~ LA POLI ME QUITA EL HAMBRE
La policía nacional valenciana me está quitando el hambre, pero no toda. Hoy he ido a comer a La Raspa Santa porque sabía que el cocinero, Jorge Salazar, ponía callos de bacalao con chistorra. Los gelatinosos callos de bacalao no son tripas, sino la vejiga natatoria, algo así como un flotador interno que se infla y desinfla. Casi se me quedan los labios pegados. Me han sacado, de casualidad, un vinazo valenciano: el tinto 2009 de la bodega El Angosto. Los maderos y sus superiores (los del despacho) sí que tienen la mente angosta. En Valencia fue donde, hacia 1979, recibí el primer y único porrazo de mi vida, del que me he acordado mucho estos días. Yo era adolescente y fui a Fallas con dos amigos. De segundo, he comido un arroz meloso de carrilleras, verduras y hongos. No sé por qué, pero Valencia siempre ha tenido unos cuerpos represivos específicos y de especial virulencia. Será que son más temperamentales. Unos hijos de puta, vamos. A mí me acorraló un harrelson de la Brigada 26, temida sección de la Policía Municipal que vestía enteramente de negro. Se encargaban de la patrulla nocturna, eran expertos en artes marciales y se tiraban en tirolina sobre los manifestantes, los muy brutos. Fueron los enemigos de los punkies en los ochenta. Tenían su cuartel en los sótanos del Mercado Central: un sacrilegio difícil de asimilar. En Palma, hemos cortado esta noche las Avenidas, a su paso por la plaza de Islandia (antes de España), pero la cosa no ha pasado a mayores. Mejor así, por el momento. De postre, me he zampado un par de frixuelos, versión asturiana de los creps. Había bastante ambiente, con gente comiendo en el pase y Jorge, en su línea, soltando disparates a diestro y siniestro.
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