Archivo de abril 2021

~ CUENTOS PARA SIBARITAS (V)

Alfonso Reyes (1889-1959).

Alfonso Reyes (1889-1959).

EL COCINERO, de Alfonso Reyes. Así como antiguamente los vecinos llevaban al horno comunal los cochinillos y otras viandas crudas para que el fuego cumpliera su alquímica misión, en este microcuento los letrados acuden con palabras recién inventadas. Un cocinero les ayuda a acabar su obra y les devuelve los vocablos en su punto para que puedan degustarlos y digerirlos sin temor. Ahora bien, el resultado de la cocción es siempre incierto: en una ocasión, el chef hornea huelga y sale juerga, lo que provoca una sonada protesta popular. En otro ejemplo, la palabra motín se somete a un asado civilizatorio y reaparece como mitin, una transformación visionaria y que le vale al cocinero la máxima condecoración culinaria: el Cordon Bleu. Las cosas se tuercen, o atascan, cuando un grupo de sabios aparece con una palabra enorme, Dios, y el cocinero la echa al fuego… El sucinto relato forma parte de Calendario -obra publicada en 1923- y refleja la obsesión gastronómica del escritor mexicano, autor de unas Memorias de cocina y bodega y de un Debate entre el vino y la cerveza.

Quim Monzó (1952).

Quim Monzó (1952).

SOBRE LA VOLUBILITAT DE L’ESPERIT HUMÀ, de Quim Monzó. Si en el cuento reseñado previamente se hornean palabras para su consumo una vez asadas, el protagonista de Monzó recorta letras y se las zampa crudas. Empieza con caracteres sueltos, sigue con sílabas, pasa a palabras enteras y, al cabo de unos días, ya ha reemplazado los alimentos convencionales por una dieta cien por cien literaria. Poco a poco aprenderá a distinguir entre las diferentes tipografías: la times, por ejemplo, le sabe a poco y le deja tan indiferente que llega a compararla con «un lluç bullit» (merluza hervida). No tardan en llegar los ensayos -con sus errores y aciertos- en materia de maridaje. Entre sus hallazgos, la armonía entre un buen penedès y los tipos sans-serif o de palo seco (sin remates en los extremos). Pronto el literófago no se conformará con meros recortes y pasará a engullir revistas enteras, prospectos farmacéuticos, tochos de enciclopedia y cosas bastante peores. El escritor y periodista catalán, autor de hilarantes columnas gastronómicas, incluyó la historia del devorador de letras en su volumen de cuentos Uf, va dir ell.

Haruki Murakami (1949).

EL AÑO DE LOS ESPAGUETIS, de Haruki Murakami. ¿Qué ofensa, síndrome o infortunio llevaría al joven protagonista de este relato a enterrarlo todo, retirarse y ponerse a cocinar espaguetis todos los días de 1971 «como si fuera un acto de venganza»? No lo sabemos, pero nos cuentan que, al menos durante ese año de su vida, él «hacía espaguetis para vivir y vivía para hacer espaguetis». Después de agenciarse una enorme olla de aluminio «donde habría cabido un perro pastor alemán», hace acopio de recetarios y de especias a fin de soportar un año entero comiendo y cenando de espaguetis. Ya sean alla napoletana, ya al aglio e olio, siempre los engulle en silencio y en soledad, acompañados de una sencilla ensalada de lechuga y pepino. ¿Los espaguetis como trasunto de la vida individualista, egocéntrica e insolidaria? Tal vez, porque ese apego delirante a un solo ingrediente le sirve también como pretexto («es que ahora tengo los espaguetis al fuego») para desatender los asuntos ajenos y evitar relacionarse con nadie. En este cuento de su libro Sauce ciego, mujer dormida, Murakami traza el drama doméstico de un hikikomori o ermitaño gastronómico.

~ ‘VINYAFERITS’* (I): Pep Rodríguez, de Soca-rel

Pep Rodríguez, viñador de pura cepa.

El trabajo de campo se ha referido siempre a toda investigación desarrollada en el lugar de los hechos: sobre el terreno o, por adaptar este concepto al asunto que va a ocuparnos, sobre el terruño. Lo que en la jerga de la vieja escuela periodística se conoce (o se conocía: hoy todo es móvil, web y telecurro) como «gastar suela». Pep Rodríguez se dedica, literalmente, al trabajo de campo y no podía ser de otra manera en alguien que se autodefine como un «animal de viña» y cuya ocupación más querida consiste en «fijarse en el bosque». Este vinyòvol –viñadero o viñador, esto es, cultivador de vides- será el primer invitado a esta nueva galería de perfiles sobre vinyaferits y vinyaferides del archipiélago balear. Estreno la serie con un entusiasta viticultor que se dedica a hacer sus propios vinos desde hace sólo dos añadas (va por la tercera), pero eso tras una larga e intensa experiencia de diálogo con las viñas: lleva 25 cuidando las del celler José Luis Ferrer. Como la vida en su conjunto, el milagro de la fotosíntesis, de la que depende el crecimiento y la justa maduración de cada grano de uva, es un delicado juego de luces y sombras. De ahí que Pep esté incorporando ahora albaricoqueros, a modo de parasoles, y aproveche con idéntico fin los olivos ya existentes en su ecosistema fronterizo entre Consell y Binissalem, adonde acudimos a gastar suela, conversar e hidratar el garguero. Por cierto, elabora también un delicioso aceite de oliva empeltre.

Floración de margaritas entre las viñas de Soca-rel. Foto: Camille Leroy

Sorprende -y facilita mi labor como redactor profano en materia vitivinícola- la claridad de intenciones del creador del microceller Soca-rel. De entrada, sólo emplea ciertas uvas locales y trabaja únicamente a partir de viñas jóvenes, con más nervio y más vigor, es decir, con menos propensión a enfermar. No le interesan las variedades que se le antojan difíciles, como la gorgollassa y la giró (ni negra ni blanca), y tampoco es amigo de largas crianzas: «Nuestros mayores no hacían vino para guardar, ya que lo consideraban un alimento diario», explica Pep Rodríguez. Elabora a la antiga, dejando que la naturaleza haga su trabajo, sin injerencias ni añadidos, o como él dice, limitándose a «acompañar la vida». No es, desde luego, el enfoque propio de un enólogo de bata blanca, sino el de un viticultor que sólo busca «resultados de campo» y no complicarse la existencia. La clave está en deambular mucho por las viñas -entre margaritas, cardos, caléndulas, lavandas…- y prestarles atención: «Que no et faci peresa voltar». Y es que así como reivindicamos el bienestar animal, para obtener buenos vinos hay que cuidar previamente del bienestar vegetal. La planta es tal como nosotros: el estrés nos revienta y nos remata.

Pep Rodríguez, en su terruño de Soca-rel.

Como buen viñador de pura cepa (de soca-rel), Pep Rodríguez es muy consciente de que cuando hablamos de cosecha, hablamos de que sólo te conceden «una oportunidad al año». Más tarde, cuando los racimos entren en el garage, ya vendrá la guerra… Una guerra sin armas ni sulfitos, pero que a Pep le deja sin habla («jo perd es xerrar»), de lo entregado que está y lo en guardia que se pone. Hasta el momento, ha comercializado dos vinos monovarietales, de manto negro y escursac, y un coupage entre estas dos uvas al 50 por ciento. Pruebo el contenido clandestino de varios depósitos experimentales, entre ellos un liviano y vegetal esperó de gall (con 25 por ciento de maceración carbónica) y un vinater blanc. También un blanc de noirs de manto negro fermentado en damajuanas de vidrio, recipiente escogido por su neutralidad, esto es, por todo aquello que no aporta. Pep también está tramando algo con mancès de tibús, una de sus tintas predilectas, aún por legalizar. La imagen de etiqueta de Soca-rel, común a sus tres vinos en el mercado, es ya una inequívoca declaración de principios: unas tijeras de podar.

* Adaptación del vocablo catalán lletraferit: herido por la literatura, amante de cultivar las letras.

~ CUENTOS PARA SIBARITAS (IV)

Giovanni Papini (1881-1956).

EL CANÍBAL ARREPENTIDO, de Giovanni Papini. No hay dos sin tres, así que aquí va el tercer relato sobre antropofagia de esta antología de cuentos para sibaritas. Forma parte del manuscrito que un tal Gog confía al narrador en un manicomio privado. Entre las páginas que le lega este millonario hawaiano -«un cínico, sádico, maniático, hiperbólico semisalvaje»-, aparece Nsumbu, viejo africano cuyo vientre sirvió de sepulcro a trescientos humanos mientras esta práctica era legal en su tierra antes de ser colonizada. Gog le adopta para garantizarse una conversación «más apetitosa» que la que podría procurarle un cura, un boss o un asceta, pero sufre una gran desilusión: Nsumbu ha caído “en la imbecilidad” y se ha vuelto vegetariano. El africano justifica su conversión dietética en la posesión por parte de una de sus víctimas nutricias: un blanco misericordioso cuya alma le ha atormentado y vencido con «la tentación de la piedad». Nsumbu acaba recordando con náuseas aquella raciones de «enemigo asado» y, en una concesión final a los misioneros europeos, acaba limitando su ingesta al consumo de legumbres y fruta, pero ese arrepentimiento hará que se gane el repudio del caprichoso Gog. Hay una espléndida traducción del menorquín Màrius Verdaguer.

Sergi Pàmies (1960).

EL QUE NO HEM MENJATde Sergi Pàmies. Cambiemos de dieta (ni canibal ni vegeta) para acudir a la consulta de una dietista diplomada. ¿Será posible que surja el amor en una sala de espera rabiosamente convencional? Por descontado que sí. Homenajeando en su título a Josep Pla (El que hem menjat) y aliñando el relato con abundante jerga gastronómica, el autor nos guisa un divertido affaire a fuego lento entre dos usuarios de mediana edad. Estos «companys de fatiga» en la penosa tarea de adelgazar van cumpliendo objetivos y se van quitando quilitos mientras maceran sin prisas la atracción mutua… ¿Llegará el ansiado momento de flambear su recatada pasión adúltera? ¿Se encenderá vistosa y vulgarmente para apagarse en un pispás como el merengue de un espectacular soufflé Alaska? Esta historia del escritor y periodista francocatalán (nacido en París por causa del exilio de su padre, Gregorio López Raimundo, dirigente del PSUC) forma parte de La bicicleta estàtica, conjunto de 19 relatos marcados por los «naufragis de la maduresa», tal como te anticipa la reseña de contraportada.

Michel Tournier (1924-2016).

LA LEYENDA DEL PAN, de Michel Tournier. Mediante un romance común, el escritor francés nos cuenta cómo se creó, en una aldea del Finisterre bretón, el primer panecillo de chocolate. El hijo del panadero de Pouldreuzic y la hija del panadero de Plouhinec se enamoran. Si en el pueblo del novio tocan la bombarda, cultivan alcachofas, escancian sidra y hacen un bollo suave que es todo miga, en el de la novia prefieren sonar la gaita, dedicarse a la patata, fermentar jugo de pera y elaborar panes duros y resistentes (todo corteza) para proveer a los marineros. A fin de evitar humillaciones y conflictos entre los pueblos rivales, se trasladan a vivir a medio camino, a Plozévet, donde abren la primera panadería. De cara a la boda y a su nuevo negocio, la pareja decide crear un pan nuevo, híbrido y síntesis de las dos variedades: un pan duro-blando. Al novio le toca lograr un pan crustáceo: duro por fuera y blando por dentro como un bogavante. Más ardua es la papeleta para la novia, crear el pan vertebrado: blando por fuera y duro por dentro como el conejo. Tournier incluye esta leyenda en Medianoche de amor, obra inspirada en Il Decamerone, de Bocaccio, y en que una pareja organiza un copioso festín de manjares marinos para anunciar a los amigos su inminente separación.