Archivo de febrero 2022

~ DESENFRENO LEGUMINOSO

Las legumbres locales, protagonistas del 1 de Març.

Soy poco propenso a dar consejos, pero hoy tengo uno al que no me puedo resistir: ¡lentejas con arroz! Comer lentejas con arroz (o con fideos) quiere decir alimentarse en casa, cocinar para la tribu, nutrirse bien y, sobre todo, tirar de aprovechamiento. Lo que se ha hecho con el pote de toda la vida, vamos. Ante el sombrío panorama de precariedad -distópico y belicista- que se nos ha echado encima, no es mala idea ir haciendo acopio de legumbres, patatas y cereales. En cualquier momento, te lanzan otro virus de diseño, otro plan salvaje de recortes, otro petardo nuclear… Eso no quiere decir que haya que parapetarse en casa, sino todo lo contrario. Cuanto más se visite el mercado y el pequeño colmado de abastos, mejor. La hostilidad se combate con desenfreno vital y callejera promiscuidad. No les sigamos el juego de la distancia interpersonal, del recelo mutuo, del pánico que te aísla y te hace huir: esa estúpida televida a que nos abocan. Desconfío de todo lo que empieza por tele: teletrabajo, telefonía (móvil), televisión, teleducación, telemedicina (culmen del Nuevo Absurdo Mundial), teletipo, telepizza, teledirigido… Si abusas de ese prefijo, que significa ‘lejos’, puede darte un telele. Razón de más para sacudirse la angustia, abandonar la parcelita y salir al encuentro… de la legumbre: el martes 1 de marzo AJONEGRO, en colaboración con Tres Serveis Culturals, vuelve a la vida off-line (la única existente) con la cuarta edición del evento gastronómico del Dia de les Illes Balears, dedicado en esta ocasión a las legumbres de variedades locales: Quatre cuinats, quatre illes. Los cocineros participantes y la organización han querido dedicar este encuentro al añorado cocinero Fabián Fuster, que falleció la semana pasada.

Matthieu Savariaud guisará alubias palaueta.

Como cada año, será un sarao interinsular (¡y presencial!) con cocineros de las cuatro islas. En representación de Formentera, Sara Valls, del restaurante Janis (hotel Five Flowers), guisará un potaje vegetal con pèsol blanc (guisante blanco) y alubia de pasta reial. El menorquín Joan Bagur, de Rels, se marcará unos guixons (judías de careta o fesolets d’ull negre) con costilla de cerdo y calabaza. De Eivissa se apunta Matthieu Savariaud, del bistró Es Terral, que combinará unas alubias de la variedad palaueta con patata vermella ibicenca y col pagesa. Y por la isla anfitriona, el mallorquín Pau Navarro, chef del bar Mercat Negre, pondrá una fava parada de barca: como el tradicional puré de habas secas pero con pieles de congrio y otros pescados grasos en lugar de porquim. El festín leguminoso tendrá lugar en el garage gastronómico Clandestí (Guillem Massot, 45 – Palma) de doce del mediodía a cinco de la tarde y la media ración de cuchareo costará 6 euros. Para alegrar el ánimo en la medida de lo posible, habrá vinos de las cuatro islas servidos por copas. Y ya que hablamos de faves, no está de más saber que en el siglo XVIII los monjes dominicos de Mallorca se alimentaban de legumbres 184 días al año y, al menos en el convento de Lloret, prácticamente cada tres días les tocaba comer habas, según el historiador Onofre Vaquer. El arroz ocupaba el segundo lugar en su ranking dietético y más de una vez al mes la olla de faves amb arròs perfumaba el humilde refectorio. Tomemos ejemplo -en tiempos tan inciertos- de su sabia frugalidad.

Cartel del evento gastronómico del Dia de les Illes Balears.

 

 

 

~ ACCIÓN DE GRACIAS PARA FABIÁN FUSTER

Fabián Fuster murió ayer en Düsseldorf a los 39 años.

Otra cosa, no, pero una vida intensa, caótica y divertida, seguro que eso no se lo habrá perdido Fabián Fuster, que murió ayer lejos de casa y sin darnos tiempo a darle un penúltimo abrazo. Celebro su existencia y le agradezco (la gratitud puede ser un antídoto contra el dolor) tantos momentos buenos, tanta ironía y tantísimo sabor. La vida siempre es breve y da para lo que da, que es poco, y menos aún si no se vive. Justo antes del absurdo confinamiento, Canela era uno de los restaurantes de Mallorca que reflejaba mayor vitalidad. Se percibía una evolución trepidante, sobre todo desde 2018, cuando el chef puso en marcha la barra baja en el mismísimo pase: un gesto de valiente. Después de aquel encierro forzoso, ya no volvería a abrir. La última vez que le vi fue en su cocina, pero con el local cerrado, en julio de 2020. Estaba ayudando a despiezar un señor buey de Sa Casa Pagesa. Fabián plantado ante aquel descomunal paraíso de carne roja: todo en orden. Días antes, su compañera, Irene Rigo, ya me había comentado que estaban muy indecisos y que no acababan de ver el momento de la reapertura. No les ayudaba ni lo que habían crecido en plantilla ni la configuración del local, muy difícil de adaptar a las salvajes restricciones sanitarias contra el sector restauración. A finales de agosto, Fabián marchó a hacer un bolo a Düsseldorf como chef privado y el cliente le ofreció continuidad. Mientras tanto, aquí iba a decretarse en breve el toque de queda nocturno, puntilla para muchos locales, y se iba a consumar el castañazo de la pseudotemporada turística, que quedó reducida a seis semanas. Ese otoño el chef decidió aceptar la oferta alemana.

La barra baja en la cocina del Canela.

A finales de 2019, el Canela iba como un tiro: daban diez servicios semanales, de martes a sábado. Fui a comer el 27 de noviembre y Fabián me contó con ilusión el cambio de enfoque (el cambio era su medio natural) que quería darle a la oferta, sobre todo al mediodía, con más sugerencias basadas en ingredientes especiales y un estilo más directo. El cliente extranjero estaba más que ganado, incluyendo a Michael Douglas, y ahora tocaba complacer al gourmand local. Les destaqué en la antología anual de este blog con la siguiente reseña: «Para un periodista que empieza a aburrirse, es un gusto ver cómo un lugar se consolida y va creciendo hacia todos lados. Es el caso de Canela, donde Fabián Fuster ha desatado su vena creativa para expresarse a través de platos híbridos y gozosos. Cada año hay novedades, tanto en el local como en la oferta gastronómica. Desde hace poco abren al mediodía con una cocina cada vez más centrada en el producto: codorniz con foie-gras a la sartén y lentejas a la mostaza. Y en onda más multiculti, dumpling de costilla de angus con helado de tomate-chipotle y bisqué de bogavante. Irene sigue siendo la anfitriona perfecta y Palma gana enteros con apuestas como esta.»

Fabián Fuster, en la última imagen de su Facebook.

No era la primera vez que elogiaba su trabajo. En la guía Mallorca Gastronomical Tour 2019-20 les dediqué una página que, por casualidades de la vida, salió encarada con la de Casa Maruka: el cocinero Alberto Serrano era uno de sus buenos amigos. Y allí anoté: «Pasito a pasito, Fabián Fuster está transformando el antiguo colmado gourmet de su familia en uno de los mejores comedores de Palma y extramuros. Con sólo una placa de inducción y una salamandra resuelve platos de gran complejidad y rebosantes de sabor.» Y en este blog conté mi última cena de curro de 2018, celebrada a lo grande en esa nueva barra baja del Canela: Clasicismo y artes orientales. Aunque ya han pasado casi dos años desde aquel cerrojazo imprevisto y fuera de escala, y a sabiendas de las últimas peripecias profesionales de Fabián Fuster, en mi fuero interno conservaba la esperanza de que, algún día, volviera a su reducto palmesano. De hecho, creo que ellos tampoco habían acabado de descartarlo. Cada vez que pasaba por delante, despotricaba por el cierre. Y últimamente maldecía dos veces en sólo cuarenta pasos por la caída de Can Àngel. Recuerdo que, hará casi diez años, solía pararme a tomar un vino en el Canela, tal vez con algún detalle para picar, y que más de una noche coincidí en el pequeño mostrador con el poeta, químico y paseante Àngel Terrón, quien también estará llorando el súbito traspàs del chef amigo… Por aquel entonces, la cocina era un auténtico cuchitril, un cuartucho junto a los baños, pero Fabián sabía defenderse con lo mínimo: era cocinero. La muerte deja siempre un cierto resabio de injusticia, pero no es más que una anécdota sin autoría (exceptuando casos de violencia). Todo esto no es fácil de entender. No hay edad para la despedida… No hay quien se acostumbre.

~ ‘VINYAFERITS’* (II): Carlos Rodríguez, de Selva Vins

Carlos Rodríguez, entre malvasía.

«Cada vino es como una canción: cambias dos pequeños detalles y aparece algo distinto. Y cada botella, es un concierto, una experiencia única, en riguroso directo.» Quien habla es Carlos Rodríguez Furthmann y sus símiles musicales no son en absoluto casuales. Hombre de viña y músico curtido en el rock, sigue agitando las baquetas en Samba pa ti. Durante nuestro encuentro en su pequeña bodega de Selva, no suena Carlos Santana, pero sí la vertiente más psico de otra bestia parda de la púa, el bluesero Steve Ray Vaughan: ¡solos de guitarra picando el tiempo como un cuchillo cebollero pasado de revoluciones! También los vinos -las canciones- de Carlos Rodríguez rebosan energía y sensibilidad porque no tienen más objetivo que «expresar la uva y la añada, ¡pero de verdad!». Son vinos sin trampa ni cartón, inmediatos, transparentes. Vinos crudos. Fue precisamente en Raw Wines, la feria de vinos naturales de Londres, donde hace diez años tuvo la revelación de lo que quería hacer: productos sin añadidos, sin necesidad de excesos tecnológicos, sin tanta enología. Todo lo demás, lo que no querría hacer, ya lo había aprendido por sus experiencias anteriores en bodegas industriales de buen tamaño. Esa determinación, esa actitud de rocker, hace que sus vinos no dejen a nadie indiferente: o desconciertan o entusiasman. Antes viticultor que vinatero, Carlos Rodríguez empezó cuidando la viña de su padre, en Biniali, y pronto le tomó el gusto. Se formó a base de ir preguntando a los payeses del lugar. En 2008, tras la mentada vida laboral en grandes bodegas, se hizo autónomo para dedicarse a cuidar fincas de allá y de acullá mientras empezaba a hacer vinos para su gobierno (autoconsumo), siempre con una ayudita de los tratados de enología de la saga Hidalgo. En poco tiempo tuvo localizadas las mejores viñas de Mallorca, la mejor materia prima para empezar a ponerse en serio.

Clarete y malvasía de Selva Vins.

Al menos dos experiencias pioneras cosecha en su haber este vinyaferit de ánimo templado y risueño: el primer ancestral y el primer (y hasta el momento único) clarete elaborados en la isla. Empecemos por este último. ¿Qué diablos es un clarete, además del patito feo de los vinos, según prejuicios del consumidor local? Respuesta válida: el resultado de fermentar conjuntamente un 80 por ciento de mosto de uva blanca y un 20 por ciento de mosto de uva tinta con pieles. Nada que ver con el rosado, que se hace sólo con uva tinta sin pieles. El binomio bicolor de Selva Vins reúne premsal blanc de Felanitx y gorgollassa de Pollença y da como resultado un cigales a la mallorquina, un ortodoxo clarete para el chiquiteo y la fiesta: un vino amigo. En cuanto al ancestral, vino espumoso de una sola fermentación que culmina en botella, Carlos Rodríguez lo elabora con su variedad favorita, la asilvestrada y montés gorgollassa, tan rústica como elegante. Le anotamos un tercer logro en vanguardia: es el primer bodeguero que utiliza en Mallorca barricas de castaño, en su caso para crear un blanco mágico: el Premsal Castaño, con tres meses de crianza. Y sus proezas no se quedan aquí: ha recuperado la única parcela de malvasia que quedaba en Estellencs. De este pequeño viñedo surge su herbáceo Malva, vino con nueve meses de crianza sobre lías finas, de poco grado y cuya buena acidez le garantiza esa vigorosa longevidad que ya exhibe su primera añada: 2016. Además, Selva Vins fue de los primeros cellers de la isla en recuperar el brisat (u orange), blanco fermentado con pieles. Su gran misterio es el GN (¿gran noche?), tinto experimental que elabora con una variedad en vías de autorización. Para cuando lleguen los permisos, estaremos todos tocando el blues y más que borrachos.

* Adaptación del vocablo catalán lletraferit: herido por la literatura, amante de cultivar las letras.