~ CUENTOS PARA SIBARITAS (VI)
LA ENSALADA DEL CORONEL CRAY, de G. K. Chesterton. Sin comerlo ni beberlo, el padre Brown se autoinvita a un déjeuner gourmet tras escuchar lo que parece haber sido la detonación de un arma de fuego, de las pocas cosas capaces de alterar su rutina. El almuerzo se celebra para despedir al excéntrico coronel Cray en la mansión de un viejo militar angloindio, donde al parecer acaba de registrarse un robo. De la mesa del comedor, dispuesta como para una comida de gala, ha desaparecido toda la cubertería de plata, incluyendo las palas de pescado y el convoy de vinagreras con sus condimentos. El anfitrión, Putman, tiene en la gastronomía su afición predilecta hasta el punto de que es «uno de esos aficionados que siempre saben más que los profesionales»: una auténtica lata para el cocinero maltés de la casa, acostumbrado a oír lecciones de su jefe. «Espero que no fuera en las islas Caníbal donde Putman aprendió el arte culinario», señala irónicamente el reverendo en una conversación con el doctor Oman, otro de los invitados al festín. Como si se tratara del sueño de una mañana de verano, van armándose los enredos, afloran las rivalidades sentimentales, desfilan el caos, las pócimas, los antídotos… ¿Podría una simplicísima vinagreta evitar un crimen e incluso esclarecer su tentativa? En la vertiginosa sagacidad del padre Brown está la respuesta a tamaño enigma gastronómico.
LAS TRES MISAS REZADAS, de Alphonse Daudet. ¿Existe algún remedio capaz de alejar las tentaciones de la gula? Según el catecismo católico, la virtud de la templanza, pero la moderación brilla por su ausencia en la regalada vida de Dom Balaguère, «capellán a sueldo» de los señores de Trinquelague. Él y su monaguillo, que hace las funciones de diablo, son los protagonistas de este cuento de Navidad firmado por el autor de Tartarín de Tarascón. El reverendo se apresta a oficiar una triple misa del gallo justo antes de una cena que se promete suculenta y opípara, con pavos rellenos de trufas y vinazos dignos del Sumo Pontífice. La impaciencia le puede (el deseo) y, a fin de adelantar la hora del banquete, va acelerando progresivamente el recitado hasta confundir a los fieles, que acaban desconcertados y sin poder seguir su ritmo frenético. La cabeza del capellán no está en lo que está, sino en las visiones de los faisanes asados, de las truchas y carpas resplandecientes, de las salsas perfumadas con finas hierbas… Y ya dicen que no se puede estar en misa y repicando. Alphonse Daudet se pone anticlerical en este divertido relato navideño que va derivando hacia lo fantasmagórico.
CEREZAS, de Osamu Dazai. Como es tiempo de cerezas, aquí viene este relato de un escritor japonés que logró quitarse de en medio a los 38 años pero sólo después de cuatro intentonas previas. Como ahora, fue en junio, mes de las cerezas, cuando a Osamu Dazai le dio por arrojarse junto a su amante a un canal del río Tama -crecido de aguas debido a las lluvias monzónicas- en un suburbio tokiota. Alternando bruscamente primera y tercera persona, el autor dibuja una escena de infelicidad conyugal -a la hora de comer con tres hijos pequeños- y se autorretrata como un padre incapaz de acarrear con la sobrecarga de responsabilidad, atormentado por su inutilidad para los asuntos domésticos y propenso a la evasión. El alcoholismo y las ideas suicidas se exponen a las claras en este cuento sobre «la pelea de un matrimonio», una pareja tranquila que ya ha empezado a hablar poco y a ocultarse demasiado. «La vida es algo muy complicado. Nos encadenamos a multitud de personas y obligaciones, y cada vez que intentamos salir un poco de lo establecido, todo sangra a chorros», escribe en el cuento que cierra su volumen Repudiados. Cada 19 de junio, fecha en que fueron rescatados los cadáveres -entrelazados por el cordel rojo de los amantes-, los devotos lectores de Dazai depositan sobre su tumba, a modo de ofrenda, cerezas, flores, sake y cigarrillos baratos.
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