
Comedero para solitarios en Ámsterdam.
Para un periodista gastronómico, especialmente si le toca en suerte el papel de inspector, comer solo es algo que puede convertirse en un hábito. Al principio, cuesta, como todo, pero acabas relajándote. Por momentos, uno puede sentir que le ha tocado esa maldición, sobre todo si en el comedor (desangelado) sólo hay cuatro camareros que no te quitan ojo, pero enseguida dejas de pensar y te concentras en el plato. Aunque comer solo no tiene nada de malo (lo malo es no tener nada que comer), siempre será mejor una conversación divertida que un soliloquio, por muy bien que uno lo lleve consigo mismo. Ahora bien, prefiero comer solo antes que aguantar a un gruñón o a un pelmazo pedante, dos especímenes que abundan en mi oficio. El solitario, por otra parte, lleva colgado el sambenito de sospechoso. «Si viene un cliente solo, ten mucho cuidado: o es un loco o es crítico gastronómico», advierte el chef a un camarero novato. «El de la cuatro debe de estar sonado -le responde- porque está venga a hablar solo…» Al final, resulta ser el inspector de la Michelin. La anécdota, cierta y verídica, demuestra que también hay inspectores locos. Cada vez que veo a alguien comiendo a solas en un restaurante, me imagino que es el inspector de la Michelin y me lo paso en grande, una estrategia más para sobrellevar la soledad del comedor de fondo. En días con buenas previsiones de trabajo, algunos restaurantes se niegan a reservar mesa para uno. Lo tengo comprobado. Mínimo, dos: a la sacrosanta pareja no se le puede negar nada porque ya es una entidad, una institución respetada y conveniente. Dos ya son algo.

Otro momento de paz y autismo en Eenmaal.
Recientemente, la prensa se ha hecho eco del estreno de un restaurante al que sólo se puede acudir solo. Todas las mesas -si puede llamarse así a un pequeño cubículo sin patas- son para uno y no pueden arrejuntarse. Los clientes más antisociales comen de cara a la pared. Por supuesto, no hay ni espejos ni wifi. «¿Dónde comes hoy?», te pregunta un plasta al salir del trabajo. Si vives en Ámsterdam, puedes cortarle el rollo al instante con sólo decirle «en Eenmaal». que así se llama el first one-person restaurant in the world. Bueno, eso no es del todo cierto, ya que se trata de un establecimiento efímero, o pop up, de esos que abren y cierran cuando y donde les da la real gana. Surgió en la capital holandesa, pero su última reaparición fue en el Soho londinense durante dos días de enero. Me imagino el ambiente: relajado, cool, austero, silencioso… Cada uno a lo suyo, reconcentrado en su parcelita, y todos dándose la espalda. Como la sociedad misma, especialmente la neerlandesa, que es de un individualismo impío. Según la web de Eenmaal (nombre que puede traducirse por una vez), comer solo puede ser «una experiencia inspiradora en un mundo hiperconectado» porque eso te permite «desconectar por un rato». No sé por qué no pondrán cabinas tipo peep show. Darían más intensidad a la experiencia y los misántropos podrían eructar libremente y echarse una siestecita. En fin, si de lo que se trata es de reconectar (desconectar de las conexiones, quiero decir), prefiero hacerlo en pleno bullicio, en la tasca ruidosa, con camareros bromistas, tapas plebeyas y, al fondo, un vulgar partidito de liga. Ya habrá tiempo de estar solo.