Archivo de 2 de junio de 2012

~ PINGA CON CHAMPIS, CRISTO AL HORNO Y PLACENTA A LA NARANJA

Javier Krahe, a la izquierda, en la portada de un disco de La Mandragora.

Javier Krahe, a la izquierda, en la portada de un disco de La Mandrágora.

¿Qué comemos los humanos? Por regla general, comemos lo que más nos conviene comer, como demuestra el antropólogo Marvin Harris en su ensayo Bueno para comer. Comemos caracoles, por ejemplo, para que ellos no se coman nuestro huerto o nuestro jardín. Lo que ya resulta más difícil es buscar las razones prácticas por las que cinco congéneres se zamparon el otro día los genitales de Mao Sugiyama. Se ve que a este ilustrador japonés le estorbaban los colgajos y decidió ofrecerlos al mundo por el módico precio de 200 euros el cubierto. Por mil tristes euros se quedó sin pinga, huevos y escroto (todo el aparato), y los cocinó, al gusto de sus cinco comensales, con champiñones y perejil italiano. Otro ejemplo de canibalismo fue el que dio hace tres años el cocinero Andrés Madrigal al comerse la placenta de su hija. La hizo triturada y aromatizada con naranja y pimienta (un batido) para vivir una experiencia que calificó de «espiritual». Además de casquería y casitas de bebé, los humanos también comemos huevos de termita, escorpiones, saltamontes, hormigas, chinches, gusanos de maguey y larvas de escarabajo, entre otras criaturitas. Desde 1977, y gracias a la pericia culinaria del cantautor Javier Krahe, podemos comer otra porquería: Cristo asado al horno. La receta fue grabada en un vídeo casero y emitida por Lo + Plus hace ocho años. Por este corto titulado Cómo cocinar un Cristo para dos personas, Krahe acaba de ser juzgado y se enfrenta a una petición de 144.000 euros de multa por un presunto delito contra los sentimientos religiosos. La demanda fue interpuesta por el Centro Jurídico Tomás Moro, defensor a ultranza de la familia y del «derecho a la vida del nasciturus y del embrión humano». En esta invitación a la cristofagia se sugiere que los estigmas sean mechados con tocino. El Cristo se unta con abundante mantequilla, se condimenta, se hornea sobre un lecho de cebolla y es olvidado. No hace falta estar pendiente del asado, pues al cabo de tres días el horno se abre solo.