~ ‘VINYAFERITS’* (I): Pep Rodríguez, de Soca-rel
El trabajo de campo se ha referido siempre a toda investigación desarrollada en el lugar de los hechos: sobre el terreno o, por adaptar este concepto al asunto que va a ocuparnos, sobre el terruño. Lo que en la jerga de la vieja escuela periodística se conoce (o se conocía: hoy todo es móvil, web y telecurro) como «gastar suela». Pep Rodríguez se dedica, literalmente, al trabajo de campo y no podía ser de otra manera en alguien que se autodefine como un «animal de viña» y cuya ocupación más querida consiste en «fijarse en el bosque». Este vinyòvol –viñadero o viñador, esto es, cultivador de vides- será el primer invitado a esta nueva galería de perfiles sobre vinyaferits y vinyaferides del archipiélago balear. Estreno la serie con un entusiasta viticultor que se dedica a hacer sus propios vinos desde hace sólo dos añadas (va por la tercera), pero eso tras una larga e intensa experiencia de diálogo con las viñas: lleva 25 cuidando las del celler José Luis Ferrer. Como la vida en su conjunto, el milagro de la fotosíntesis, de la que depende el crecimiento y la justa maduración de cada grano de uva, es un delicado juego de luces y sombras. De ahí que Pep esté incorporando ahora albaricoqueros, a modo de parasoles, y aproveche con idéntico fin los olivos ya existentes en su ecosistema fronterizo entre Consell y Binissalem, adonde acudimos a gastar suela, conversar e hidratar el garguero. Por cierto, elabora también un delicioso aceite de oliva empeltre.
Sorprende -y facilita mi labor como redactor profano en materia vitivinícola- la claridad de intenciones del creador del microceller Soca-rel. De entrada, sólo emplea ciertas uvas locales y trabaja únicamente a partir de viñas jóvenes, con más nervio y más vigor, es decir, con menos propensión a enfermar. No le interesan las variedades que se le antojan difíciles, como la gorgollassa y la giró (ni negra ni blanca), y tampoco es amigo de largas crianzas: «Nuestros mayores no hacían vino para guardar, ya que lo consideraban un alimento diario», explica Pep Rodríguez. Elabora a la antiga, dejando que la naturaleza haga su trabajo, sin injerencias ni añadidos, o como él dice, limitándose a «acompañar la vida». No es, desde luego, el enfoque propio de un enólogo de bata blanca, sino el de un viticultor que sólo busca «resultados de campo» y no complicarse la existencia. La clave está en deambular mucho por las viñas -entre margaritas, cardos, caléndulas, lavandas…- y prestarles atención: «Que no et faci peresa voltar». Y es que así como reivindicamos el bienestar animal, para obtener buenos vinos hay que cuidar previamente del bienestar vegetal. La planta es tal como nosotros: el estrés nos revienta y nos remata.
Como buen viñador de pura cepa (de soca-rel), Pep Rodríguez es muy consciente de que cuando hablamos de cosecha, hablamos de que sólo te conceden «una oportunidad al año». Más tarde, cuando los racimos entren en el garage, ya vendrá la guerra… Una guerra sin armas ni sulfitos, pero que a Pep le deja sin habla («jo perd es xerrar»), de lo entregado que está y lo en guardia que se pone. Hasta el momento, ha comercializado dos vinos monovarietales, de manto negro y escursac, y un coupage entre estas dos uvas al 50 por ciento. Pruebo el contenido clandestino de varios depósitos experimentales, entre ellos un liviano y vegetal esperó de gall (con 25 por ciento de maceración carbónica) y un vinater blanc. También un blanc de noirs de manto negro fermentado en damajuanas de vidrio, recipiente escogido por su neutralidad, esto es, por todo aquello que no aporta. Pep también está tramando algo con mancès de tibús, una de sus tintas predilectas, aún por legalizar. La imagen de etiqueta de Soca-rel, común a sus tres vinos en el mercado, es ya una inequívoca declaración de principios: unas tijeras de podar.
* Adaptación del vocablo catalán lletraferit: herido por la literatura, amante de cultivar las letras.
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