Archivo de 29 de febrero de 2012

~ POR VIGO Y O ROSAL (I)

Pared forrada de valvas de ostra cerca del Mercado da Pedra, en Vigo.

¡Qué bien se come en Galicia y qué poco se complican los nativos para así comer! Las ostras, por ejemplo, se abren y llegan a la mesa sin conocer el fuego, que todo lo arrasa. Cuando hay buen género (o mercancía, que diría un gallego), que se quiten condimentos y recetas. Materia prima, siempre materia prima: lo que bien empieza… Estos días, en Vigo, he comido uno de esos manjares que no tienen misterio ni falta que les hace: la exquisita aleta de mero, hecha a la plancha y con un suave refrito de ajos (la mariconada, como decía un pescador amigo de Lekeitio). También probé el rodaballo a la gallega, con la tradicional ajada pimentonera, y unos calamares encebollados memorables. La cena fue en Casa Esperanza, un clásico de Vigo que no tiene carta al uso, sino un bloc de anillas y papel cuadrículado en que se anota -probablemente con bic– la oferta del día: berberechos, pulpo, lenguado, rape, merluza, martiño (el gallo de San Pedro) y otros, según mercado. Visité a la mañana siguiente, con unos colegas de la Asociación de Periodistas y Escritores Gastronómicos de Baleares, la pescadería del Mercado da Pedra, donde lucían unos soberbios lenguados y unas tentadoras sardinitas. Me acordé de un viaje por la Costa da Morte y de cómo disfruté en Laxe con las navajas y los percebes. Y de otro viaje por esas verdes tierras en que -camino Portugal- pasé fugazmente por Vigo en un estado mental seriamente alterado por obra y desgracia de unas almejas ingeridas al natural en un bar de Pontevedra. No le deseo a nadie este tipo de trip marisquero, que tiene muy poco de psicodélico.