~ HUEVOS CON CHORIZO Y DRY-MARTINI
Llevo unos cuantos días pasándomelo pipa con Mi último suspiro, autobiografía de Luis Buñuel redactada por uno de sus mejores guionistas, el también genial Jean-Claude Carrière. Recomiendo esta lectura. El tono me recuerda, por momentos, a Josep Pla. Ambos sueltan lo que les viene en gana y provocan frecuentemente la carcajada, pero lo hacen como quien no quiere la cosa, probablemente de forma involuntaria. A veces, da la sensación de que no son conscientes del alcance de sus burradas, lo que dice aún más a su favor. Buñuel, de origen aragonés, supera al catalán en incorrección. Entre sus películas, me quedo con El ángel exterminador y Las Hurdes, tierra sin pan, «ensayo cinematográfico de geografía humana» rodado en 1933 y prohibido por la censura. Por entonces, los habitantes de esta comarca cacereña se alimentaban únicamente de alubias y patatas (sustituidas en mayo y junio por las cerezas). Extremadura sigue siendo, con Ceuta, la comunidad española más pobre, según el Anuario Económico 2013 de ‘la Caixa’, y Cáceres es la provincia líder en bares. Luis Buñuel dedica un capítulo completo, el titulado Los placeres de aquí abajo, a los bares y a sus tragos favoritos. Para Buñuel, el bar es «un ejercicio de soledad», un lugar de meditación y «recogimiento alcohólico», sin el cual la vida es «inconcebible». El realizador tenía predilección por el dry-martini, ya que sube rápido a la cabeza, y en el citado capítulo da su fórmula para prepararlo. Debemos buena parte de su cine a las ensoñaciones que le provocó este cóctel. Además, la ginebra le ayudó a vencer su miedo a volar. Buñuel se lamenta de la decadencia del aperitivo alcohólico, «triste signo» de «una época devastadora que todo lo destruye» y que «no respeta ni los bares». En cuanto a las virtudes del alcohol, dice que si tuviera que enumerarlas, «no acabaría nunca». En otro capítulo, titulado A favor y en contra, ofrece una relación de sus aversiones y simpatías, entre ellas las culinarias. Elogios para las sardinas en escabeche «como se hacen en Aragón», adobadas con aceite de oliva, ajo y tomillo, y para los huevos fritos con chorizo, que le proporcionan «más felicidad que todas las langostas a la reina de Hungría u otros timbales de pato a la Chambord».
No dejes los libros a según quien. ¡Los libros buenos no se dejan a nadie!