~ MADRID ME ENGORDA (II)
El huevo es, con mucha diferencia, mi alimento fetiche. Si no tengo huevos en la nevera, me siento a la intemperie. Es el ingrediente más versátil, adjetivo en auge y que tanto vale para un vino como para un futbolista. El huevo es espumante, emulsionante, colorante, aglutinante, espesante, coagulante, clarificante… El huevo es mágico: se transfigura en merengue y desafía la ley de la gravedad o muda en tortilla de Betanzos con chorizo y cura la anorexia. Como toda persona cuerda, soy un adicto a la tortilla de patata y prometo dedicar una entrada de este diario a las mejores que he probado. El sábado comí en Madrid uno de esos platos con huevo que difícilmente se olvidan, conocido en el mundillo gastronómico como Los huevos de Abraham. Su autor es Abraham García, chef del restaurante Viridiana. Es un plato simple y golosón: un huevo de corral hecho en sartén con una crema de hongos (ceps o Boletus edulis) y trufa negra generosamente rallada a la vista del comensal. Según el escritor, amigo y buen vividor Miguel Dalmau, se trata de «un plato iniciático». La crema, casi una mousse, es liviana y de sabor intenso. Al mezclarla con la yema y la trufa, se transforma en un manjar memorable. Tres titanes en feliz armonía. No sé puede escribir de todo esto sin que te entre un hambre inexcusable, así que me voy a preparar un plato con el que gozaré tanto o más que con los huevos de Abraham: un baboso revoltillo de champis y sobrasada. Y mañana (o pasado) seguiré contando el festín de Viridiana.