinte invitados? La hipocondríaca y obsesiva ama de casa Margot Fleming ha renunciado a cocinar por temor a que sus guisos no sean «lo bastante buenos», de tal modo que ella y su marido frecuentan los restaurantes. Ante la sorpresa de éste, un buen día decide pasar a la acción para demostrar que también puede ser «la esposa perfecta». Con la ayuda del Larousse Gastronomique y sacrificando el descanso nocturno a fin de ensayar los platos, prepara concienzudamente un menú para veintidós comensales. ¿Saldrá airosa de tan exigente reto? En esta pieza culinaria de sus Little Tales of Misogyny, Highsmith se vale de una neurasténica entrañable para hacer vudú contra el despiadado modelo de mujer ideal. Y esta perfeccionista me lleva a releer El perfeccionista en la cocina (‘pedante’ en el título original), divertido texto autobiográfico de Julian Barnes.

Miquel Àngel Riera (1930-1996).

LA GÀBIA DE VIDRE, de Miquel Àngel Riera. Este cuento fue escrito en 1977, pero yo lo leí en plena desescalada de mayo de 2020 y no daba crédito… El escritor de Manacor describe en La jaula de cristal un restaurante calcado a lo que en ese momento se avecinaba. Traduzco: «…una jaula múltiple, una espectacular vitrina para exhibir seres humanos de todo pelaje (…), una caja de cristal adosada a otras cajas de cristal». Cada cliente, aislado y protegido por «mamparas transparentes» en su cubículo silencioso, en su «pecera de lujo». Por fin, el lugar perfecto para la gente «que no quiere molestar ni ser molestada», el summum del reservadito individual. En cuanto al efecto global, un extraño juego óptico de imágenes mutiladas a causa de la refracción múltiple propiciada por las pantallas: anonimato máximo. ¿Sería posible el flechazo entre desconocidos en un «un zoológico» como el descrito? ¿Sería factible interactuar dentro de aquella «enorme colección de estuches de vidrio» y entre comensales desmembrados? Miquel Àngel Riera firma otra obra maestra del absurdo cotidiano en este divertido relato de su volumen La rara anatomia dels centaures.