~ POR VIGO Y O ROSAL (I)
¡Qué bien se come en Galicia y qué poco se complican los nativos para así comer! Las ostras, por ejemplo, se abren y llegan a la mesa sin conocer el fuego, que todo lo arrasa. Cuando hay buen género (o mercancía, que diría un gallego), que se quiten condimentos y recetas. Materia prima, siempre materia prima: lo que bien empieza… Estos días, en Vigo, he comido uno de esos manjares que no tienen misterio ni falta que les hace: la exquisita aleta de mero, hecha a la plancha y con un suave refrito de ajos (la mariconada, como decía un pescador amigo de Lekeitio). También probé el rodaballo a la gallega, con la tradicional ajada pimentonera, y unos calamares encebollados memorables. La cena fue en Casa Esperanza, un clásico de Vigo que no tiene carta al uso, sino un bloc de anillas y papel cuadrículado en que se anota -probablemente con bic– la oferta del día: berberechos, pulpo, lenguado, rape, merluza, martiño (el gallo de San Pedro) y otros, según mercado. Visité a la mañana siguiente, con unos colegas de la Asociación de Periodistas y Escritores Gastronómicos de Baleares, la pescadería del Mercado da Pedra, donde lucían unos soberbios lenguados y unas tentadoras sardinitas. Me acordé de un viaje por la Costa da Morte y de cómo disfruté en Laxe con las navajas y los percebes. Y de otro viaje por esas verdes tierras en que -camino Portugal- pasé fugazmente por Vigo en un estado mental seriamente alterado por obra y desgracia de unas almejas ingeridas al natural en un bar de Pontevedra. No le deseo a nadie este tipo de trip marisquero, que tiene muy poco de psicodélico.
Nunca olvidaré Casa Olga, en La Guardia, Pontevedra. Hay que aguantar las excentricidades de la dueña pero consigue que pases de odiar el marisco a adorarlo por momentos.
Así que como tu dices, género!
Me lo anoto para la próxima visita, ya que me encanta Pontevedra. No me gusta: me encanta.